miércoles, 22 de octubre de 2025

Fátima: Jacinta, la Reparadora

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Perfil humano
Jacinta de Jesús Marto nació el 11 de marzo de 1910. Como su hermano Francisco, tenía el rostro redondo y unos rasgos perfectamente proporcionados: boca pequeña, labios finos, mentón breve, cuerpo bien equilibrado. «No era, sin embargo, tan robusta como Francisco», nos cuenta su madre.

Era una niña muy presumida: le gustaba vestirse bien, llevar siempre el cabello bien peinado y adornado con flores. Como su prima Lúcia, disfrutaba bailando al son del pífano que tocaba su hermano Francisco. Se divertía mucho jugando, pero, a diferencia de su hermano, no sabía perder; le molestaba profundamente no ganar. Muy centrada en sí misma, era siempre ella quien decidía los juegos y también los castigos, y en esto se mostraba intransigente.

No poseía el espíritu libre e independiente de su prima Lúcia. Por el contrario, era más dependiente, y en ese sentido vivía apoyada en su prima, con quien mantenía una amistad inusual. Nada hacía sin ella; un día sin Lúcia era para Jacinta un día triste, sin sentido.

Moralmente, era irreprochable. Como su hermano, había sido educada para no mentir jamás. Llegó incluso a reprender a su madre cuando esta decía una “mentira piadosa”:
—¿Entonces mamá me mintió? ¿Dijo que iba aquí y fue allá? ¡Mentir está mal!

Cuando no quería decir la verdad, se callaba, y nadie conseguía arrancarle una sola palabra. Una vez, Lúcia, cansada de tantos interrogatorios, se escondió; unos visitantes le preguntaron a Jacinta dónde estaba:
—¿Qué respondiste cuando te preguntaron por mí? —le preguntó luego Lúcia.
—Me callé bien calladita, porque sabía dónde estabas, ¡y mentir es pecado!

El aspecto más destacado y profundo de su personalidad era la sensibilidad. Jacinta era tan delicada que parecía de porcelana. Se emocionaba con facilidad; tenía el corazón en la mano. A los cinco años ya pedía una y otra vez que su prima le contara la Pasión del Señor. «Al escuchar los sufrimientos de Nuestro Divino Redentor», dice Lúcia, «se conmovía profundamente, lloraba con verdadero dolor y decía entre sollozos:

—¡Pobrecito Nuestro Señor! Yo no quiero hacer nunca ningún pecado; no quiero que Jesús sufra más...»

A menudo repetía:
—¡Me gusta tanto decirle a Jesús que lo amo! Cuando se lo repito muchas veces, parece que tengo fuego en el pecho... ¡pero no me quema! (...) Amo tanto a Nuestro Señor y a Nuestra Señora, que nunca me canso de decirles que los quiero.

Poseía un alma refinada, llena de sentimientos delicadísimos, decía su padre. Amaba profundamente a las ovejas y les ponía nombre a cada una: la paloma, la estrella, la mansita, la blanquita... los nombres más tiernos de su vocabulario. Los corderitos blancos eran su delicia.
«Se sentaba con ellos en el regazo —relata Lúcia—, los abrazaba, los besaba, y por la noche los traía en brazos a casa para que no se cansaran, imitando al Buen Pastor que había visto en una estampa que le habían regalado».

Jacinta en el Eneagrama
María se apareció en Fátima a tres niños que representan simbólicamente a toda la humanidad. Una humanidad fragmentada, incompleta, que se relaciona con la realidad y con los demás desde una perspectiva limitada.

Lúcia era, claramente, cerebral: su punto fuerte era la memoria y la inteligencia. Francisco era visceral e instintivo: no se entregaba mucho al pensamiento; vivía desde la percepción y la contemplación; pocas cosas le importaban realmente. Jacinta, en cambio, era puro sentimiento, pura emoción, toda sensibilidad.

¿A qué número correspondería Jacinta en el Eneagrama? No parece ser un tipo 2, pues su personalidad básica muestra un marcado egocentrismo que no se corresponde con el altruismo característico del dos. Tampoco un 3, ya que no persigue el éxito ni actúa con pragmatismo. A mi entender, Jacinta encaja en el tipo 4.

