miércoles, 1 de abril de 2015

Las cosas que el dinero no compra


Dios gobierna en el otro mundo; el dinero manda en este. No hay nada que el dinero no te haga hacer; todos tienen un precio.

¿Cuánto vales? Lo escuchamos tantas veces en las películas: el dinero compra todo y a todos; nadie resiste al vil metal. Las personas que llegan a vender su honor, su verdad y su dignidad lo hacen creyendo que el dinero les comprará todo lo esencial para la autorrealización y la felicidad.

La verdad es que, lejos de comprar todo, el dinero ni siquiera compra las cosas más importantes, aquellas que realmente necesitamos en la vida. Por eso no es difícil encontrar personas deprimidas e infelices entre los ricos y personas felices y realizadas entre los pobres.

El dinero puede comprar una cama, pero no puede comprar el sueño; puede comprar comida, pero no el apetito; puede comprar libros, pero no la inteligencia; puede comprar lujo, pero no la belleza; puede comprar una casa, pero no un hogar; medicamentos, pero no la salud; reuniones sociales, pero no el amor; diversión, pero no la felicidad; un crucifijo, pero no la fe; un lugar lujoso en el cementerio, pero no en el cielo.

No hay nada más valioso que la vida, y la vida es un don de Dios; el amor, que es el principio de la vida, es libre y no puede ser vendido ni comprado. En esencia, solo se compran los medios materiales esenciales para estar vivos; la vida ni se compra ni se vende ni se posee.

La princesa Diana de Gales tenía todo lo que una joven podría pedir en la vida: juventud, belleza, poder, dinero, fama, "sangre azul" y dos hijos preciosos, y aun así no era feliz porque le faltaba lo principal, lo que el dinero no puede comprar: el amor. En su búsqueda, abandonó todo y fue en esa búsqueda que perdió la vida. Otros, que teniendo lo esencial, el amor, hacen lo contrario, buscando afanosamente todo lo que ella despreciaba, gastando en ello sus vidas, y muchas veces terminan perdiendo lo que ya tenían: el amor.

Al igual que Diana de Gales, San Benito de Nursia, San Bernardo de Claraval, San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, San Antonio de Lisboa, Santa Isabel de Portugal, San Nuno Álvares Pereira, Santa Beatriz de Silva, etc., los santos de la Iglesia Católica, en su mayoría, eran de clase media-alta, cultos, jóvenes, bellos, ricos, algunos de sangre azul, y todos lo dejaron todo por Cristo, tal como San Pablo lo hizo: "Por causa de él lo perdí todo y lo considero basura a fin de ganar a Cristo" (Filipenses 3:8).

El valor y no valor de la pobreza
La pobreza exaltada en la Biblia no es aquella que impide a los seres humanos sustentar sus vidas y vivir con dignidad. Desde el principio, la Biblia nos presenta un Dios que, lejos de ser neutral o imparcial, lucha contra este tipo de pobreza.

De hecho, Dios está del lado de los pobres contra los ricos, como se ve en el cántico de María (Lucas 1:53). Se alegra de la caída de los ricos, no como seres humanos, sino en su calidad de ricos. Como seres humanos, Dios quiere la conversión del pecador, no su muerte. Dios es probablemente el único que distingue entre el pecador y sus pecados, condenando el pecado, pero salvando al pecador.

Como religiosos, nuestro voto de pobreza surge de la segunda bienaventuranza que cita San Mateo en su Evangelio: la opción por la pobreza (Mateo 5:3). La elección de la pobreza, por tanto, está motivada por la libertad respecto al dinero, que puede dominar el corazón, y por el deseo de testimoniar el amor de Dios por los últimos, los discriminados, los rechazados, compartiendo su condición. Buscamos compartir la condición de los pobres, tanto como lo hizo Jesús: "Siendo rico, se hizo pobre" (2 Corintios 8:9).

El voto de pobreza
Así como los votos religiosos de castidad, pobreza y obediencia hacen referencia a valores eternos, aquellos que los encarnan se convierten en sacramentos, embajadores, signo y símbolo de eternidad para el resto de los cristianos. Viviendo ya aquí y ahora los valores que todos estamos llamados a vivir en el cielo, relativizan realidades como el dinero, el poder y el placer.

Con respecto al voto de castidad, como en el cielo no hay muerte, no hay necesidad de matrimonio, como sugiere Mateo 22:30. Vivir en castidad o en amistad universal es lo que nos espera a todos.

En cuanto al voto de obediencia, lo que el religioso quiere relativizar es el amor por el poder, que tantos tienen; la obsesión por querer llegar a la cima, pensando que una vez allí no se tiene que obedecer a nadie. Obedeciendo, el religioso quiere mostrar que es haciendo la voluntad de Dios como mejor nos realizamos.

Conclusión - El dinero puede comprar muchas cosas materiales, pero las más importantes en la vida, como el amor, la felicidad, la fe y la dignidad, son invaluables y no están a la venta.

P. Jorge Amaro. IMC (Edit. Begoña Peña)





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