La parábola del hijo pródigo es, sin lugar a duda, la narrativa más destacada de todos los tiempos. Es realmente una obra maestra y, de alguna manera, el emblema del Evangelio. Además de "Parábola del hijo pródigo", también se llama la parábola de los dos hijos, ya que la actitud poco loable del hijo mayor es una parte integral de la historia; por esta misma razón, otros la llaman el menos malo de los dos hijos malos, y finalmente, retirando el protagonismo a los dos hijos para dárselo al Padre, también hay quienes la llaman la parábola del Padre Misericordioso.
Dijo también: «Un hombre tenía dos hijos. El más joven le dijo al padre: 'Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde.' Y el padre repartió los bienes entre los dos.
Dijo también... - Jesús introduce esta parábola conectándola con las dos anteriores, la de la oveja y la dracma perdida. Unos perdidos en casa dentro del rebaño: la dracma, el hijo mayor y las 99 ovejas que simbolizan a los fariseos; otros perdidos fuera del rebaño, la oveja perdida y el hijo pródigo, que simbolizan a los publicanos, las prostitutas y los pecadores en general.
Para Jesús, tanto unos como otros, todos son pecadores necesitados de perdón, enfermos necesitados de cura. En verdad, como dice la Escritura, todos nosotros nos habíamos descarriado como ovejas perdidas, cada uno siguiendo su propio camino. Pero el Señor cargó sobre Él todos nuestros crímenes (Isaías 53:6). Cristo murió por todos porque todos éramos pecadores.
'Padre, dame la parte de los bienes' – Según la ley judía, un padre no podía disponer de su propiedad como quisiera. El hijo mayor tenía derecho a dos tercios y el más joven a un tercio de la propiedad (Deuteronomio 21:17). En esta tercera parábola, el drama se acentúa, ya no se trata de la pérdida de una oveja, una dracma, ni siquiera de parte de la propiedad; lo que preocupa a este padre es la pérdida del hijo.
Para entender la angustia de ese padre, recordemos la desesperación de Jacob cuando creyó haber perdido a José, su hijo más joven y preferido, porque era hijo de Raquel, la mujer a quien amó a primera vista y por quien tuvo que trabajar 14 años.
El drama de este padre, implícito en la parábola, es la ingratitud de su hijo menor. Pedir la herencia antes de la muerte, de su muerte, es como decirle: "Para mí ya has muerto, por eso la herencia debe ser repartida; no vales por lo que eres, ni por quién eres para mí, sino por lo que tienes. Como no quiero vivir contigo, no voy a quedarme aquí esperando tu muerte, quiero lo que me pertenece ya."
Y el padre repartió los bienes entre los dos – A pesar de sentirse profundamente ofendido por la ingratitud de su hijo, el padre no discute ni intenta convencerlo de que está actuando mal; sabe muy bien que lo que él no pudo enseñarle con amor, la vida se lo enseñará con dolor; el error y el sufrimiento como consecuencia son muchas veces parte integral del proceso de aprendizaje. De hecho, aprendemos más de nuestros errores que de nuestros aciertos; en este sentido, "No hay mal que por bien no venga."
Al respetar la libertad del hombre, revela Dios Todopoderoso su impotencia. Como no se puede obligar a un adulto a hacer el bien, así como Dios, cuántos padres contemplan cómo sus hijos destruyen sus vidas, por vicios o pereza, sin poder hacer nada.
No hay mujeres en esta parábola porque en ese tiempo las mujeres ni poseían bienes ni eran herederas de ellos; pero vemos a un padre con actitudes y gestos que tradicionalmente son más propios de una madre, por lo que podemos decir que la mujer, el carácter femenino, también está presente en esta parábola.
Pocos días después, (…) juntando todo, partió a una tierra lejana y allí gastó todo lo que poseía, en una vida desenfrenada. Después de gastar todo, (…) empezó a pasar privaciones. (…) Y, cayendo en sí, dijo: 'Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, ¡y yo aquí muriéndome de hambre!
Cayendo en sí – Fue necesario llegar al fondo para darse cuenta de su situación; pasar hambre, descender a la condición de cuidador de cerdos, animal impuro por excelencia, y ni siquiera tener acceso a las algarrobas que estos comían.
