Una Señora vestida de blanco, más brillante que el sol.
Llevaba un vestido blanco y un cordón dorado al cuello que le llegaba al pecho... La cabeza estaba cubierta por un manto también blanco, muy blanco, no sé cómo explicarlo, ¡más blanco que la leche!... y le cubría hasta los pies... estaba todo bordado en oro...
¡Ay, qué bonito! Tenía las manos juntas así –y la pequeña se levantaba del banco y unía las manos a la altura del pecho para imitar la visión.
Jacinta
Jacinta, más expresiva y sensible a la belleza, no podía contener la alegría sobrenatural que la embargaba y no cesaba de exclamar: “¡Ay, qué Señora tan hermosa! ¡Ay, qué Señora tan bonita!”. Era una alegría demasiado grande para un corazón tan pequeño, por lo que no tardó en contárselo a su madre, quien se mostró incrédula. Sin embargo, su padre, el Sr. Marto, creyó desde el primer momento, pues conocía bien a sus hijos y sabía que nunca mentirían, ya que amaban la verdad.
¿Cómo podemos conceptualizar las apariciones, tanto las del ángel —que ocurrieron un año antes como preparación— como las de la Virgen María entre mayo y octubre de 1917?
¿Aparición o visión?
La teoría de la autosugestión afirma que, en un ambiente donde se espera que haya apariciones, las habrá. Pero esta teoría no se ajusta ni a las apariciones del Cristo resucitado a los apóstoles, ni a la de Cristo a Pablo de Tarso, ni a las apariciones marianas reconocidas por la Iglesia. En todas ellas hay un punto en común: la “aparición” toma por sorpresa a los videntes.
Tampoco se trata simplemente de una visión. Las visiones son siempre privadas y expresión de una profunda experiencia religiosa personal, sin público y sin un mensaje para los demás. Por lo general, implican un fenómeno místico precedido de un largo proceso de ascesis.
Al contrario que la visión, la aparición es siempre profética, confinada a un tiempo y lugar específicos (como en Fátima, Lourdes o Guadalupe). Hay testigos desde el primer momento, una mensajería profética para ese tiempo y lugar, y siempre se ve acompañada de fenómenos o milagros que desafían la explicación científica.
Por tanto, lo vivido por los pastorcillos en Fátima fue una aparición. Pero, ¿fue como la aparición de Cristo resucitado a los apóstoles? Partimos del principio de que la humanidad transfigurada de Jesucristo, su cuerpo glorioso tras la resurrección y la ascensión, nunca más se manifestó en la tierra de forma corpórea, como lo vieron los apóstoles.
Lo mismo podemos decir respecto a María, su madre. Por tanto, los pastorcillos no vieron a María en su realidad corpórea, sino que tuvieron una visión imaginativa, una experiencia interna, que podría llamarse incluso alucinación. En efecto, Jacinta declaró en uno de los interrogatorios que la Señora medía poco más de un metro.
Recordemos el principio tomista: “Quidquid recipitur ad modum recipientis recipitur” —lo que es recibido, se recibe según la capacidad del que lo recibe. Este principio ayuda a entender por qué, durante la última aparición, mientras la multitud se maravillaba con el milagro del sol, los niños vieron una especie de corte celestial, percibida según sus imaginarios: San José con el Niño Jesús, la Virgen de los Dolores, Cristo bendiciendo al mundo y, finalmente, la Virgen del Carmen.
Rechazamos la suposición mezquina de que todo lo que no es natural o “normal” ha de ser patológico. Los genios no son normales y, sin embargo, no son enfermos. Antes de aprobar cualquier aparición, la Iglesia analiza rigurosamente:
Si el mensaje está en consonancia con el Evangelio y la doctrina católica.
Si los videntes gozan de salud física y mental.
Si los videntes son personas honestas, humildes y con vida espiritual y moral ejemplares.
Alucinación divina
Así podemos calificar la experiencia de los pastorcillos de Fátima. Alucinación, porque la Virgen no apareció de forma real y objetiva —de haber sido así, todos la habrían visto—; divina, porque no fue provocada por mentes enfermas, sino por Dios, para transmitir al mundo un mensaje a través de ellos.
Una alucinación es una percepción sin objeto físico presente, como en los sueños nocturnos, que parecen reales hasta que despertamos. En el caso de Fátima, los videntes percibieron la presencia de la Virgen, aunque no estuviera realmente allí de forma corporal.
