viernes, 19 de octubre de 2012

El Año de la Fe

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta cubierto de rocío
pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abría! ¡Qué extraño desvarío
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía!»

¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!
Lope de Vega


Siempre se nos dice que la fe es un don de Dios, y en cierto modo lo es, porque como dice San Pablo, es el Espíritu Santo quien clama dentro de nosotros Abba Padre (Gálatas 4:6); o como dice Jesús en Juan 15:16, «No me elegisteis vosotros a mí, sino que fui yo quien os elegí a vosotros». Sin embargo, si la fe es fundamentalmente un don de Dios, ¿no sería Dios injusto porque no ha concedido este don a los que se llaman ateos o agnósticos?

Dios sólo ama a los que le aman, me gusta repetir retóricamente en mis sermones. Por supuesto que es falso, pero solo lo es en teoría, en la práctica es como si fuera verdad. Lo que nos calienta no es el sol directamente, sino la retroalimentación o respuesta de la tierra. De hecho, cuanto más alto y más lejos de la tierra estemos, más fríos estaremos (todos hemos visto en los paneles informativos que la temperatura exterior de un avión a 10.000 metros es de 50 grados centígrados bajo cero).

La salvación es gratuita, pero no es automática; Dios alimenta a los pájaros del cielo, pero no les pone la comida en el nido; tienen que buscarla. Lo que nos salva no es tanto la fe como don de Dios, sino la fe como elección y como respuesta al don de Dios. Dios ama a todos por igual; amó a Hitler y a Francisco de Asís de la misma manera. La diferencia entre ellos radica en su respuesta al don de Dios: negativa en el primero, positiva en el segundo.

Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo. Apocalipsis. 3, 20

La puerta solo se abre desde dentro; Jesús no tiene forma de abrirla desde fuera. Es en la aceptación de la gracia de Dios que nos salvamos, es en el rechazar a Dios que nos condenamos. La fe puede ser un don de Dios, pero es también una opción humana. Ante nuestra libertad Dios omnipotente es impotente porque nos creó libres.

P. Jorge Amaro, IMC (Trad. LIliana Monroy)


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