viernes, 2 de septiembre de 2016

Si Mahoma no va a la montaña...

Cada cabeza es un mundo – Es inevitable que surjan conflictos en las relaciones humanas, y el resultado final de acaloradas discusiones y polémicas entre individuos con personalidades diferentes y posturas antagónicas sobre el mismo tema es, muchas veces, el desacuerdo y la ruptura de relaciones.

Es frecuente que ninguna de las partes reconozca que ha ofendido y que ambas se sientan ofendidas. Es muy probable que la divergencia en la atribución de la culpa se deba al hecho de que ambas partes sean, al mismo tiempo, ofensores y ofendidos.

Para restablecer la armonía y la paz, los ofensores deben pedir perdón y los ofendidos deben perdonar. Cuando unos y otros hacen lo que se espera de ellos para restablecer la comunicación, el conflicto cesa, se restablece una paz más fuerte y duradera entre ambas partes, que se sienten satisfechas, aunque inicialmente hayan tenido que contradecir y superar sus instintos básicos y tragarse su orgullo.

Sin embargo, en la realidad, muchas veces no es eso lo que ocurre. Hay ofensores que nunca piden perdón y ofendidos que nunca perdonan.

Es de esperar que Mahoma vaya a la montaña
"Por tanto, si llevas tu ofrenda al altar y allí recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda delante del altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda." (Mateo 5, 23-24)

El evangelio citado pide a los agresores que reconozcan su culpa y pidan perdón. Pero si estos no lo hacen, para evitar el inmovilismo y la situación de bloqueo que se crea, el evangelio ordena que sea el agredido quien vaya al encuentro del agresor. Esta situación está descrita con detalle en Mateo 18, 15-18.

Es una de las primeras preguntas que Dios dirige al hombre en la Biblia: "¿Dónde está tu hermano?" (Génesis 4, 9), a la que no puedo responder encogiéndome de hombros y diciendo que no lo sé, que no soy guardián de mi hermano, como dijo Caín. Si buscamos amar al prójimo como a nosotros mismos, nos damos cuenta de que, de hecho, sí somos guardianes de nuestros hermanos.

Cuando nos ponemos ante Dios, como el fiel del texto de Mateo, Dios actúa como un espejo y nos hace ver quiénes somos y cómo nos relacionamos con nuestros hermanos. Por lo tanto, es imposible que allí no recordemos el mal que hemos hecho a nuestros hermanos. Si no escuchamos la voz de la conciencia y no pedimos perdón a nuestro hermano, somos hipócritas; podemos rezar y practicar todo tipo de actos religiosos, pero Dios nos da la espalda mientras no nos reconciliemos con nuestro hermano.

El segundo mandamiento es el amor al prójimo, y como no podemos amar a Dios, a quien no vemos, si no amamos al prójimo, a quien sí vemos (1ª Juan 4, 20), solo cuando amamos al prójimo demostramos que amamos a Dios. Como sugiere el capítulo 25 del evangelio de San Mateo, a Dios se le ama en el prójimo o no se le ama: "Todo lo que hicisteis por uno de estos hermanos míos más pequeños, por mí lo hicisteis."

El juicio final, tal como lo describe el evangelista, se basa en el mandamiento del amor al prójimo y no en el mandamiento del amor a Dios. Por lo tanto, es en cierto modo un juicio civil y no religioso. Con esto podemos concluir que toda práctica religiosa que no lleve a un crecimiento personal, a ser mejores personas y a mejorar nuestras relaciones con los demás, es opio y alienación.

Muchos Mahomas no van a la montaña
Cuando era pequeño, me gustaba mucho jugar con mi gato y me maravillaba su agilidad. Para ponerla a prueba, lo sujetaba por las cuatro patas y lo dejaba caer de espaldas; fuera cual fuese la distancia hasta el suelo, siempre lograba girarse y caer sobre sus cuatro patas.

Al igual que mi gato, hay muchos ofensores que siempre caen de pie. Nunca admiten que han hecho algo malo y buscan justificarse a sí mismos. Racionalizan su comportamiento; dicen que fue sin querer, que no fue con mala intención. Pero, por mucho que algunos se resistan a admitirlo, donde hay humo, hay fuego; donde hay un ofendido, hubo un ofensor, y nunca ninguna ofensa se hizo para el bien del ofendido, sino todo lo contrario.

El tiempo todo lo cura, menos la vejez y la locura
También hay quienes se hacen responsables y admiten su culpa, pero en su orgullo consideran que pedir disculpas es humillarse ante los demás, y esperan que el tiempo cure la herida del agredido. La psicología nos dice que eso no es lo que sucede. Cuando pedimos perdón, la ofensa se retira; cuando no lo hacemos, permanece en el corazón del ofendido y probablemente se acumule con otras anteriores, haciendo crecer el resentimiento y envenenando las relaciones futuras.

No pedir perdón es como una herida que, aparentemente, parece estar sanada porque ha cerrado; sin embargo, bajo la piel que la cubre, el tejido se va pudriendo, generando pus y cambiando de color. Cuando menos se espera, revienta, creando una situación peor que la inicial.

Muchas veces nos sorprendemos ante la desproporcionada ira y explosión de ciertas personas ante una pequeña ofensa, porque desconocemos que esa pequeña ofensa es solo la última gota que ha colmado el vaso de su resistencia emocional.

"Si os enojáis, no pequéis; que el sol no se ponga sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo." (Efesios 4, 26-27) – Como sugiere San Pablo, lo mejor es pedir siempre perdón por cada ofensa y nunca dejar pasar la ocasión de hacerlo, para evitar la acumulación de culpas y resentimientos.

Para algunas personas, lo que hace difícil pedir perdón es la posibilidad de no obtenerlo, así como la eventualidad de tener que enfrentarse a la ira y la humillación de la persona a quien se lo piden.

Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma
"Si tu hermano peca contra ti, ve y corrígelo a solas. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma contigo a una o dos personas más, para que toda la cuestión se resuelva por la palabra de dos o tres testigos. Si tampoco les hace caso, díselo a la Iglesia…" (Mateo 18, 15-18)

Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma – Esta es la formulación del refrán popular que oímos en muchos contextos. Históricamente, sin embargo, la formulación es al revés: Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña. La primera aparición de este dicho, con esta formulación, está en el capítulo 12 de los ensayos de Francis Bacon, publicado en 1625.

Para evitar el inmovilismo, el estancamiento de las relaciones humanas o la guerra fría del resentimiento, el evangelio tiene un mensaje tanto para los ofensores como para los ofendidos, como hemos visto antes. A los ofensores, los exhorta a pedir perdón. En caso de que no lo hagan, podemos y debemos perdonarlos en nuestro interior, como Jesús en la cruz con sus verdugos.

Sin embargo, el perdón interior es insuficiente y no es pedagógico ni para nosotros como ofendidos ni para los ofensores, ya que es un comportamiento pasivo. Lo ideal es adoptar una actitud proactiva y asertiva: acercarnos a ellos con la bandera blanca izada, como sugiere el evangelio.

Gramaticalmente, el asertividad usa la voz pasiva, con la esperanza de que, ante nuestra miseria, quien nos ha agredido sienta misericordia y nos pida perdón.

Conclusión - Si quien nos ha ofendido no viene a pedirnos perdón, el evangelio nos llama a dar el primer paso; no para acusarlo, sino para hacerle ver nuestro dolor, con la esperanza de tocar su conciencia y abrir camino al arrepentimiento y la reconciliación.

P. Jorge Amaro, IMC

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