Origen del pecado y pecado original
Dios creó al hombre a su imagen y semejanza; con el pecado perdimos la semejanza de Dios, pero aún mantenemos su imagen. Ya no somos como Dios nos creó; el pecado de nuestros padres se extendió en el espacio y el tiempo, alterando profundamente la naturaleza humana.
El hombre construyó su propio infierno, tipificado en las ciudades de Sodoma y Gomorra. El diluvio para destruir todo y empezar de nuevo con la familia de Noé fue el primer plan para salvar a la especie humana. La descendencia de Noé pronto volvió al pecado de sus antepasados.
Los padres comieron uvas verdes y los dientes de los hijos se embotaron. (Jeremías 31:29) Sin conocer las leyes de la herencia de Mendel, los hebreos eran conscientes de que ciertos males se transmitían de padres a hijos. De hecho, el pecado de Adán y Eva los corrompió no solo a nivel existencial como personas, sino también a nivel genético, por lo que las consecuencias serían sufridas por toda la especie humana.
Usurpación del criterio del bien y del mal
La pseudo-emancipación del hombre, el querer ser como Dios, el haber usurpado a Dios la prerrogativa del bien y del mal, fue el origen del pecado o pecado original que se transmite de generación en generación, ya que modificó el ADN de la especie humana.
El mal se instaló dentro de la especie humana de tal forma que, como decía Jesús en Mateo 15:11: “No es lo que entra por la boca lo que contamina al hombre; lo que sale de la boca es lo que contamina al hombre”. Por lo tanto, no es la mala educación la que lleva al hombre a ser malo; la maldad ya está en el interior.
Mientras el criterio del bien y del mal estaba en el centro del jardín del Edén y pertenecía exclusivamente a Dios, la tierra era el Reino de Dios; había paz, unión, consenso, pues todos se sometían a un criterio único.
Cuando el Hombre, queriendo ser como Dios, se colocó en el centro, robando la prerrogativa del bien y del mal, se instaló la división, la guerra, la subjetividad, la arbitrariedad, el relativismo, la división, la discordia. Todos los individuos quieren el centro. No puede haber dos centros; si yo tengo el criterio del bien y del mal, tú no lo tienes o yo no te lo reconozco.
Nadie hace el mal pensando que está haciendo el mal; Hitler al matar a 5 millones de judíos pensaba que estaba prestando un servicio a la humanidad; los suicidas que se matan matando a personas inocentes dicen que se están sacrificando por un bien mayor; los extremistas musulmanes matan en nombre de Dios…
Somos manzanas con gusano
Los padres que se esfuerzan en la educación de sus hijos se sorprenden cuando estos empiezan a mentir, a robar y a hacer otras travesuras que ellos nunca enseñaron a sus hijos. El mal está dentro de nosotros y no necesita ser aprendido. Como diría el psicólogo Jung, el mal pertenece al inconsciente colectivo de la humanidad. Cada acto malvado que un individuo lleva a cabo se instala en ese coeficiente colectivo de tal forma que los individuos que nacen después nacen con la capacidad de volver a realizarlo sin necesidad de ningún aprendizaje.
Mucha gente al ver una manzana con un agujerito piensa que el agujerito fue hecho por el gusano al entrar en la manzana cuando lo contrario es verdad, fue hecho por el gusano al salir de la manzana. El gusano es un huevo que un insecto depositó en la manzana en el momento de su concepción, es decir, cuando aún era una flor. Todos nosotros somos manzanas con gusano, el mal está dentro de nosotros y solo necesita una determinada circunstancia para revelarse.
Por lo tanto, no es como dice el proverbio “La ocasión hace al ladrón”. Todos tarde o temprano se enfrentan a situaciones donde pueden robar; de entrada, todos somos capaces de robar. Robar o no robar dependerá del grado de educación en valores humanos que tengamos en el momento de la tentación. Solo ese grado de educación en valores humanos puede contrarrestar la tendencia innata en todos.
De Eva a Ave
Dos son las razones por las cuales Dios vino a nosotros en forma humana; la primera, para decirnos de forma definitiva cómo es Dios; la segunda, para decirnos cómo es el ser humano y cómo debe ser. Cristo es, de hecho, la medida del humano, el patrón de la humanidad, aquel con quien todos los individuos deben medirse, pues Él es la norma, es el modelo, el paradigma. Cristo es el hombre que Dios creó en Adán antes de que este desobedeciera; de hecho, Jesús muestra con sus palabras y obras que se mantiene toda su vida obediente a Dios.
Así como Cristo es el segundo Adán, María es la segunda Eva. Ave es, de hecho, Eva al revés. Cristo, el Hijo de Dios altísimo, no podía tener como madre a Eva después del pecado; por eso en el momento de su concepción, en el momento en que media célula de Joaquín se unió a la media célula de Ana, su esposa, Dios actuó evitando que los genes que desde el pecado de Adán y Eva habían pasado de generación en generación pasaran también a María.
María fue concebida sin pecado original por haber sido destinada a ser la madre del Hijo de Dios. No tiene sentido que Dios encarnara en la naturaleza humana que Adán y Eva modificaron con el pecado. Por eso, María, que iba a ser la madre del Señor, fue preservada de esta herencia negativa común a todos los mortales.
En Etiopía no existe la figura negativa de madrastra. Muchas veces una es la madre biológica y otra es la madre que cría y educa. Se le llama “Ingera enat”, es decir, madre del pan. Cuando estudiaba teología, tenía un compañero que a su tía biológica llamaba madre y a su madre biológica llamaba tía.
Mi compañero había sido rechazado por su madre biológica y acogido por la hermana de esta que lo crió; era tanto el amor que tenían uno por el otro que, estando ella ya con una enfermedad terminal de cáncer, no falleció hasta que vio a su hijo (biológicamente sobrino) ordenado sacerdote.
Eva es la madre biológica de todos los vivientes; María es nuestra madre de pan, de ese pan eucarístico que es su hijo, que nació en una ciudad llamada Belén, que literalmente significa casa de pan, y que ella depositó en un pesebre, recipiente donde se come, para que nosotros nos alimentáramos de él.
Eva es nuestra progenitora, pero nos abandonó a nuestra suerte; María es aquella que provee a nuestras necesidades cuando en Caná dice “No tienen vino” (Juan 2:2).
Eva es la que nos enseñó a hacer el mal; María es la que nos educa y nos enseña a hacer el bien al señalar a su hijo y decir “hagan lo que él les diga” (Juan 2:5).
P. Jorge Amaro IMC
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