Lúcia, que la conocía como nadie, la describe como muy absorbida en sí misma. De hecho, su proceso de conversión pasa por descentralizarse, por descubrir que el centro de su vida no es ella, sino Él, Jesús, el que sufre y necesita ser reparado. Entonces comprende el Evangelio: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga».

Como buena cuatro, Jacinta era sentimental hasta el exceso, dramática y romántica, soñadora, individualista, con un gusto refinado por lo estético, como se evidencia en su relación con los corderitos, imitando al Buen Pastor. Como todo cuatro, evitaba lo vulgar: no jugaba con otras niñas porque las consideraba groseras, decían palabrotas. Detestaba la falta de integridad. En casa prefería la compañía de su pacífico hermano Francisco y evitaba a toda costa la presencia de su hermano mayor, João.

Otra característica del cuatro: el miedo al abandono. Jacinta lo expresó cuando fue arrestada en Ourém, y también al ser enviada sola al hospital de Dona Estefânia, en Lisboa, donde subrayaba con dramatismo su inminente muerte en soledad.

«Le cœur a ses raisons que la raison ne connaît pas» – El corazón tiene razones que la razón no comprende. Tras una conversación con el párroco, a quien Lúcia y su madre respetaban profundamente, Lúcia comenzó a dudar de las apariciones. Tal vez, pensó, todo venía del demonio. Jacinta, sin embargo, que percibía con el corazón, no vaciló y defendió con firmeza la veracidad de las apariciones.

El miedo sembrado en Lúcia fue tan intenso que llegó a tener pesadillas con el demonio arrastrándola al infierno y riéndose de ella. El 13 de julio se negó a ir a Cova da Iria. Sus primos lloraban, rogándole que los acompañara, pues no querían ir solos. Jacinta, conmovida, decía que tenía pena de Nuestra Señora, que se disgustaría. Al llegar el mediodía, hora de la aparición, los miedos de Lúcia se desvanecieron como por milagro y, junto con sus primos, caminó hacia la Cova entre miles de peregrinos.

Jacinta, la reparadora
"Comprendí que el Amor lo encierra todo, que el Amor es mi vocación. En el Corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el Amor... y así lo seré todo." — Santa Teresa del Niño Jesús

"¡Me gusta tanto sufrir por amor a Nuestro Señor y a Nuestra Señora! Ellos aman mucho a quien sufre para convertir a los pecadores." — Jacinta

Si la pequeña Jacinta hubiera conocido a Santa Teresa del Niño Jesús, sin duda se habría identificado profundamente con ella.

Hemos dicho que cada uno de los pastorcitos encarna en su vida y en su camino de conversión un aspecto de la Mensaje de Fátima. Si Francisco representa el amor por la oración y la consolación del Señor, pasando largas horas en su compañía, Jacinta representa el corazón de la Mensaje: la reparación amorosa.

De los tres, era quien más empatizaba con los corazones desgarrados de Jesús y María, ofendidos por los ultrajes y pecados de la humanidad. Desde que se dio cuenta de sus corazones heridos, Jacinta se ofreció como bálsamo, como quien quiere restaurarlos con la única "cola" que de verdad une y cura: el Amor.

"Quien se obliga a amar, se obliga a padecer." O como dijo Jesús: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos." Jacinta comprendió bien esta verdad y por eso aceptaba con alegría todos los sufrimientos que se le presentaban como reparación por el Corazón herido del Señor.

Cuando lloraba en la prisión de Ourém por la ausencia de sus padres, bastaba que sus primos le sugirieran ofrecer ese sufrimiento como sacrificio, y ella enjugaba sus lágrimas con alegría:
—Jesús debe de estar contento conmigo, porque esto me cuesta un poquito...

Cuando ella y Francisco ya estaban postrados en cama, llamó con urgencia a Lúcia:
—Mira, Lúcia —le dijo emocionada—. Nuestra Señora vino a vernos y dijo que pronto vendría a llevar a Francisco al Cielo. Y a mí me preguntó si aún quería convertir más pecadores. Yo le dije que sí. Después decía a Jesús:
—Ahora puedes convertir muchos pecadores, porque ¡estoy sufriendo mucho!

