miércoles, 2 de septiembre de 2015

En Espíritu y Verdad


La mujer le dijo: «¡Señor, veo que eres profeta! Nuestros antepasados adoraron a Dios en este monte, pero vosotros decís que el lugar donde se debe adorar está en Jerusalén». Jesús le dijo: «Créeme, mujer, que se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. (…) Pero se acerca la hora, y es ya, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, pues estos son los adoradores que el Padre busca». Juan 4, 19-21, 23.

En dos simples palabras – Espíritu y Verdad – Jesús revela a la Samaritana y a todos nosotros la esencia de la oración. Como Dios es un ser espiritual que está en todas partes, la oración no necesita un lugar específico; Dios trasciende todos los lugares y, al mismo tiempo, es inmanente a todos ellos. Aunque no está condicionada por la especificidad del lugar, la oración sí está condicionada por nuestra forma de ser y de vivir. Sólo puede orar, sólo puede encontrarse con Dios, quien vive y permanece en la verdad.

Yahvé, el Dios de los nómadas
Greg Retallack realizó un estudio en el que establece una relación entre la identidad del dios adorado en un templo particular y la ubicación de dicho templo. Por ejemplo, los nómadas que vivían en suelos pobres adoraban a Hermes, el dios mensajero y mediador; los pueblos asentados en tierras fértiles tendían a adorar a dioses de la fertilidad como Hera.

Retallack concluye que los dioses de la antigua Grecia no surgieron de una ciudad imaginaria y poética llamada Olimpo, sino que personifican el modo de vida de esas gentes; en el fondo, los antiguos adoraban sus propios medios de subsistencia o, mejor dicho, adoraban a Aquel que ellos creían que garantizaba esos medios.

Dios es un ser espiritual. Obligados a guiar sus rebaños en busca de nuevos pastos, los pueblos dedicados a la ganadería, como el pueblo judío, son necesariamente nómadas. Mientras los pueblos sedentarios construían grandes templos y estatuas para representar sus creencias, los nómadas, para no tener que cargar con ídolos pesados durante sus desplazamientos, conceptualizaron a Dios como un Ser a la vez trascendente e inmanente.

Trascendente, porque al ser Creador de todo y de todos no puede ser representado por nada de lo que existe; para los nómadas, cualquier forma material de representar a Dios es idolatría. Inmanente, porque está en el corazón de cada cosa y persona, lo que lo hace fácil de llevar.

Los Turkana, en el norte de Kenia, usan la misma palabra para decir cielo y Dios. De igual forma, los mongoles, turcos y tártaros adoraban a Tengri, el dios del cielo azul. Dios, al igual que el cielo, está en todas partes. Una realidad que es a la vez trascendente e inmanente no puede ser material, sino espiritual.

Dios es un ser personal
Lejos de todo y de todos, al cuidar sus rebaños, los pastores pasan mucho tiempo solos; la soledad, el miedo y la inseguridad los llevan a establecer una relación con ese Ser espiritual, un Ser que se preocupa, que protege y que quiere tener una relación personal con cada miembro del pueblo. Los dioses de los pueblos sedentarios son materialistas y llaman al pueblo a tener más. Los dioses de los nómadas son espirituales y llaman al pueblo a despojarse y a desprenderse de los bienes materiales para cultivar el espíritu y ser más.

Templos del Espíritu Santo (1 Cor 3, 16)
Jesús respondió: «Si alguien me ama, guardará mi palabra; mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él». Juan 14, 23.

Dios, un ser espiritual, nos creó a su imagen y semejanza; por eso somos, al mismo tiempo, cuerpo, es decir, tenemos una dimensión física, y espíritu, tenemos una dimensión espiritual. Nuestro cuerpo es lo que tenemos en común con las demás criaturas que Dios creó; nuestro espíritu es lo que tenemos en común con el Creador.

Como somos intrínsecamente templos del Espíritu Santo, no necesitamos ningún otro templo para encontrarnos con Dios; sólo necesitamos guardar silencio y hacer un ejercicio de introspección, entrando dentro de nosotros mismos.

El silencio es capaz de cavar un espacio interior en nuestro íntimo para que allí habite Dios, para que su Palabra permanezca en nosotros a fin de que el amor por Él eche raíces en nuestra mente y en nuestro corazón, y anime nuestra vida. Benedicto XI.

