sábado, 1 de noviembre de 2014

Violencia juvenil escolar (Bullying)


En la escuela de Palmeira (Braga Portugal), un joven se suicidó porque no podía soportar más las burlas sistemáticas y persistentes a las que sus compañeros lo habían sometido. Dado que el silencio es parte del problema, quiero al inicio de este nuevo año escolar, con estas líneas, ser parte de la solución. Como visito regularmente las escuelas para hablar de la Misión, quiero contribuir a que estas cumplan mejor su función de formar no solo intelectualmente, sino también humanamente, a las personas que mañana tomarán las riendas de nuestro mundo.

El bullying entre gallinas y cerdos
Durante mis años de especialización en Teología Moral o Ética, sentía una admiración especial por el trabajo de Konrad Lorenz, fundador de la Etología, el estudio comparativo del comportamiento humano y animal. Sin pretender atentar contra la dignidad humana, Lorenz concluyó que muchos de nuestros comportamientos también son exhibidos por los animales, especialmente por aquellos más cercanos a nosotros en la evolución.

Los cinco millones de años que nos separan del primate más cercano, para bien o para mal, no han sido suficientes para transformar o acabar con la animalidad que es parte integrante de nuestro ser. A pesar de ser autoconscientes y ejercer más o menos control sobre nosotros mismos, sentimientos y pensamientos, lo que tenemos en común con otros seres vivos, nuestro instinto animal, es lo que más motiva y determina nuestro comportamiento diario.

En el tiempo en que cuidaba gallinas ponedoras, pollos de aviario y cerdos, observé que siempre que alguno de estos animales, por cualquier razón, quedaba herido, los demás iban a morder o picar la herida hasta matarlo. Sabiendo esto, a menudo buscábamos dentro del corral algún pollo o cerdo que tuviera una herida abierta y sangrante para poder retirarlo a tiempo y colocarlo en otro lugar hasta que la herida sanara, antes de que los demás lo mataran.

“El perro flaco, todo son pulgas”, dice un proverbio español. El bullying es lo que hacen las hienas persiguiendo a un caballo herido y flaco, que apenas se mantiene en pie y está a punto de morir. El bullying es el buitre que persigue a un bebé que se arrastra con hambre y sin energía en el campo de refugiados de Darfur, en Sudán, hacia el lugar donde hay alimento. Me refiero a una fotografía que dio la vuelta al mundo y que causó la muerte por suicidio al fotógrafo que ganó un premio por ella, pero no ayudó al niño ni sabía si había sido o no devorado por el buitre.

El bullying entre los humanos, a mi modo de ver, es una copia de este comportamiento animal. Los que lo practican buscan a los compañeros más frágiles, más tímidos y más vulnerables, no se meten con los fuertes, con los que pueden valerse por sí mismos. Si Konrad Lorenz estuviera vivo, tal vez validaría mis observaciones y concluiría que, al fin y al cabo, el bullying es un comportamiento animal y, por lo tanto, irracional.

Este tipo de comportamiento no solo existe en las escuelas. El bullying fue lo que hicieron los fariseos al traer a Jesús a una mujer sorprendida en adulterio para ser apedreada. El bullying es lo que los soldados hicieron a Jesús, arrodillándose en burla delante de él, coronado de espinas, diciendo “¡Salve, rey de los judíos!”; el bullying es un pueblo cruel, sediento de sangre, sin piedad, ante un Jesús cubierto de sangre gritando “¡Crucifícalo!”. 

Bullying fueron todos los linchamientos en la historia de la humanidad, cuando el pueblo enfurecido se transforma en la bestia más irracional y en el animal más monstruoso. El ser humano puede llegar a ser más irracional que el animal; de hecho, como notaba Lorenz, es el único animal que mata dentro de su propia especie.

Psicología del agresor
La mayoría de los bullies son físicamente más fuertes y más altos que los otros niños, buscan específicamente a los más débiles, los más tímidos y los menos equipados para defenderse. Ignorados y maltratados en casa, en la escuela se desquitan o buscan el respeto y el amor que no tienen en casa.

Quien no es amado incondicionalmente en casa, busca en la calle o en la escuela ese amor de formas inadecuadas, metiéndose con los demás para llamar la atención, ganar popularidad y amistad, y todo lo que ganan es un falso amor basado en el miedo.

Cuando llegan a la edad adulta, son antisociales y más propensos a cometer delitos, a golpear a las esposas y a los hijos, produciendo así una nueva generación de bullies.

Psicología de la víctima
Generalmente, las víctimas son más sensibles, cautelosas y tranquilas que otros niños; socialmente poco competentes, nunca inician una conversación y se aíslan de la convivencia con los compañeros. Como tienen una visión negativa de la violencia, huyen de los enfrentamientos y conflictos, y emiten ansiedad, miedo y vulnerabilidad que son percibidos por los agresores de la misma manera que un perro percibe nuestro miedo y ansiedad antes de atacarnos.

Su temor y debilidad física, tono de voz bajo y sumiso son parte de un lenguaje corporal que los delata y atrae sobre sí mismos a los bullies. Frecuentemente, estos niños son rechazados no solo por los bullies, sino también por los demás compañeros; acaban por desarrollar una actitud negativa hacia la escuela y cuando empiezan a ser agredidos, se vuelven aún más ansiosos y temerosos, lo que aumenta su vulnerabilidad y la posibilidad de ser más victimizados, entrando así en un círculo vicioso y espiral de estrés que lleva a muchos al suicidio.

Tan ladrón es el que va a la viña como el que se queda en la puerta

Frecuentemente, la víctima está tan debilitada que por miedo o por vergüenza no denuncia ni busca ayuda, sufre en soledad… por eso, quien sabe del caso o contempla un episodio de bullying y no hace nada, tiene una responsabilidad añadida; el silencio y la pasividad lo convierten en un cómplice.

Por lo tanto, lo contrario de bullying no es no bullying, sino ser buen samaritano, ayudar y denunciar. Si no eres parte de la solución, entonces eres parte del problema; tu silencio te convierte en cómplice y homicida en el caso de que la víctima se suicide como hizo aquel joven de la escuela de Palmeira.

El silencio de la mayor parte del pueblo alemán ante el genocidio de 5 millones de judíos los convirtió en cómplices. Los mafiosos cuentan con el silencio de los que, hasta por simple casualidad, son testigos de sus actos. Sin silencio, no habría mafia. Sin silencio, no habría bullying. Nuestro silencio es, por tanto, culpable y parte del problema, pues siempre lleva a la impunidad de los agresores y a la fatalidad de las víctimas.

P. Jorge Amaro IMC


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