Sólo Dios conoce el dolor que soportó en el hospital de Ourém, donde fue operada sin anestesia. Sólo Él sabe lo que sufrió por la herida abierta en su pecho, que supuraba pus. Y, sin embargo, su cuerpo fue encontrado incorrupto cuando fue exhumado en 1935 para la causa de su beatificación.

Con su muerte en la cruz, Cristo restauró la humanidad y reparó nuestra unión con el Padre. Jacinta, que en su inocencia imitaba al Buen Pastor llevando a cuestas al corderito perdido, acabó imitando también a Cristo Cordero inmolado, ofreciendo su corta vida por la conversión de los pecadores.

En efecto, su vida pública duró apenas tres años tras las apariciones. Murió en soledad, con una herida abierta en el pecho, tal como Jesús. No sólo imitó al Cristo Pastor que da la vida por sus ovejas, sino también al Cordero sacrificado que quita el pecado del mundo, porque esa fue su única motivación: la conversión de los pecadores.

Y parafraseando un soneto del poeta portugués Camões: "Más habría servido ella, si para un amor tan largo, no le hubiera sido dada una vida tan breve." Falleció el 20 de febrero de 1920, con apenas 10 años.

Conclusión - Desde el momento en que comprendió que los Corazones de Jesús y de María estaban desgarrados por los pecados del mundo, Jacinta se ofreció para repararlos con el adhesivo del Amor. El amor es, en efecto, la única cola que puede unir a los seres humanos entre sí y con Dios, y restaurar los corazones heridos y ofendidos.

P. Jorge Amaro, IMC

miércoles, 15 de octubre de 2025

Resurrección de Jesús

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En el Primer Misterio Glorioso contemplamos la Resurrección de Jesús.

Del Evangelio de San Juan (20:1, 11-16):
El primer día de la semana, María Magdalena fue temprano al sepulcro cuando todavía estaba oscuro y vio que la piedra había sido retirada del sepulcro. (...) María estaba llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se dio la vuelta y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Él le dijo: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?" Ella, creyendo que era el jardinero, le dijo: "Señor, si te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo llevaré." Jesús le dijo: "¡María!" Ella se volvió hacia Él y exclamó en arameo: "¡Rabboni!" (que significa "Maestro").

Comentario de San Efrén
"Gloria a Ti, Jesucristo, que hiciste de Tu cruz un puente sobre la muerte por el cual las almas pueden pasar de la muerte a la vida."

Meditación 1
La Resurrección de Jesús prueba que el mal no tiene la última palabra. La muerte ya no es el fin de la vida sino un paso hacia la vida eterna. Es la Resurrección la que da sentido a toda la existencia; si nuestro fin fuera el mismo que el de todos los seres vivos, la vida humana no tendría sentido, sería una fatiga inútil.

Si Cristo no hubiera resucitado, nuestra existencia sería en vano: las alegrías no serían verdaderas alegrías, y las tristezas serían aún más tristes, desprovistas de esperanza. Seríamos los más miserables de todos los hombres, como dijo San Pablo, pero más aún, los más desgraciados de todos los seres vivos.

A diferencia de los demás seres vivos, los humanos son conscientes de la vida y son libres para orientar su propia vida. Sin la Resurrección, esta autoconsciencia de nuestra condición y destino sería una tortura constante.

En la metamorfosis de algunos animales, como la mariposa, o en los tres estados del agua, donde ésta se vuelve invisible sin dejar de ser agua, la naturaleza nos ofrece ejemplos que nos ayudan a creer que, al igual que en Jesús, nuestro cuerpo material se transformará en un cuerpo espiritual y glorioso semejante al Suyo.

Meditación 2
La Resurrección de Jesucristo es importante por muchas razones. En primer lugar, testimonia el inmenso poder de Dios mismo. Creer en la Resurrección es creer en Dios. Si Dios existe y si creó el universo y tiene poder sobre él, entonces también tiene el poder de resucitar a los muertos. Si no tuviera tal poder, no sería un Dios digno de nuestra fe y adoración. Solo Él, que creó la vida, puede resucitarla después de la muerte. Al resucitar a Jesús de la tumba, Dios nos recuerda Su soberanía absoluta sobre la vida y la muerte.

