lunes, 1 de junio de 2015

La castidad como sublimación de energía


La fórmula de la vida humana

Mi pasión por simplificar las cosas me llevó a pensar en una fórmula para la vida humana; usando el griego, por ser tradicionalmente la lengua de la ciencia, pensé que la vida humana era igual a la suma de cuatro diferentes elementos o dimensiones: Eros + Thanatos + Chronos + Logos.

Eros & Tánatos: Instinto de vida e instinto de muerte, afectividad y agresividad, son en lenguaje freudiano el polo positivo y el polo negativo de la energía humana.

Cronos: Es la dimensión del tiempo; somos un ser espaciotemporal, ocupamos un espacio durante un tiempo, que corresponde a los años que nos son dados para vivir.

 Logos: Se refiere a la autoconsciencia que tenemos de que estamos vivos y poseemos una libertad, más o menos relativa, para hacer lo que queramos con la vida. Los animales y las plantas son tiempo y energía regulados por la naturaleza; al no saber que existen, tampoco tienen poder sobre su existencia. En el ejercicio de nuestra libertad, el Logos es nuestra opción fundamental, es lo que decidimos hacer con nuestra vida; a qué y a quién vamos a dedicar todos y cada uno de nuestros días.

La energía de la vida humana
Eros & Tánatos, instinto de vida e instinto de muerte, afectividad y agresividad, yin y yang, la fuerza centrípeta y centrífuga, el amor y el odio, polos positivo y negativo de la electricidad o energía con la que hacemos todo lo que hacemos. Sin energía nada funciona en una sociedad, lo mismo nos ocurre a nosotros.

En el ser humano, todos sus actos deberían estar inspirados y decididos por el Logos, por la razón; pero la verdad es que el instinto, de Eros & Tánatos, no solo provee la energía para la realización de todos los actos que la razón determina, sino que también motiva, alimenta y orienta muchos otros que se sustraen al poder de la razón; a pesar de los millones de años de evolución desde la animalidad, nuestro comportamiento está más movido por el instinto de lo que nos gustaría admitir.

Todos los actos humanos tienen una mezcla de afectividad y agresividad, incluso los más polarizados. Tanto en la afectividad, como en la educación, en la agresividad, la guerra, siempre hay un poco del polo contrario; así como hay un poco de feminidad en un hombre y un poco de masculinidad en una mujer.

Es obvio que la educación de un hijo por parte de sus padres tiene más de afectividad que de agresividad, y sin embargo, una educación solo afectiva tendería a ser paternalista. En la educación de un niño, la afectividad, los premios y las caricias, deben dosificarse con algo de agresividad, castigos y disciplina.

Sublimación
En su libro, El malestar en la civilización, Freud sostiene que tanto la agresividad como la afectividad descontrolada, es decir, abandonadas a sí mismas, tienen un potencial destructivo inconmensurable; pueden destruir lo que ayudaron a construir. El ser humano abandonó la animalidad cuando ganó poder sobre estas dos fuerzas, cuando las logró domesticar, cuando les puso riendas para aprovecharlas positivamente.

De esta forma, el tabú del incesto funcionó como el "freno" del Eros —afectividad— instinto de vida, prohibiendo las relaciones sexuales entre personas unidas por lazos de sangre. Sin esta prohibición, la consanguinidad acabaría con la raza humana.

La regla de "ojo por ojo, diente por diente" (que pertenece al código de leyes más antiguo del mundo, el Código de Hammurabi) funcionó como el "freno" del Tánatos —agresividad— instinto de muerte, para limitar la naturaleza de la violencia que, de por sí, dejada libre, tiende a escalar y propagarse descontroladamente, llevando a la destrucción.

Sublimar significa desviar, sustituir o modificar la expresión natural de un impulso o instinto hacia una expresión que sea social y culturalmente aceptable y constructiva. El ejemplo de una energía destructiva transformada en una energía constructiva es la transformación de un toro, utilizado en corridas de toros, en un buey que ara la tierra y tira de una carreta.

Vista desde este prisma, la civilización humana puede considerarse como una historia de la sublimación de Eros & Tánatos, es decir, el uso inteligente que la humanidad ha hecho de estas fuerzas o instintos básicos. De la misma manera, nuestra propia historia personal también consiste en los esfuerzos para desviar nuestro afecto y agresión naturales de su objetivo natural y primordial, con el fin de promover el cultivo de los valores humanos.

La castidad como desvío de energía
En consonancia con esta forma de pensar, el voto religioso de castidad consiste en desviar la afección natural del hombre y la mujer de su objeto primordial —casarse y tener hijos— canalizándola hacia un objetivo más cultural. Sacerdotes, religiosos y religiosas eligen no tener esposos y esposas para establecer una fraternidad más amplia; optan por no reproducirse biológicamente y tener hijos propios para ampliar y extender su paternidad y maternidad más allá de los lazos de sangre.