Deus intimior intimo meo est – Dios está más allá de mi íntimo; por lo que el camino hacia Dios pasa por lo más profundo de mi ser; cuando caminamos hacia Dios caminamos hacia una mayor conciencia de nosotros mismos; al contrario, cuando damos la espalda a Dios, como hizo el hijo pródigo, damos la espalda a nosotros mismos; fuera de sí como los drogadictos, los alcohólicos, anduvo desvarido mientras huía de Dios y de sí mismo.
No aceptaba su realidad de ser hijo de Dios, por lo que, de cierta manera, volvió a la "animalidad", al tiempo en que los seres humanos primitivos aún no tenían conciencia de sí mismos, allá en la evolución de las especies. Poseídos por una pasión o un vicio, cuando hacemos el mal, andamos fuera de nosotros mismos; perdemos la autoconciencia, el autocontrol y la identidad.
Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado tu hijo; trátame como a uno de tus jornaleros. Y, levantándose, fue a su padre.
Decide volver no tanto porque estuviera arrepentido, sino porque tiene hambre... primum vivere deinde philosophare... al volver aún está buscando su interés; vuelve porque tiene hambre y necesita más bienes; no vuelve por nostalgia del padre, sino porque en su casa hasta los siervos están mejor que él como cuidador de cerdos. No es digno de ser hijo, dice en su discurso preparado, y no parece interesado en ser hijo.
El hijo pródigo quería imponerse una penitencia; quería de alguna manera hacer restitución, compensar por lo que hizo, pero el padre no lo deja concluir el discurso que había preparado de antemano y lo detiene después de escuchar su confesión. Dios no necesita nuestra restitución ni nuestra penitencia para perdonarnos; Dios perdona y olvida. Pero, ¿y el purgatorio? Es una necesidad de nuestra naturaleza y no de Dios; porque Dios nos perdona más fácilmente y más rápido que nosotros mismos nos perdonamos.
Cuando aún estaba lejos, el padre lo vio y, llenándose de compasión, corrió a echarse a su cuello y lo cubrió de besos. El hijo le dijo: 'Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado tu hijo.' Pero el padre dijo a sus siervos: 'Traed rápidamente la mejor túnica y vestídsela; dadle un anillo para el dedo y sandalias para los pies. Traed el ternero gordo y matadlo; hagamos un banquete y alegremos, porque este mi hijo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y ha sido encontrado.' Y comenzó la fiesta.
Lejos no es el hijo quien ve al padre, sino el padre quien ve al hijo por quien estaba esperando, pues nunca dejó de esperarle, nunca lo olvidó y rehizo su vida, como se suele decir; al contrario, nunca lo dio por perdido, nunca prescindió de él y vivió con la esperanza de que algún día regresaría. El lugar que ocupamos en el seno de Dios no puede ser ocupado por nadie más y siempre queda vacío hasta que volvamos a Él.
El hijo hizo un poco de camino hacia el padre y hacia sí mismo, pero fue el padre quien hizo más camino; porque fue él quien nunca lo dio por irremediablemente perdido, nunca lo olvidó, siempre estuvo vigilante esperando su regreso, y cuando el hijo se presentó como jornalero, él, sin resentimientos y lleno de compasión, lo recibió como hijo.
Lo abraza, no se abrazan jornaleros, lo besa como a un hijo y de igual a igual, pues no lo deja arrodillarse. Luego le pone el anillo de heredero con el sello del poder; le pone la mejor túnica de hijo predilecto, como Jacob hizo con José. Por último, mata al ternero más cebado y es fiesta.
Ahora bien, el hijo mayor (…) oyó la música y las danzas. Llamó a uno de los siervos y le preguntó qué era aquello. Este le dijo: 'Tu hermano ha vuelto y tu padre ha matado el ternero gordo, porque ha llegado sano y salvo.' Encolerizado, no quería entrar;
El hijo que pecó aprendió una lección; cuántas veces necesitamos quedarnos privados de las cosas para darnos cuenta de su valor. El hijo menor entendió lo que era el amor del padre porque lo negó y porque huyó lejos de él. El hijo mayor nunca llegó a entenderlo.