¿Qué tiene de sobrenatural esta experiencia? El hecho de que no fue provocada por los propios niños, que no la buscaron ni la indujeron. Fue causada por Dios, y ese es el principal criterio de autenticidad. Los niños no podían haber inventado la experiencia ni su contenido, dada su simplicidad y falta de formación, como señala el canónigo Manuel Formigão.
No pretendo que esta sea la última palabra, pero lo que me convence de que las criaturas vivieron algo sobrenatural es que, como en todos los casos auténticos, sus vidas cambiaron radical y profundamente. No solo tuvieron una aparición y oyeron un mensaje: lo vivieron y encarnaron para siempre.
La visión del infierno
Quidquid recipitur ad modum recipientis recipitur. Este principio tomista es clave para comprender la visión del infierno. Cuando la Virgen les mostró el infierno, no pudo mostrarles su realidad verdadera, porque sería como intentar meter el océano en un hoyo de arena, como en el relato de San Agustín sobre la Santísima Trinidad.
Lo que vieron los pastorcillos fue una recreación mental, según las predicaciones que habían escuchado —muy gráficas y amedrentadoras en esa época—, así como por las representaciones artísticas en estampas y “alminhas” que aún hoy abundan por los caminos rurales.
¿Qué tiene de revelación divina esta visión? No la forma en que fue percibida, sino el hecho de haber ocurrido, inducida por la Virgen. Fue ella quien causó la visión; la forma en que los niños la interpretaron dependió de su capacidad de comprensión y de los arquetipos religiosos interiorizados en su mundo.
El milagro del sol
Después de tantas dudas, presiones de su madre y del párroco para desmentir las apariciones, Lucía pidió a la Virgen el 13 de julio que hiciera un milagro “para que todos crean que Vos nos aparecéis”. La Virgen prometió hacerlo, y renovó su promesa el 19 de agosto y el 13 de septiembre.
Así fue como el 13 de octubre una gran multitud se reunió en Cova da Iría. Precisamente a la hora señalada, a las 12:00, ocurrió algo extraordinario. Había estado lloviendo torrencialmente, y Lucía pidió a la multitud que cerrase los paraguas. De pronto, el sol empezó a “bailar”.
«Era como una bola de nieve girando sobre sí misma» (Padre Lourenço)
«Este disco giraba con vértigo, no era el centelleo de un astro vivo. Giraba sobre sí mismo con una velocidad vertiginosa» (Dr. Almeida Garrett)
«De pronto, el sol se detuvo y volvió a bailar, y otra vez se detuvo, y otra vez bailó» (Ti Marto)
«Una luz, cuyos colores cambiaban rápidamente, se reflejaba sobre las personas y las cosas» (Dr. Pereira Gens, que lo observó a 40 km de Fátima)
Incluso el periódico liberal anticlerical O Século relató los hechos. Las fotografías tomadas aquel día muestran primero la lluvia y luego a una muchedumbre mirando al cielo. No sería posible que tanta gente mirase al mismo punto si no hubiera algo visible.
Algo ocurrió, no fue “nada”, y lo más notable es que había sido anunciado con tres meses de antelación, incluso la fecha y hora exacta.
La explicación más plausible, entre las varias que se han propuesto, es la del físico y monje benedictino Stanley L. Jaki (1924–2009), profesor en la misma universidad que Einstein, Princeton. Viajó a Portugal para investigar y concluyó:
Se trató de un rarísimo fenómeno meteorológico, resultado de la interacción entre nubes cirros (altas, con cristales de hielo) y nubes bajas (con agua líquida), agitadas por vientos que formaron un vórtice espiral. Esta combinación generó un haz de colores centelleantes (por refracción solar) y un raro efecto de lente, que dio la impresión de que el sol aumentaba y se precipitaba sobre la gente.
Si no fue un fenómeno astronómico, si el sol no bailó ni se violaron las leyes físicas, sino un fenómeno atmosférico raro pero natural, ¿dónde está el milagro? El milagro fue la predicción precisa del fenómeno, hecha cinco meses antes, con indicación exacta del día y la hora en que ocurriría.
Conclusión - La prueba más contundente de que los niños vivieron algo sobrenatural reside en el hecho de que sus vidas cambiaron para siempre. No solo presenciaron una aparición ni escucharon un mensaje. Encarnaron ese mensaje, lo vivieron, lo asumieron con total entrega durante toda su vida.
P. Jorge Amaro, IMC
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