martes, 1 de marzo de 2016

Perdidos y hallados - Una oveja y una dracma

«¿Quién de vosotros, que tenga cien ovejas y pierda una de ellas, no deja las otras noventa y nueve en el desierto y va tras la que está perdida hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a casa, llama a los amigos y vecinos y les dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado mi oveja perdida"Lucas 15, 4-6

La oveja perdida
Chacales, hienas y lobos son enemigos declarados de las ovejas. Mientras la mayoría de los animales matan por necesidad, los lobos no se conforman con degollar una oveja y comerla en paz; al contrario, las degüellan a todas y no paran hasta verlas todas muertas, como si sintieran placer en matar.

Cuando era niño y pastor, llevaba mi pequeño rebaño lejos y, en ocasiones, me escondía para observar su reacción. Las ovejas pastaban tranquilas, con un ojo en la hierba y otro en el pastor. Pero, si dejaban de verme, levantaban la cabeza, los cencerros se silenciaban, miraban en todas direcciones, y si no me encontraban, corrían desesperadas hacia casa. Entonces salía de mi escondite, silbaba, y volvían.

Con esto en mente, si un pastor cuida solo de su rebaño, parece inverosímil que lo abandone y ponga en riesgo a 99 ovejas por una perdida. Como mucho, primero aseguraría a las 99 y luego buscaría a la perdida.

Este pastor, sin embargo, es especial y usa una matemática diferente: para él, 99 es igual a una, y una igual a 99. Dios tiene prioridades distintas. Las 99 son dejadas por una sola.

Se cuenta que una madre con 9 hijos, al perder a uno, amiga a título de consuelo le dijo que aún tenía 8. A lo que ella contesto, Si tengo 8, pero no tengo al que perdí”.

El lugar que ocupamos en el corazón de Dios no es reemplazable. Aquí reside la dignidad humana: somos únicos para Dios. Cuando alguien se pierde, Dios espera, como el padre del hijo pródigo, su regreso. Y, de hecho, en la parábola, el hijo pródigo volvió a ocupar el lugar que solo a él le pertenecía.

Según nuestra lógica, las 99 tendrían motivos para resentirse. Vemos este resentimiento en el hijo mayor de la parábola. Dando voz a ese sentimiento, podríamos decir: “Esa oveja perdida quizá no quiera ser encontrada. Tiene lo que merece por portarse mal”.

Para colmo, cuando la encuentra, no la arrastra de forma brusca, sino que la carga sobre los hombros y organiza una gran fiesta. Incluso llega a decir que habrá más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse. (Lucas 15, 7).

¿Pastoral o evangelización?
A diferencia de este pastor divino, la Iglesia, durante mucho tiempo, se preocupó poco por la oveja perdida, diciendo: “Todavía tenemos 99 que cuidar”. Para estas 99 surgieron múltiples pastorales: universitaria, juvenil, de enfermos, etc.

Hoy, sin embargo, estadísticamente, las 99 son las pérdidas y solo queda una en el rebaño. Aunque la parábola se haya invertido, la actitud pasiva de los pastores, que ahora engordan a una sola oveja, no ha cambiado. Ahora dicen: “Todavía tenemos una”.

¿Tiene sentido seguir hablando de pastoral esto o aquello? Decir “pastoral universitaria” o “pastoral sanitaria” puede ser presuntuoso si consideramos como ovejas de nuestro rebaño a los dos mil estudiantes de una universidad o a cientos de enfermos de un hospital.

Si reemplazáramos la palabra “pastoral” por “evangelización”, seríamos más honestos. Tal vez esta realidad nos impulsaría a cambiar la actitud pasiva del pastor por la proactiva del “pescador de hombres” que Jesús nos pidió ser.

Misericordia y misión
Todo lo escrito en el pasado fue para nuestra enseñanza, para que, mediante la paciencia y el consuelo de las Escrituras, tengamos esperanza. Que el Dios de la paciencia y el consuelo os conceda estar unidos en un mismo sentir, según Cristo Jesús. Romanos 15, 4-5

Así, podemos ver la misericordia como misión, y la misión como una obra de misericordia. Esto es lo que sugiere el logotipo del Año de la Misericordia proclamado por el Papa Francisco. Ir tras la oveja perdida es tanto una obra de misericordia como una misión de nueva evangelización. De hecho, en el logotipo, el Buen Pastor no lleva una oveja perdida, sino un ser humano, el hijo pródigo.

No hay mayor consuelo que vivir el Evangelio y ser testigos de él para que otros disfruten del mismo consuelo. Hagamos misión en el sentido de Isaías: “Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios” (Isaías 40, 1).

La dracma perdida
«¿O qué mujer, que tiene diez dracmas y pierde una, no enciende una lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta hallarla? Y cuando la encuentra, convoca a sus amigas y vecinas y les dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma perdida". Así os digo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.» Lucas 15, 8-10

Nos escandaliza la actitud de Jesús hacia las 99. Sin embargo, para Él, las 99 también están perdidas. La diferencia es que la oveja perdida y el hijo pródigo se perdieron fuera del redil, mientras que las 99, la dracma y el hijo mayor estaban en casa, pero igualmente perdidos de Dios y de sí mismos.

Una dracma equivalía a un día de trabajo; perder una era significativo. La mujer barre la casa y hace fiesta al hallarla. Dios celebra por cada uno de nosotros.

Los que van son los peores
Es cierto que esta queja ha servido de justificación para muchos que no participan en los sacramentos, considerándose cristianos no practicantes. Sin embargo, el mal ejemplo que dan algunos cristianos practicantes en su vida diaria hace que esta afirmación, en muchos casos, sea cierta. Es decir, no se nota en sus vidas que las prácticas religiosas tengan algún impacto significativo.

Por esta razón, sería útil establecer algún mecanismo que permitiera a los cristianos analizar las razones por las que practican los sacramentos. Podrían evaluar el lugar que ocupa la práctica religiosa en sus vidas y determinar si es un motor de cambio constante hacia una vida nueva y de conversión continua, o si, por el contrario, aliena y justifica un determinado modus vivendi o “status quo”.

Cuando vivía en Etiopía, observé cómo la ignorancia mataba a muchos enfermos de tuberculosis. Como no habían tomado antibióticos antes, los enfermos etíopes, tras dos meses de tratamiento con estreptomicina, se sentían completamente curados y abandonaban la medicación. Nosotros sabíamos que no estaban totalmente curados y, cuando la enfermedad regresaba, era mucho más virulenta y resistente a los antibióticos, causando muchas muertes.

En este sentido, la Organización Mundial de la Salud alerta contra el abuso de antibióticos para pequeñas dolencias, ya que el cuerpo se acostumbra a ellos y, cuando son realmente necesarios, dejan de ser efectivos.

Lo mismo ocurre a nivel eclesial. Los sacramentos son auténticos "antibióticos" para eliminar los microbios y bacterias del mal. Pero, si se abusa de ellos o se practican por rutina, pierden su eficacia.

Del mismo modo, la Palabra de Dios, que los cristianos practicantes escuchan a menudo, corre el riesgo de convertirse en algo ya conocido, un “déjà vu”, que ya no penetra en lo más íntimo. De este modo, nos hacemos impenetrables como el primer terreno de la parábola del sembrador.

Conclusión - Al combinar las dos parábolas, llegamos a la conclusión de que las 99 ovejas no estaban menos perdidas que la una. En el rebaño del Señor, ni están todos los que son, ni son todos los que están.

P. Jorge Amaro, IMC

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