El dar a luz a un niño, o contribuir con material genético, hace de una persona un progenitor, pero no necesariamente un padre o una madre verdaderos. Hay auténticos padres que no son progenitores, y progenitores que no son auténticos padres.

La verdadera paternidad implica la dedicación completa, el don de sí mismo a los hijos, el acompañamiento continuo y constante hasta que se convierten en adultos, y el valor de cortar el cordón umbilical y darles su espacio y libertad cuando finalmente llegan a la edad adulta. En este sentido, nadie negaría la maternidad de la Madre Teresa, a pesar de que nunca dio a luz.

Considerando el hecho de que, a lo largo de la evolución, los lazos familiares han tenido más que ver con el instinto que con el puro afecto, podemos concluir que una sociedad en la que la interacción social se base únicamente en relaciones familiares siempre será muy fragmentada y frágil.

Una hermandad y paternidad que se extienda más allá de los límites de los lazos de sangre puede ser un vínculo de unión o cemento entre familias; más concretamente, puede ayudar a resolver los conflictos que surgen entre familias rivales y contribuir a la paz y el buen entendimiento entre todos, tal como el cartílago entre los huesos permite el funcionamiento de las articulaciones, evitando que el hueso toque hueso, lo cual causaría dolor.

Recapitulando, el curso natural del impulso amoroso es la formación de una familia, donde las relaciones se basan en los lazos de sangre. La castidad sublima, o desvía, el mismo impulso de su fin natural para darle un fin cultural: la fraternidad universal. El amor entre personas que no están unidas entre sí por lazos de sangre actúa como elemento unificador de la sociedad.

Marcuse llamó a esto "erotismo difuso", y Freud lo llamó "un impulso amoroso cortado (‘castrado’) de su objetivo primordial", y puso como ejemplo a San Francisco de Asís como el hombre que mejor sublimó su energía de Eros; el hombre que más y mejor partido sacó de ella al universalizar su eros, su afecto, hermanándose con toda la creación, tratando todo y a todos como hermanos y hermanas: el hermano sol, la hermana luna, e incluso a sus antagonistas, el hermano lobo y la hermana muerte.

Algunos dirían que este concepto de amor no es natural. En verdad, no lo es porque trasciende la naturaleza, pero, en ese mismo sentido, toda la cultura humana se opone a la naturaleza. De hecho, lo que es verdaderamente natural en el ser humano no es lo que es dado por la naturaleza, sino lo que él mismo logra a través de su mente creativa.

La castidad es como una presa
El amor dentro del voto de castidad puede compararse con una presa. La naturaleza no crea presas, los ríos fluyen en valles entre montañas, o abriendo grandes surcos en mesetas desérticas, y su agua vuelve al mar de donde salió sin ningún aprovechamiento humano. 

Con la construcción de una presa, el nivel de agua sube hasta el punto de poder regar los campos y transformar un desierto en un oasis, creando y alimentando una sociedad agrícola y rural; por otro lado, también puede aprovecharse para generar energía eléctrica, creando y alimentando ciudades industriales donde florece la cultura urbana.

Está claro que la presa reprime y comprime el agua impidiendo su flujo natural; por eso sus paredes deben ser fuertes y cóncavas. Por otro lado, realizada dentro de los límites de lo posible, el valor añadido y los beneficios que se obtienen de la fuerza motriz del agua para producir energía y de su canalización para el riego justifican plenamente su represión o represa.

Al igual que las paredes cóncavas y fuertes de la presa, la sublimación de Eros requiere que la persona posea un carácter fuerte y robusto para contener el impulso natural del Eros, que se manifiesta en el deseo sexual y en la paternidad natural, y así poder canalizar su energía hacia una paternidad y fraternidad más universal.

El bien que se hace a los demás, en el contexto de esta paternidad y fraternidad universal, resuena en nosotros en forma de alegría; el ver que otros están mejor gracias a nuestra acción compensa ampliamente el esfuerzo y el sacrificio involucrados en el proceso de sublimación.

La castidad, al igual que otras formas de sublimación, no es una negación de la energía vital, sino una redirección creativa de esta. No se trata de reprimir el deseo natural, sino de transformar su expresión en algo que sirva a un bien mayor. El amor, canalizado de manera consciente hacia una fraternidad universal, puede convertirse en una fuerza constructiva que trasciende los lazos biológicos, uniendo a la humanidad en un sentido más profundo.

En última instancia, la castidad es un acto de libertad y creatividad, donde la persona elige conscientemente no solo lo que hará con su energía, sino también a qué propósito más amplio servirá su vida. A través de esta elección, la energía de Eros puede convertirse en una fuente de compasión y generosidad ilimitada, contribuyendo al crecimiento espiritual y cultural de la humanidad en su conjunto.

Conclusión - La castidad es la redirección del amor instintivo hacia una fraternidad universal más allá de los lazos de sangre. Es la sublimación del deseo en una fuerza creadora que une y eleva a la humanidad.

P. Jorge Amaro, IMC (Edit. Begoña Peña)

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