En el tercer Misterio Doloroso, contemplamos la coronación de Jesús con una corona de espinas.
Del Evangelio de San Marcos (15:16-19)
Los soldados lo llevaron al interior del palacio (es decir, el pretorio) y convocaron a toda la corte. Lo vistieron con un manto de púrpura, y después de entrelazar algunas espinas en una corona, se la pusieron. Luego comenzaron a saludarlo: "¡Salve, rey de los judíos!" Le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían, y se arrodillaban ante Él en homenaje.
Comentario de San Ambrosio
En Pilato, tenemos un anticipo de todos los jueces que condenarían a aquellos que saben que son inocentes. Este es un anticipo de las más crueles persecuciones a los verdaderos discípulos de Cristo a lo largo de los tiempos. Es absolutamente correcto que aquellos que exigen la liberación de Barrabás, un asesino, sean los mismos que claman por la condena de un hombre inocente. Así son las leyes de la injusticia: odiar la inocencia y amar el crimen.
Meditación 1
Cristo Jesús se convierte en objeto de burla e insultos en manos de los sirvientes del templo. He aquí a Él, el Dios todopoderoso, golpeado por golpes afilados; Su rostro adorable, la alegría de los santos, está cubierto de sangre y espinas. Una corona de espinas es forzada sobre Su cabeza; un manto púrpura se coloca sobre Sus hombros como una burla; una caña es colocada en Su mano; los sirvientes se arrodillan ante Él en burla. ¡Qué abismo de ignominia! ¡Qué humillación y desgracia para Aquel ante quien tiemblan los ángeles!
El cobarde gobernador romano imagina que el odio de los judíos se verá satisfecho con la visión de Cristo en este estado lamentable. Lo muestra a la multitud: "¡Ecce Homo! - ¡He aquí el Hombre!"
Contemplemos a nuestro Divino Maestro en este momento, sumergido en el abismo del sufrimiento y la ignominia, y comprendamos que el Padre también nos lo presenta, diciendo: "He aquí a Mi Hijo, el esplendor de Mi gloria, herido por los pecados de Mi pueblo." "Mi pueblo, ¿qué te he hecho? ¿En qué te ofendí? Respóndeme."
Meditación 2
Arrodillándose ante Él, se burlaban, diciendo: "¡Salve, rey de los judíos!" (Mt 27:29). - Cristo, durante toda Su vida, ocultó Su verdadera identidad. Cuando quisieron hacerlo rey por haber multiplicado los panes, Él huyó. Nunca realizó un milagro para ser visto o para ganar prestigio; por el contrario, decía que no contaran nada a nadie. Nunca buscó el poder ni fue vanidoso, mientras nosotros no deseamos otra cosa.
Fue solo cuando se encontraba en el punto de no retorno que Jesús reconoció y aceptó el título de Rey, aunque no de este mundo, pues los reyes de este mundo no montan asnos como Él lo hizo, ni son crucificados como Él lo fue. Son coronados con coronas de oro, no con espinas como la de Jesús.
Tal como Jesús, que vino al mundo para servir y no para ser servido, que está en medio de nosotros como quien sirve, los grandes de nuestra vida son aquellos que nos sirvieron: nuestros padres, familiares, profesores y amigos. De igual manera, en la historia de la humanidad, son grandes aquellos que sirvieron a la causa humana, no los que se sirvieron a sí mismos.
No es rey aquel que conquista nuestra voluntad y nos subyuga; es rey quien nos sirve y conquista nuestro corazón. Por lo tanto, no es rey quien se coloca por encima de la ley, de la verdad, de la justicia y de la moral. Es rey quien encarna la justicia, la verdad y el amor.
Oración
Señor Jesús,
que aceptaste la corona de espinas en silencio y humildad,
Te adoramos y te agradecemos por Tu entrega.
Fuiste humillado, escarnecido y herido,
pero nunca dejaste de amarnos,
y Tu dolor se ha convertido para nosotros en fuente de salvación.
Enséñanos, Señor, a soportar con paciencia
las injusticias y sufrimientos que puedan sobrevenirnos,
tal como soportaste los espinos clavados en Tu cabeza.
Danos la fuerza de mantenernos firmes en la verdad,
incluso cuando el mundo nos ridiculiza o rechaza.
Que Tu corona de espinas nos recuerde siempre
la necesidad de humildad y de servicio, siguiendo Tu ejemplo.
Ayúdanos a ser reyes, no por títulos o poder,
sino por amor y por servicio a los demás.
Que podamos servir a nuestros hermanos, así
como Tú nos serviste, con un corazón lleno de compasión y humildad.
Que la corona de espinas, signo de Tu pasión,
sea también para nosotros un signo de fidelidad
y entrega total a la voluntad del Padre.
Señor, Rey de nuestro corazón,
líbranos de la vanidad y de la sed de poder.
Concedenos la gracia de reconocer Tu realeza
en cada acto de amor, verdad y justicia.
Que Tu ejemplo nos inspire
a vivir de acuerdo con Tu voluntad,
sirviendo, amando y perdonando,
para que un día podamos participar de Tu Reino de paz y gloria. Amén.
P. Jorge Amaro, IMC