La Resurrección de Jesucristo valida quién afirmó ser, es decir, el Hijo de Dios y el Mesías. La Resurrección de Jesús fue el "signo del cielo" que autenticó Su ministerio (Mateo 16:1-4). La Resurrección de Jesucristo, atestiguada por cientos de testigos oculares (1 Corintios 15:3-8), proporciona una prueba irrefutable de que Él, y solo Él, es el Salvador del mundo.

La Resurrección de Jesucristo prueba Su carácter sin pecado y Su naturaleza divina. Las Escrituras decían que el "Santo" de Dios nunca vería la corrupción (Salmo 16:10), y Jesús no experimentó corrupción ni siquiera después de Su muerte (Hechos 13:32-37). Fue con base en la Resurrección de Cristo que Pablo predicó: "Por Él os es predicado el perdón de los pecados... En Él todo el que cree es justificado" (Hechos 13:38-39).

Oración
Señor Jesucristo,
contemplamos con gratitud y reverencia Tu gloriosa Resurrección.
Tú que venciste la muerte, nos traes la esperanza de la vida eterna y renuevas nuestra fe.
Fuiste Tú quien, con amor infinito, hiciste de la cruz un puente sobre el abismo de la muerte
para que todos nosotros podamos pasar de la oscuridad del pecado a la luz de la vida.

Señor, ayúdanos a vivir a la luz de Tu Resurrección.
Que el poder de Tu victoria sobre el mal transforme nuestras vidas,
dándonos fuerza para enfrentar las dificultades
con la certeza de que la muerte y el sufrimiento no tienen la última palabra.
Así como María Magdalena reconoció Tu voz en el jardín,
que también nosotros podamos escuchar Tu llamado
cada día y responder con amor y fidelidad.

Señor, concédenos la gracia de vivir con el corazón lleno de Tu paz y alegría,
sabiendo que por Tu Resurrección nuestra vida tiene un propósito eterno.
Ayúdanos a ser testigos vivos de Tu presencia,
llevando esperanza a los que sufren y luz a los que viven en la oscuridad.

Que nuestro cuerpo, un día como el Tuyo, se transforme en un cuerpo glorioso,
y que por Tu misericordia podamos estar Contigo en la plenitud de la vida eterna.
Te alabamos y te agradecemos, Señor, por ser nuestro Redentor,
Aquel que resucitó y vive para siempre. Amén.

P. Jorge Amaro, IMC

miércoles, 8 de octubre de 2025

Fátima: Francisco el contemplativo

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Perfil humano
Francisco de Jesús Marto nació el 11 de junio de 1908 en Aljustrel, una aldea perteneciente a la parroquia de Fátima, en el municipio de Ourém. Era hijo de Manuel Pedro Marto y de su esposa Olímpia de Jesús dos Santos.

Hermano de Jacinta, ambos diferían del carácter más enérgico y rústico de su prima Lucía. Francisco era de complexión robusta, rostro redondeado y mejillas abultadas, de tez algo morena y labios breves como su hermana. Sin embargo, al contrario de ella, era sumamente dulce, tranquilo y pacífico, sin ser por ello apático. Al contrario: era enérgico, fuerte, decidido y gozaba de buena salud.

Como todos los niños de su edad, le gustaba jugar, pero a diferencia de su hermana, no era competitivo. De hecho, parecía no importarle ganar. Si alguien rompía las reglas del juego o discutía con él, cedía sin resistencia, limitándose a decir:

—«¿Tú crees que ganaste? Pues vale. A mí me da igual».
Y cuando algún compañero se aprovechaba de su calma para quitarle algo, respondía simplemente:
—«Déjale. No me importa». Era tan pacífico que llegaba a exasperar a su prima Lucía. Ella podía ordenarle cualquier cosa, y él la cumplía sin discutir.

