Perfil humano
Francisco de Jesús Marto nació el 11 de junio de 1908 en Aljustrel, una aldea perteneciente a la parroquia de Fátima, en el municipio de Ourém. Era hijo de Manuel Pedro Marto y de su esposa Olímpia de Jesús dos Santos.
Hermano de Jacinta, ambos diferían del carácter más enérgico y rústico de su prima Lucía. Francisco era de complexión robusta, rostro redondeado y mejillas abultadas, de tez algo morena y labios breves como su hermana. Sin embargo, al contrario de ella, era sumamente dulce, tranquilo y pacífico, sin ser por ello apático. Al contrario: era enérgico, fuerte, decidido y gozaba de buena salud.
Como todos los niños de su edad, le gustaba jugar, pero a diferencia de su hermana, no era competitivo. De hecho, parecía no importarle ganar. Si alguien rompía las reglas del juego o discutía con él, cedía sin resistencia, limitándose a decir:
—«¿Tú crees que ganaste? Pues vale. A mí me da igual».
Y cuando algún compañero se aprovechaba de su calma para quitarle algo, respondía simplemente:
—«Déjale. No me importa». Era tan pacífico que llegaba a exasperar a su prima Lucía. Ella podía ordenarle cualquier cosa, y él la cumplía sin discutir.
No era en absoluto miedoso. Podía ir solo por la noche a cualquier sitio oscuro sin mostrar temor ni contrariedad. Jugaba con lagartos y serpientes que encontraba por el campo, los hacía enrollarse en su palo y les daba de beber leche de las ovejas en los huecos de las piedras. Le apasionaba la música, que practicaba tocando su flautilla en los momentos de calma. Como su hermana, amaba las flores y la naturaleza.
Moralmente, era irreprochable. Cuenta doña Olímpia:
—«Una mañana, al salir con el ganado, le dije: “Hoy vas al Oiteirinho de la madrina Teresa, que no está en casa, fue a la aldea”. Y él me respondió: “¡Ah, eso no lo hago!”. No me contuve y le di una bofetada. Pero él no se acobardó. Se volvió hacia mí, muy serio, y me dijo: “¿Entonces es mi madre quien me está enseñando a robar?”».
Francisco y el Eneagrama
Según los psicólogos, existen tres centros de inteligencia: la mente, el corazón y el cuerpo. Todos usamos los tres para relacionarnos con el mundo, pero uno suele predominar como centro preferencial.
La teoría del Eneagrama identifica nueve tipos de personalidad, distribuidos en estos tres centros. Cada tipo está definido por una compulsión o tendencia inconsciente que guía su comportamiento.
Por providencia —o quizá por casualidad— los tres pastorcitos representan de forma clara estos tres centros: Lucía es cerebral, Jacinta es emocional y Francisco visceral o instintivo. Cada uno encarna a su manera el mensaje de Fátima, según su tipo de personalidad.
Dentro del centro instintivo, Francisco no es un tipo 8 (cuya compulsión es la fuerza), ni un tipo 1 (cuya compulsión es la perfección), sino claramente un tipo 9, cuya compulsión es buscar la paz y la armonía, evitando el conflicto a toda costa.
Los de tipo 9 tienden a olvidarse de sí mismos para acomodarse a los demás. Lucía lo percibió bien: Francisco obedecía sin cuestionar, casi como un autómata. Son excelentes pacificadores porque saben suavizar tensiones. También en esto destaca Francisco, capaz incluso de renunciar a lo que le gustaba con tal de evitar disputas, como refleja este episodio:
En cierta ocasión, le regalaron un pañuelito con la imagen de Nuestra Señora de Nazaré. Estaba encantado y se lo mostró a sus amigos. Sin embargo, el pañuelo desapareció.
—«Le tenía mucho cariño —dice su madre— y no paraba de hablar de él».
Cuando le dijeron que otro niño lo tenía y afirmaba que era suyo, Francisco no insistió en recuperarlo:
—«Que se lo quede. A mí no me importa».
Los de tipo 9 buscan siempre la tranquilidad. Francisco vivía desapegado de todo y de todos, como si estuviera un poco en las alturas. Pocas cosas realmente le importaban. Silencioso, ensimismado, contemplativo.
