domingo, 15 de junio de 2025

Institución de la Eucaristia

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En el Quinto Misterio Luminoso, contemplamos la Institución de la Eucaristía.

Del Evangelio de San Mateo (26, 26-28)
"Y mientras comían, Jesús tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciendo: ‘Tomad y comed, este es mi cuerpo.’ Tomó luego una copa, y tras dar gracias, se la dio, diciendo: ‘Bebed todos de ella, porque esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados.’"

Comentario de San León Magno
"Nuestra participación en el Cuerpo y la Sangre de Cristo tiene como objetivo transformarnos en lo que recibimos. Sin embargo, no basta con recibirlo; debemos hacernos dignos, abandonando el pecado y recorriendo el camino de la cruz."

Meditación 1
"Yo recibí del Señor lo que también os he transmitido: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: ‘Este es mi cuerpo, que es para vosotros; haced esto en memoria mía.’" (1 Corintios 11, 23-25)

Pablo escribe a los cristianos de Corinto para advertirles de que las divisiones y desigualdades dentro de la comunidad comprometían el verdadero sentido de la celebración de la Eucaristía y amenazaban la unidad de la Iglesia.

Sin la Eucaristía no hay Iglesia, y sin la Iglesia no hay Eucaristía. La Eucaristía es, ante todo, la reunión de los cristianos, esta comunidad fundada por Jesús y llamada Iglesia. Los cristianos, como miembros del Cuerpo de Cristo, celebran la vida, muerte y resurrección de Jesús, tal como Él nos enseñó.

Si un día dejara de celebrarse la Eucaristía, ese día la Iglesia dejaría de existir. De la misma manera que una asociación cuyos miembros nunca se reúnen desaparecería, así la Iglesia dejaría de existir sin la celebración de la Eucaristía, la memoria viva del nacimiento, vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús.

La Eucaristía es el corazón de la Iglesia. En el cuerpo humano, el corazón impulsa la sangre, enviándola a las células y recibiéndola de vuelta. Del mismo modo, la vida del cristiano es un movimiento constante entre la Eucaristía y el mundo. Antiguamente, al final de la misa en latín, el sacerdote decía “Ite missa est”, que significaba “podéis ir, la misa ha terminado”, pero también implicaba: “La misa ha terminado, ahora empieza la misión.”

Meditación 2
"Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, produce mucho fruto. Quien se apega a su vida, la perderá." (Juan 12, 24-25) Jesús interpretó su propia muerte como la de un grano de trigo, que para dar fruto, necesita morir; tiene que renunciar a sí mismo y comprender que su vida no es para él, sino para los demás, para servir a un valor mayor.

"Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos," dijo Jesús. Así como una madre da la vida por su hijo—al principio, el alimento del bebé proviene del cuerpo de la madre. La palabra "mamá" viene de "mama", el pecho que nutre. Y cuando el niño crece, el primer alimento sólido es la papilla hecha de los cereales cultivados por el padre, a quien el bebé aprende a llamar "papá."

La cadena alimenticia está compuesta por seres vivos que se alimentan unos de otros. La vida solo se alimenta de vida. Viviendo en este planeta, estamos sujetos a las leyes de la naturaleza. De la misma manera que tenemos que matar para mantener el cuerpo vivo, necesitamos morir para encontrar sentido en la vida, como el grano de trigo.

Es decir, para vivir con sentido debemos gastar nuestra vida al servicio de algo más grande que nosotros. Beethoven fue alimento para la música, así como Gandhi lo fue para la no violencia y Nelson Mandela para la lucha contra el racismo. ¿Y nosotros? ¿De qué somos alimento?

La Eucaristía, además de mantener a la Iglesia como comunidad que continúa la misión de Cristo en la tierra, también encierra el sentido de la vida humana. Participamos en la Eucaristía para volvernos más eucarísticos, entregando nuestra vida en servicio y amor al prójimo.

Oración
Señor Jesús,
que en la Última Cena nos dejaste el don de la Eucaristía,
Tu Cuerpo y Tu Sangre entregados por amor,
ayúdanos a vivir esta presencia viva y transformadora en nuestro día a día.