Es precisamente en este sentido que San Agustín desarrolla su teología de la “Felix culpa” refiriéndose al pecado de Adán, y Lutero añade su paradoja “pecca fortiter”; si pecas, peca fuerte, pues solo un pecado fuerte es motivo para una fuerte conversión. La “peccata minuta” del hijo mayor no lo movió de su vida también pecaminosa.
'Hace ya tantos años que te sirvo sin transgredir nunca una orden tuya, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos; y ahora, cuando ha llegado tu hijo, que ha gastado tus bienes con prostitutas, le has matado el ternero gordo.' El padre le respondió: 'Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo que es mío es tuyo. Pero teníamos que hacer una fiesta y alegrarnos, porque este tu hermano estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y ha sido encontrado.'» Lucas 15, 11-32
El pecado del hijo menor fue rechazar la paternidad de su padre, el pecado del hijo mayor es el mismo; él tampoco se considera hijo, sino jornalero, entendiendo a su padre como un capataz justiciero, por lo que le obedece no por amor, sino por miedo.
Al igual que el joven rico y los fariseos, nunca transgredió un solo mandamiento. Cumplían solo la letra de la ley porque, como bien decía Jesús, su interior estaba lleno de inmundicia, como queda claro por la forma en que el hijo mayor describe la vida disoluta de su hermano. El hijo mayor es, de alguna manera, como aquellos que solo se comportan bien ante la policía y la autoridad; patrón fuera, en el día santo, en la tienda.
Un hijo verdadero comparte la vida y los bienes con el padre y se comporta según la “libertad de los hijos de Dios” (Romanos 8,21). Por eso no necesitaba pedir un cabrito, pues disponía de la herencia que es debida a quienes son y se comportan como hijos de Dios (Mateo 25).
De cómo el hijo pródigo gastó el dinero no lo sabemos del narrador, sino del hijo mayor; en todo el texto no se habla de prostitutas hasta que el hijo mayor las menciona, apelando a la posibilidad de que el padre fuera puritano y riguroso contra este tipo de pecados. Hay una cierta moralidad católica que juzga toda la materia sexual como pecaminosa y que hace la vista gorda a los pecados de justicia social.
Por otro lado, si psicoanalizamos el énfasis que el hijo mayor da a la forma en que su hermano gastó el dinero, llegamos a la conclusión de que, en realidad, el hijo pródigo solo hizo lo que el hermano mayor siempre quiso y deseó, pero nunca tuvo el valor de hacer. Es, por tanto, una cuestión de envidia.
A diferencia del hijo menor, que llama al Padre, padre, el hijo mayor, al dirigirse al Padre, no lo trata como tal. Y tampoco trata al hermano como hermano, refiriéndose a él como “ese hijo tuyo”. Cuando Dios no es Padre, los demás no son hermanos, sino enemigos o rivales. Ante los cuales sentimos envidia, resentimiento y odio. Mucho se habla del amor al prójimo como lo más importante y la prueba de que amamos a Dios; pero es solo cuando amamos a Dios que nuestro prójimo es verdaderamente cercano y no un extraño.
Una catequista, después de contar la parábola del hijo pródigo a los niños, les pidió que la contaran con sus propias palabras. Un niño recontó la parábola tal cual hasta el momento en que el hijo pródigo aparece en el horizonte. Luego dijo que, cuando el padre vio al hijo, agarró un garrote y corrió hacia él.
En el camino, encontró al hijo mayor que le preguntó a dónde iba. El padre le dijo que iba al encuentro de su hermano. Al oír que su hermano había vuelto, también agarró otro garrote y ambos fueron al encuentro del desgraciado al que dejaron medio muerto. Después de descargar toda su ira acumulada, dijeron entre sí: hagamos fiesta, comamos y bebamos a la salud de este desagradecido.
Así fue como aquella niña expresó lo que naturalmente haría cualquier padre del mundo, pero Dios Padre no es así; porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos, dice el Señor (Isaías 55:8).
Conclusión - La parábola del hijo pródigo es, sin lugar a duda, la narrativa más notable de todos los tiempos. Es realmente una obra maestra y, de alguna manera, el "ex libris" del Evangelio.
P. Jorge Amaro, IMC
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