No hay oración sin silencio, ni silencio sin oración; uno lleva al otro. La práctica diaria de la meditación tiene beneficios para la salud en general, tanto física como psicológica y espiritual. Reduce el estrés, la tensión arterial alta, ayuda a la concentración, a dormir, a vencer la ansiedad y el asma. La meditación es para el alma lo que el ejercicio es para el cuerpo. No tiene contraindicaciones, sólo beneficios en todos los niveles.

¿Qué es la verdad?
(…) Para esto vine al mundo: para dar testimonio de la Verdad. Todo aquel que vive de la Verdad escucha mi voz». Pilatos le replicó: «¿Qué es la verdad?». Juan 18, 37-38.

Como no espera una respuesta, más que una pregunta, la afirmación de Pilatos es un amargo desahogo de alguien cansado, que no encuentra sentido ni consuelo en la filosofía y el “modus vivendi” de los griegos y romanos de la época. Esta misma pregunta fue respondida por Jesús a sus discípulos cuando Él mismo se presentó ante ellos como “el camino, la verdad y la vida” (Juan 14, 6).

Jesús vino al mundo para dar testimonio de la verdad, es decir, para mostrar a los hombres cómo se vive en verdad en el día a día. En este sentido, como Cristo es la verdad, el estándar de humanidad, quien quiera ser auténticamente humano debe medirse con Cristo. La oración, sobre todo la oración bíblica o “Lectio Divina”, es de hecho el acto de medirse con Cristo.

Medirse con Cristo es encontrar la verdad de nuestras vidas; algo así como activar un GPS que nos dice dónde estamos, qué somos, dónde debemos llegar, qué nos falta para llegar y el camino hasta allí.

Si, pues, estás presentando una ofrenda en el altar y allí recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda. Mateo 5, 23-24.

Cuando nos medimos con Cristo, no sólo encontramos nuestra verdad a nivel individual, sino también nuestra verdad como miembros de una comunidad. Rezar, por tanto, no sólo tiene la dimensión vertical de amar a Dios, sino también la dimensión horizontal de amar al prójimo. Cuando me encuentro con Dios, reconozco mis déficits de amor al prójimo, porque Dios siempre pregunta, como hizo con Caín, ¿dónde está tu hermano? (Génesis 4, 9).

La verdad sobre mi
Cuando veas un gigante, examina primero la posición del sol para asegurarte de que no es la sombra de un enano. Von Hardenberg.

Dios se revela a quien está en contacto con su realidad. Quien tiene una falsa imagen de sí mismo también tendrá una falsa imagen de Dios; tal persona vive fuera de sí misma, y al perder contacto consigo misma, pierde contacto con Dios. Parafraseando la afirmación de Hardenberg, hay muchos enanos que, al no aceptar su realidad, proyectan hacia afuera la imagen del gigante que pretenden ser. Tantas veces se esconden y proyectan en esa imagen idealizada e irreal de sí mismos, que llegan a identificarse con ella y realmente piensan que son esa sombra.

No hay complejos de superioridad; el fanfarrón y orgulloso que proyecta una imagen de superioridad, en realidad se ve y se siente inferior. Al no aceptar esa inferioridad, trata de ocultarla no sólo de los demás, sino también de sí mismo; entonces, se llena de sí mismo como la rana que quería ser más grande que un buey para llenar el vacío que siente. Si estamos llamados a ser Templos del Espíritu Santo, no podemos llenarnos de nosotros mismos; por eso Dios no habita en quienes no son humildes, porque están llenos de sí mismos.

Cuando perdemos el contacto con nuestra realidad, con nuestra verdad, también perdemos contacto con Dios, porque Dios no puede relacionarse con alguien que no existe. Dios sólo se relaciona conmigo cuando estoy en contacto con mi realidad; cuando soy honesto conmigo mismo, no excuso mis pecados ni escondo mis defectos de mí mismo; cuando soy auténtico y no me refugio en falsas imágenes de mí.

Tener una imagen falsa de uno mismo lleva a tener una imagen falsa de Dios. La consecuencia es que si yo no soy yo, Dios no es Dios. Por tanto, la oración no es posible porque estoy divorciado de mi verdad.

Deus intimior timo meo
Se dice que Dios, queriendo ser el resultado de una búsqueda con cierto grado de dificultad, consultó a sus ángeles sobre el mejor lugar para esconderse de los hombres. Un ángel sugirió enterrarse en lo más profundo de la Tierra, pero Dios pensó que tarde o temprano el hombre acabaría excavando y encontrándolo. Otro ángel propuso las profundidades del océano, pero Dios también descartó esta idea, ya que un día el hombre tendría la capacidad de explorar el fondo de los océanos y lo encontraría fácilmente. Entonces, Dios exclamó: «¡Ya sé! Me esconderé en lo más profundo del corazón del propio hombre, él buscará en todos los lugares menos allí…».

