Purify my heart, let me be as gold and precious silver.
Purify my heart, let me be as gold, pure gold.
Refiner's fire, my heart's one desire is to be holy, set apart for you, Lord.
I choose to be holy, set apart for you, my master, ready to do your will.
Purify my heart, cleanse me from within and make me holy.
Purify my heart, cleanse me from my sin, deep within.
https://www.youtube.com/watch?v=0IvXA0yRDwY
Al reflexionar sobre la vida consagrada, tema que la Iglesia ha elegido para este año, me vino a la mente este cántico que tantas veces se cantó en los años en que viví en Canadá, por el grupo de jóvenes que allí seguía. La letra del cántico es todo un tratado sobre la vida consagrada; sobre lo que es ser consagrado y el proceso que debe seguir todo aquel que entra en la vida religiosa.
Apartado para ti, Señor - Los judíos apartaban para el Señor las primicias de las cosechas y de los rebaños. Todo lo que abría el vientre era del Señor como agradecimiento; los propios hijos primogénitos eran del Señor y por eso tenían que ser presentados en el Templo para ser rescatados mediante un sacrificio que para los ricos era un buey, para los menos ricos un cordero o cabrito, y para los pobres, como fue el caso de Jesús, un par de palomas o tórtolas.
"Consagrar" un objeto significa retirarlo del uso ordinario para colocarlo aparte o reservarlo para un uso determinado y exclusivo. Cuando un cáliz u otro objeto es consagrado, es reservado o guardado para un uso sagrado, en este caso, la celebración de la Eucaristía.
Es en este sentido que se debe interpretar la "fuga mundi" de los religiosos de la Edad Media. No se trataba de huir del mundo para no ser contaminados por él, sino de sentirse llamados a una misión que implicaba apartarse de la vida ordinaria y vivir de una forma diferente.
Dentro del bosque no vemos el bosque, solo vemos árboles; para ver el bosque, tenemos que salir de él. El consagrado se aleja del mundo para conocerlo mejor; de hecho, se aparta del mundo para dedicarse al mundo. Se retira de su pequeño mundo para entregarse al servicio de toda la humanidad de una forma peculiar. Aparta su pequeña vida particular para entrar al servicio de la Vida en un sentido universal.
Purifica mi corazón, que sea como oro, oro puro - Cuando, con 10 años, ingresé a los Misioneros de la Consolata, mi motivación principal era la aventura; quería conocer el mundo, especialmente África. Por esta razón, rechacé vehementemente ingresar al seminario de la diócesis. Ya en el seminario, cada uno de mis compañeros tenía también su motivación; recuerdo que uno de ellos se sintió atraído porque en el seminario se jugaba al fútbol todos los días.
Con el paso del tiempo y la formación que recibíamos, esas motivaciones infantiles se fueron modificando y purificando. Esto es lo que tenía en mente nuestro fundador, el Beato José Allamano, cuando aconsejaba a los primeros misioneros a "hacer el bien, bien". Jesús denunció a los hipócritas y fariseos, no porque no cumplieran la ley, ayunando, orando y practicando la caridad, sino porque hacían todo esto hipócritamente, para ser vistos por los hombres. Hacían lo correcto por motivos incorrectos.
La hipocresía es el peligro constante del religioso, por lo que necesita una purificación continua de sus motivaciones. El corazón es lo que mueve todo en nuestro organismo; es el centro de las mociones, emociones o motivaciones, y por eso necesitamos un corazón puro, purificado de falsas motivaciones. Purificado y limpio por dentro de todo pecado, como dice el cántico; pues el mal está dentro de nosotros, no fuera de nosotros.
Fuego de refinador, el anhelo de mi corazón es ser santo - Teniendo como objetivo ser puro como el oro, la purificación se realiza mediante el fuego; no es un fuego devorador y destructor, sino refinador. Es el fuego que quema todas las impurezas y refina el oro; cuanto más fuerte es el fuego, más puro queda el oro.
San Francisco de Asís se revolcaba desnudo en la nieve para vencer la insidia del pecado; otros santos se autoflagelaban. No necesitamos buscar penitencias artificiales; la vida nos presenta suficientes situaciones que nos penitencian naturalmente, basta con abrazar la cruz de cada día (Lucas 9, 23). A modo de ejemplo, cuando estaba en Etiopía, llegué a estar una vez 5 días, y otra vez 7 días sin comer; y considero eso más fácil que comer solo lo estrictamente necesario en el día a día.
La única aspiración del religioso es ser santo, como Dios es santo (Levítico 19, 2); este es el objetivo de la continua purificación de motivos e intenciones, una purificación llevada a cabo por el fuego del Espíritu Santo. Si somos dóciles al Espíritu Santo, como el barro lo es en las manos del alfarero, su fuego irá purificando nuestros pensamientos, nuestras intenciones, nuestras motivaciones y nuestras acciones de los solapados impulsos del instinto.
La santidad se encuentra cuando se busca el pecado. Cuando examinamos nuestra vida en busca de defectos, pecados e imperfecciones, es cuando estamos en el camino de la santidad. A este respecto, San Francisco de Asís, quien ya en vida era considerado santo por todos los que lo conocían, decía de sí mismo que era un gran pecador.
Listo para hacer tu voluntad - “Primero santos, luego misioneros”, decía nuestro fundador; ser santo se refiere a nuestra esencia, a lo que estamos llamados a ser, a nuestra vocación; ser misioneros se refiere a nuestra existencia, a lo que estamos llamados a hacer, a nuestra manera de estar en el mundo.
Solo después de purificada nuestra esencia, nuestro ser, es que nuestra existencia, nuestro estar y actuar en el mundo, es puro. Solo estamos verdaderamente listos para hacer la voluntad de Dios cuando somos santos; cuando todo nuestro ser se somete a nuestra voluntad y ésta a la voluntad de Dios.
Esto solo es posible cuando nos negamos a nosotros mismos (Lucas 9, 23) y podemos afirmar como San Pablo: “ya no soy yo quien vive, sino Cristo quien vive en mí” (Gálatas 2, 20). Solo cuando Cristo vive en nosotros somos auténticamente cristianos y capacitados para continuar aquí y ahora la obra que él inició en Israel hace 2000 años.
Conclusión
La vida consagrada es un proceso continuo de purificación interior y dedicación total, donde el único objetivo es vivir exclusivamente para el servicio de Dios y de la humanidad.
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