No era en absoluto miedoso. Podía ir solo por la noche a cualquier sitio oscuro sin mostrar temor ni contrariedad. Jugaba con lagartos y serpientes que encontraba por el campo, los hacía enrollarse en su palo y les daba de beber leche de las ovejas en los huecos de las piedras. Le apasionaba la música, que practicaba tocando su flautilla en los momentos de calma. Como su hermana, amaba las flores y la naturaleza.

Moralmente, era irreprochable. Cuenta doña Olímpia:
—«Una mañana, al salir con el ganado, le dije: “Hoy vas al Oiteirinho de la madrina Teresa, que no está en casa, fue a la aldea”. Y él me respondió: “¡Ah, eso no lo hago!”. No me contuve y le di una bofetada. Pero él no se acobardó. Se volvió hacia mí, muy serio, y me dijo: “¿Entonces es mi madre quien me está enseñando a robar?”».

Francisco y el Eneagrama
Según los psicólogos, existen tres centros de inteligencia: la mente, el corazón y el cuerpo. Todos usamos los tres para relacionarnos con el mundo, pero uno suele predominar como centro preferencial.

La teoría del Eneagrama identifica nueve tipos de personalidad, distribuidos en estos tres centros. Cada tipo está definido por una compulsión o tendencia inconsciente que guía su comportamiento.

Por providencia —o quizá por casualidad— los tres pastorcitos representan de forma clara estos tres centros: Lucía es cerebral, Jacinta es emocional y Francisco visceral o instintivo. Cada uno encarna a su manera el mensaje de Fátima, según su tipo de personalidad.

Dentro del centro instintivo, Francisco no es un tipo 8 (cuya compulsión es la fuerza), ni un tipo 1 (cuya compulsión es la perfección), sino claramente un tipo 9, cuya compulsión es buscar la paz y la armonía, evitando el conflicto a toda costa.

Los de tipo 9 tienden a olvidarse de sí mismos para acomodarse a los demás. Lucía lo percibió bien: Francisco obedecía sin cuestionar, casi como un autómata. Son excelentes pacificadores porque saben suavizar tensiones. También en esto destaca Francisco, capaz incluso de renunciar a lo que le gustaba con tal de evitar disputas, como refleja este episodio:

En cierta ocasión, le regalaron un pañuelito con la imagen de Nuestra Señora de Nazaré. Estaba encantado y se lo mostró a sus amigos. Sin embargo, el pañuelo desapareció.
—«Le tenía mucho cariño —dice su madre— y no paraba de hablar de él».
Cuando le dijeron que otro niño lo tenía y afirmaba que era suyo, Francisco no insistió en recuperarlo:
—«Que se lo quede. A mí no me importa».

Los de tipo 9 buscan siempre la tranquilidad. Francisco vivía desapegado de todo y de todos, como si estuviera un poco en las alturas. Pocas cosas realmente le importaban. Silencioso, ensimismado, contemplativo.

Eucarístico y contemplativo
«Me gustó mucho —decía— ver al Ángel, y aún más ver a Nuestra Señora. Pero lo que más me gustó fue ver a Nuestro Señor en aquella luz que la Virgen nos puso en el corazón. Yo quiero mucho a Dios… pero Él está tan triste por tantos pecados... ¡No debemos cometer ni el más pequeño pecado! (...) Dentro de poco, Jesús vendrá a buscarme para ir al Cielo con Él, y entonces estaré siempre con Él, consolándolo. ¡Qué maravilla!». — Francisco

«Estábamos ardiendo en aquella luz que es Dios, ¡y no nos quemábamos!». Pasaba horas en adoración al Santísimo, al que llamaba “Jesús escondido”. Penitencia y oración son el núcleo del mensaje de Fátima. Los dos hermanos las vivieron intensamente, pero Francisco estaba más inclinado a la oración, y Jacinta al sacrificio. Mientras Jacinta ofrecía penitencias por la conversión de los pecadores, Francisco se dedicaba a consolar a Jesús con su oración y su presencia.

Al igual que Jesús en el Evangelio, a veces desaparecía sin que nadie se diera cuenta, se alejaba de su hermana y su prima, y se escondía tras una pared o en un rincón solitario para rezar. Cuando Lucía y Jacinta le encontraban:
—Francisco, ¿por qué no nos avisas para rezar contigo?
—Prefiero rezar solo, para pensar y consolar a Nuestro Señor que está tan triste.