San Agustín decía que Dios está más allá de lo más íntimo de mí mismo. Como Julio Verne en su Viaje al centro de la Tierra, para llegar hasta Dios, tengo que emprender un viaje de introspección al centro de mí mismo y más allá de él. Por eso la oración es un ejercicio de autoconciencia y autoconocimiento. Al igual que Dios, el ser humano también es un misterio para sí mismo; quien reza aumenta al mismo tiempo el conocimiento de sí mismo y el conocimiento de Dios.

El conocimiento de Dios y el conocimiento de nosotros mismos son partes del mismo proceso. No es posible conocerse a uno mismo sin conocer a Dios, ni conocer a Dios sin conocerse a uno mismo; porque Dios está más allá de mí, para llegar hasta Él debo pasar por mí mismo.

Yoga, Reiki, Zen y meditación trascendental
Buda era indio e hinduista, por lo tanto, formado y versado en el politeísmo y en la parafernalia de un número ilimitado de dioses. En reacción a todo esto, fundó el budismo, una “religión” o, mejor dicho, una espiritualidad atea. El budismo tradicional es un camino hacia la iluminación, hacia la auto perfección individual e incluso egoísta, ya que no contempla a los demás ni nuestra relación con ellos.

Hoy, en Occidente, el budismo se nos presenta mezclado con otras filosofías en forma de sincretismo religioso de la Nueva Era (New Age). Para la Nueva Era, Dios no es un ser personal, sino una energía de la cual todos podemos participar. El hombre es solo una partícula de esa energía que vive en el espacio y en el tiempo. Si Dios no existe como persona, el ser humano tampoco es persona.

Es cierto que para nosotros esto es incorrecto; Dios es mucho más que una energía, es un ser espiritual y personal. Un ser que siempre ha buscado revelarse al Hombre, y así lo hizo de forma limitada a lo largo de la historia de la humanidad, hasta encarnarse en la criatura que creó para un mayor conocimiento e interacción.

Para discernir cuál es la mejor actitud en relación a las prácticas espirituales del extremo oriente, tomemos como ejemplo la reacción de la Iglesia ante la teoría de la evolución de las especies de Darwin. Pío XII aceptó las conclusiones de Darwin en su encíclica Humanae Generis, tal como lo hizo el propio Darwin, que era religioso y siguió creyendo en Dios Creador y Salvador después de sus descubrimientos. Es irrelevante si Dios creó directamente al ser humano o si lo pensó al final de un proceso evolutivo…

En este sentido, también podemos separar las prácticas del budismo y otras prácticas espirituales del extremo oriente de su ideología o filosofía atea. «Lo que no mata, engorda», dice nuestro pueblo en su simplicidad, y Jesús dice: «Quien no está contra nosotros, está a nuestro favor» (Marcos 9, 40).

En estas vacaciones, con tiempo libre, busquemos la ayuda de estas técnicas orientales y no prestemos atención a aquellos cristianos fundamentalistas fanáticos que gustan de tirar al niño con el agua del baño.

Podemos excusarnos por no haber ido a misa un domingo porque no había iglesia en lo alto de la montaña o en las profundidades del valle, en la playa fluvial o en la playa marítima donde nos encontrábamos; pero no tenemos excusa para no habernos encontrado con Dios en Espíritu y con nosotros mismos en verdad.

¿Dónde podría esconderme de tu espíritu? ¿A dónde podría huir de tu presencia? Si subo a los cielos, Tú estás allí; (…) Si vuelo en las alas de la aurora o habito en los confines del mar, aun allí me guiará tu mano y me sostendrá tu diestra. Si digo: "Quizás las tinieblas me oculten o la luz se convierta en noche a mi alrededor", ni siquiera las tinieblas me ocultarían de Ti y la noche sería para Ti brillante como el día». - Salmo 139, 7-12.

Conclusión – Dios, al ser un ser espiritual, se encuentra dentro de nuestro propio espíritu, y para poder conectarnos verdaderamente con Él, es necesario conocernos y aceptarnos tal como somos. Un concepto erróneo sobre nosotros mismos distorsiona nuestra visión de Dios, lo que impide una auténtica relación con Él.

P. Jorge Amaro, IMC

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