Que al comulgar con Tu Cuerpo,
seamos transformados a Tu imagen,
renunciando al pecado y abrazando el camino de la cruz con humildad y gratitud.
Que así como el grano de trigo, sepamos morir a nosotros mismos
para que nuestra vida dé fruto en amor, servicio y entrega al prójimo.

Enséñanos, Señor,
a ser más eucarísticos,
convirtiéndonos en instrumentos de Tu paz,
testigos de Tu justicia,
y señales vivas de Tu Reino en el mundo.

Que al participar en la Eucaristía,
seamos enviados en misión,
llevando Tu luz y Tu amor a todos los que encontremos,
para que Tu Reino de fraternidad, justicia y paz crezca entre nosotros. Amén.

P. Jorge Amaro, IMC

domingo, 1 de junio de 2025

Transfiguración

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En el cuarto Misterio Luminoso contemplamos la Transfiguración de Jesús.


Del Evangelio de Mateo (17:1-2)
"Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a Juan, su hermano, y los llevó aparte a una montaña alta. Allí se transfiguró delante de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz."

Comentario de San Agustín
"Jesús se volvió tan resplandeciente como el sol para indicar que Él es la luz que ilumina a todo hombre; Él es el Mesías que la humanidad esperaba, el único Salvador, el vencedor."

Meditación 1
Sumergidos en una experiencia de luz y significado que anticipa la Resurrección del Señor, los discípulos reciben un nuevo mandato: “¡Escuchadlo!”. Escuchar y obedecer comparten la misma raíz: significa estar atentos, permitiendo que todos los sentidos conozcan internamente y adhieran a la Verdad que es Jesús.

La Transfiguración del Señor refleja el momento del Bautismo de Jesús, donde, al igual que en el Monte Tabor, Dios habla y la esencia divina de Jesús es revelada. Sin embargo, mientras el Bautismo marca el inicio de la misión pública del Maestro, la Transfiguración señala el culmen de su misión con la confirmación del Antiguo Testamento, representado por Moisés y Elías, testigos de que Jesús está cumpliendo las antiguas profecías.

El objetivo de la Transfiguración era preparar a los apóstoles, fortaleciendo su fe al ser testigos de la esencia divina de Jesús en anticipación de su pasión y muerte como ser humano. A pesar de esta visión extraordinaria, no fue suficiente para impedir la debilidad de los discípulos, como lo demuestra la negación de Pedro y la huida de los demás apóstoles.

Meditación 2
La Transfiguración de Jesús en el Monte Tabor nos enseña una profunda verdad espiritual: la gracia de Dios tiene el poder de transfigurarnos, revelando nuestra verdadera belleza y dignidad a Sus ojos, mientras que el pecado nos desfigura, alejándonos de nuestra esencia y oscureciendo la imagen divina en nosotros.

En este episodio vemos cómo la presencia de Dios puede transformarnos, iluminándonos con Su gloria, tal como Cristo fue iluminado ante los apóstoles. Por otro lado, el pecado impide que esa luz brille, distorsionando nuestro ser y alejándonos de la plenitud de vida que Dios nos ofrece. La Transfiguración nos invita así a permitir que la gracia divina nos transforme, liberándonos de las sombras del pecado y conduciéndonos a la verdadera luz de Cristo.

Oración
Señor Jesús,
en Tu Transfiguración nos mostraste Tu gloria divina,
una luz que ilumina nuestros corazones 
y nos llama a la verdadera vida.

Concédenos la gracia de escucharte con atención,
de adherirnos a Tu Verdad con todo nuestro ser,
y de ser transfigurados por Tu presencia en nosotros.

Transfórmanos, Señor, por Tu luz,
para que, libres del pecado que nos desfigura,
podamos reflejar la belleza de Tu imagen 
en todo lo que somos y hacemos.

Cuando las sombras de la debilidad nos envuelvan,
recuérdanos que Tu gracia es más fuerte que nuestro pecado,
y que contigo caminamos hacia la plenitud de la vida.

Fortalécenos, como hiciste con los apóstoles,
para que, aun en las pruebas, mantengamos firme la fe,
sabiendo que Tu gloria nos espera más allá de la cruz. Amén

P. Jorge Amaro,  IMC