Ya después de las apariciones, cuenta Lucía que cuando iban a la escuela, a veces él se detenía en la iglesia y le decía:
—Vosotras iros a la escuela. Yo me quedo aquí con Jesús escondido. No vale la pena que aprenda a leer; dentro de poco me voy al Cielo. Cuando terminéis la escuela, venid a buscarme.

A pesar de su amor por la Eucaristía, el párroco de Fátima se negó a darle la comunión. Pero lo que el párroco le negó, se lo concedió el Ángel. Al comulgar, Francisco exclamó:
—«Sentía que Dios estaba en mí, pero no sabía cómo».

Tras las apariciones, la vida de Francisco cambió por completo. Jacinta no perdía ocasión para ofrecer sacrificios, y Francisco no perdía oportunidad para aislarse, rezar el rosario y consolar a Jesús.
—«No vengáis aquí —decía—. Dejadme solo».
—¿Y qué haces tanto tiempo?
—«Pienso en Dios, que está tan triste por tantos pecados… ¡Si al menos pudiera darle alegría!»

“Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero” —Santa Teresa de Ávila

Francisco ya vivía totalmente centrado en su relación con “Jesús escondido”. No pensaba en otra cosa. Todo tiempo era poco para estar con Él y consolarle. Un día le preguntaron si quería ser carpintero, militar, médico o sacerdote. Respondió:
—«No quiero ser nada».
—¿Y qué quieres ser entonces?
—«No quiero ser nada. Quiero morirme e ir al Cielo».

Cuando él y Jacinta estaban ya enfermos, cada uno en su cuarto, era Lucía quien les llevaba los recados. Sabiendo que Francisco moriría primero, Jacinta le envió a decir que no se olvidara de rezar por ella y por Lucía. Francisco respondió que tenía miedo de olvidarlo cuando viese a Nuestro Señor. Tal sería la alegría y deslumbramiento que sentiría al contemplar al que hasta entonces era solo su “Jesús escondido”, que temía quedar absorto y sin pensamiento alguno.

Y al Cielo se fue, en efecto, el 4 de abril de 1919, dos años después de las apariciones. Durante su enfermedad, sus padres aún esperaban su curación. Su madrina Teresa prometió a la Virgen ofrecerle su peso en trigo si lo sanaba, a lo que Francisco respondió con una sonrisa angelical:
—«Nuestra Señora no le va a conceder esa gracia».

Y cada vez que alguien le hablaba con esperanza de curación, replicaba:
—«Es inútil. Nuestra Señora me quiere con Ella en el Cielo». Y no lo decía con resignación o tristeza, sino con una sonrisa alegre y confiada.

Conclusión - Francisco es el contemplativo por excelencia entre los tres videntes de Fátima. Su misión no fue hablar, ni enseñar, ni sufrir visiblemente, sino consolar en silencio. Su figura nos recuerda que la oración silenciosa, la adoración y el amor fiel, aún sin palabras, pueden ser una poderosa respuesta al dolor del mundo y al Corazón herido de Dios.

P. Jorge Amaro, IMC

miércoles, 1 de octubre de 2025

Crucifixión y Muerte

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En el quinto Misterio Doloroso, contemplamos la crucifixión y muerte de Jesús.

Del Evangelio de San Juan (19, 25-30)
Junto a la cruz de Jesús estaban Su Madre, la hermana de Su Madre, María, esposa de Cleofás, y María Magdalena. Entonces, Jesús, viendo a Su Madre y al discípulo a quien Él amaba cerca, dijo a Su Madre: "Mujer, aquí tienes a tu hijo." Luego dijo al discípulo: "Aquí tienes a tu madre." Y desde esa hora, el discípulo la recibió en su casa.


Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba ya cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: "¡Tengo sed!" Había allí un jarro lleno de vinagre; así que empaparon una esponja con vinagre, la pusieron en una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. Cuando Jesús tomó el vinagre, dijo: "¡Está cumplido!" E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.