Eucarístico y contemplativo
«Me gustó mucho —decía— ver al Ángel, y aún más ver a Nuestra Señora. Pero lo que más me gustó fue ver a Nuestro Señor en aquella luz que la Virgen nos puso en el corazón. Yo quiero mucho a Dios… pero Él está tan triste por tantos pecados... ¡No debemos cometer ni el más pequeño pecado! (...) Dentro de poco, Jesús vendrá a buscarme para ir al Cielo con Él, y entonces estaré siempre con Él, consolándolo. ¡Qué maravilla!». — Francisco
«Estábamos ardiendo en aquella luz que es Dios, ¡y no nos quemábamos!». Pasaba horas en adoración al Santísimo, al que llamaba “Jesús escondido”. Penitencia y oración son el núcleo del mensaje de Fátima. Los dos hermanos las vivieron intensamente, pero Francisco estaba más inclinado a la oración, y Jacinta al sacrificio. Mientras Jacinta ofrecía penitencias por la conversión de los pecadores, Francisco se dedicaba a consolar a Jesús con su oración y su presencia.
Al igual que Jesús en el Evangelio, a veces desaparecía sin que nadie se diera cuenta, se alejaba de su hermana y su prima, y se escondía tras una pared o en un rincón solitario para rezar. Cuando Lucía y Jacinta le encontraban:
—Francisco, ¿por qué no nos avisas para rezar contigo?
—Prefiero rezar solo, para pensar y consolar a Nuestro Señor que está tan triste.
Ya después de las apariciones, cuenta Lucía que cuando iban a la escuela, a veces él se detenía en la iglesia y le decía:
—Vosotras iros a la escuela. Yo me quedo aquí con Jesús escondido. No vale la pena que aprenda a leer; dentro de poco me voy al Cielo. Cuando terminéis la escuela, venid a buscarme.
A pesar de su amor por la Eucaristía, el párroco de Fátima se negó a darle la comunión. Pero lo que el párroco le negó, se lo concedió el Ángel. Al comulgar, Francisco exclamó:
—«Sentía que Dios estaba en mí, pero no sabía cómo».
Tras las apariciones, la vida de Francisco cambió por completo. Jacinta no perdía ocasión para ofrecer sacrificios, y Francisco no perdía oportunidad para aislarse, rezar el rosario y consolar a Jesús.
—«No vengáis aquí —decía—. Dejadme solo».
—¿Y qué haces tanto tiempo?
—«Pienso en Dios, que está tan triste por tantos pecados… ¡Si al menos pudiera darle alegría!»
“Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero” —Santa Teresa de Ávila
Francisco ya vivía totalmente centrado en su relación con “Jesús escondido”. No pensaba en otra cosa. Todo tiempo era poco para estar con Él y consolarle. Un día le preguntaron si quería ser carpintero, militar, médico o sacerdote. Respondió:
—«No quiero ser nada».
—¿Y qué quieres ser entonces?
—«No quiero ser nada. Quiero morirme e ir al Cielo».
Cuando él y Jacinta estaban ya enfermos, cada uno en su cuarto, era Lucía quien les llevaba los recados. Sabiendo que Francisco moriría primero, Jacinta le envió a decir que no se olvidara de rezar por ella y por Lucía. Francisco respondió que tenía miedo de olvidarlo cuando viese a Nuestro Señor. Tal sería la alegría y deslumbramiento que sentiría al contemplar al que hasta entonces era solo su “Jesús escondido”, que temía quedar absorto y sin pensamiento alguno.
Y al Cielo se fue, en efecto, el 4 de abril de 1919, dos años después de las apariciones. Durante su enfermedad, sus padres aún esperaban su curación. Su madrina Teresa prometió a la Virgen ofrecerle su peso en trigo si lo sanaba, a lo que Francisco respondió con una sonrisa angelical:
—«Nuestra Señora no le va a conceder esa gracia».
Y cada vez que alguien le hablaba con esperanza de curación, replicaba:
—«Es inútil. Nuestra Señora me quiere con Ella en el Cielo». Y no lo decía con resignación o tristeza, sino con una sonrisa alegre y confiada.
Conclusión - Francisco es el contemplativo por excelencia entre los tres videntes de Fátima. Su misión no fue hablar, ni enseñar, ni sufrir visiblemente, sino consolar en silencio. Su figura nos recuerda que la oración silenciosa, la adoración y el amor fiel, aún sin palabras, pueden ser una poderosa respuesta al dolor del mundo y al Corazón herido de Dios.
P. Jorge Amaro, IMC

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