Comentario de San Bernardo
Solo Él tenía el poder de dar su vida; nadie podía quitársela. Y después de recibir el vinagre, Jesús dijo: "¡Todo está cumplido!", es decir, no quedaba nada por hacer, nada más que esperar. E inclinando la cabeza, Aquel que fue obediente hasta la muerte expiró. Morir de esta manera revela una gran virtud. Así también debemos morir nosotros, diciendo: "¡Todo está cumplido!", es decir, después del arrepentimiento y la confesión, decir: "Jesús, José y María, os entrego mi alma."

Meditación 1
Abandonado por Su pueblo, Sus amigos, discípulos y apóstoles, crucificado entre dos malhechores, Jesús sintió al final que incluso Dios lo había abandonado, tal vez por el peso de los pecados de la humanidad que recaían sobre Él. Sin embargo, mantuvo Su esperanza en Dios y no desesperó. Fue al mismo Dios, que parecía haberle dado la espalda, a quien Jesús entregó Su espíritu.

En la Sábana Santa de Turín podemos ver el resultado final de todo esto. El rostro de Jesús, impreso allí, revela a un hombre que sufrió con resignación, paciencia y fortaleza, aceptando tanto los designios del Padre como la condena de la humanidad.

Observamos el rostro de alguien acostumbrado al sufrimiento, pero que, incluso cuando todas las razones para la esperanza parecían agotadas, no desesperó. Fue en ese instante, en el que Jesús se sintió abandonado incluso por Dios, que experimentó la más terrible soledad que cualquier ser humano podría vivir.

El aparente abandono del Padre fue experimentado por Jesús como un adelanto del infierno, al que nosotros, pecadores, estábamos destinados. Él vivió esa experiencia para que nosotros no tuviéramos que pasar por ella.

Contemplando este rostro en la Sábana Santa de Turín, el Papa Pablo VI exclamó: "¡Mi corazón me dice que es Él, que es el Señor!"

Meditación 2
Jesús gritó con fuerte voz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Marcos 15, 34). Fue a partir del cristianismo que se hizo posible afirmar que Dios es amor y que nos ama. "Quien se compromete a amar, se compromete a sufrir."

Desde la adolescencia, cuando por primera vez experimentamos un corazón roto al amar a alguien que no nos corresponde, comprendemos que el amor es como una moneda: de un lado, la alegría; del otro, el sufrimiento. Si Dios nos ama, solo podría demostrar este amor sufriendo y muriendo por nosotros. Y así fue: Jesús afirmó que "nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos."

"Si a Mí me han tratado mal," dijo Jesús, "también a vosotros os maltratarán" (Mateo 10, 15) – Por lo tanto, si nunca has sufrido por el Evangelio, no eres un cristiano auténtico. No habría razón para sufrir por el Evangelio si el mundo fuera justo, verdadero, pacífico y fraterno. Pero el mundo no es así; no vive según los valores del Evangelio. Y aquellos que los viven, tarde o temprano, se enfrentarán al mundo y pagarán el precio por vivir su fe, tal como lo hizo Jesús.

Oración
Señor Jesús,
al contemplar Tu cruz,
sentimos el peso de Tu amor por nosotros,
un amor que se entregó sin reservas, hasta el último suspiro.
Fuiste abandonado por los Tuyos,
soportaste el dolor y la soledad,
pero nunca dejaste de confiar en el Padre.
Enséñanos, Señor, a confiar en Ti en los momentos más oscuros,
cuando el peso de la vida parezca insoportable y el desespero se acerque.

Ayúdanos a aceptar nuestras cruces
con la misma serenidad y entrega con que Tú aceptaste la Tuya.
Que podamos reconocer, incluso en medio del dolor,
que Tu amor nunca nos abandona
y que, como hiciste, podemos entregarlo todo en manos del Padre.

Danos el coraje para vivir según el Evangelio,
incluso si eso significa enfrentar la incomprensión y el rechazo del mundo.
Y cuando sintamos que estamos solos,
recuérdanos que Tu cruz está siempre presente,
como un signo de esperanza y salvación.

Señor, que Tu muerte en la cruz sea para nosotros la certeza de la vida eterna
y de Tu infinita misericordia. Amén.

P. Jorge Amaro, IMC