lunes, 1 de diciembre de 2025

La Asunción

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En el cuarto Misterio Glorioso contemplamos la Asunción de María al Cielo en cuerpo y alma.


La Iglesia cree que la Virgen Inmaculada, preservada de toda mancha del pecado original, al terminar el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria celestial. La Asunción afirma que el cuerpo de María fue glorificado tras su muerte, una glorificación anticipada por un privilegio especial. La Asunción de María es una participación singular en la resurrección de su Hijo.

Comentario de San Teodoro el Estudita
"Esta purísima paloma, aunque voló al cielo, no deja de proteger esta tierra."

Meditación 1 
El 1 de noviembre de 1950, el Papa Pío XII declaró dogma de fe la Asunción de María al Cielo en cuerpo y alma. Es simplemente una conclusión lógica: el cuerpo que dio a luz a Jesús, lo tuvo en sus brazos y lo alimentó con sus pechos, creado por Dios sin mancha de pecado, no podía corromperse en el sepulcro. María fue llevada al Cielo para participar de la gloria de su Hijo.

María cumple así lo que San Ireneo dijo: "Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios." Se realiza el sueño de Eva, que deseaba ser como Dios; María alcanzó ser como Dios, al ser la madre de Dios. Por su obediencia, el ser íntimo de la familia de Dios está abierto a todos nosotros. Como dijo Jesús: "Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la cumplen."

María, la mujer llena de gracia, concebida sin pecado, mantuvo una relación privilegiada con las tres Personas de la Santísima Trinidad, por la fidelidad de su amor y el cumplimiento pleno de la voluntad de Dios. Ella es madre de la Iglesia y expresión de una nueva humanidad, que acoge el Evangelio de Cristo y lo sigue en el camino de las bienaventuranzas.

Meditación 2 
Ya sea la Dormición o la Asunción, María va al lado de su Hijo, pues siempre estuvo a su lado. También nosotros, como ella, seremos recibidos en el Cielo, donde Jesús, su Hijo, nos ha preparado un lugar. "Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti", decía San Agustín.

Nuestro corazón pertenece a Dios, pues por Él fue creado. Cuando amamos a las criaturas más que al Creador, pervertimos nuestra naturaleza divina. Es como poner diésel en un coche de gasolina. Cuando llenamos nuestro corazón de bienes materiales, se transforma en un pozo sin fondo. El amor humano nunca podrá llenarlo por completo; solo Dios puede. Como decía Santa Teresa de Ávila: "Solo Dios basta."

En la Asunción de María intuimos la glorificación que espera a todo el Universo al final de los tiempos, cuando «Dios será todo en todos» (1 Cor 15, 28). María es el símbolo de la parte de la Humanidad ya redimida, figura de la "tierra prometida" a la que estamos llamados.

Por tanto, ya que hemos resucitado con Cristo, busquemos las cosas de arriba, donde Cristo está, sentado a la derecha de Dios (Col 3, 1). Somos de Cristo. No hay gloria tan alta en la tierra, ni la habrá. Como Él, tenemos la victoria garantizada. Somos de Cristo hasta la muerte, como dice un cántico popular.

Oración
Santa María, Madre de Dios, 
hoy te contemplamos elevada al Cielo en cuerpo y alma, 
participando de la gloria de tu Hijo, Jesucristo. 
Tú, que fuiste concebida sin mancha de pecado, 
enséñanos la pureza de corazón y la fidelidad a la voluntad de Dios, 
para que, como Tú, seamos signos vivos del amor y la gracia divinos.

Oh Madre de la Iglesia, 
intercede por nosotros ante tu Hijo, 
para que podamos vivir con la misma fe inquebrantable, 
la misma esperanza confiada y el mismo amor generoso 
que demostraste durante toda tu vida. 
Que en las dificultades y pruebas encontremos en Ti 
un ejemplo de entrega total y obediencia a Dios.

Tú, que fuiste asumida al Cielo, 
ayúdanos a caminar siempre hacia las cosas de lo alto, 
donde Cristo nos espera, preparándonos un lugar junto a Él. 
Guía nuestros corazones hacia su amor eterno, 
y llénanos de esperanza en la vida futura que Él nos prometió.

Oh Virgen Asunta, 
reza por nosotros, pecadores, 
para que un día también podamos participar de la gloria celestial 
y vivir eternamente en la presencia de Dios. 
Sostennos en cada paso de nuestro camino y, 
con tu ejemplo de humildad y santidad, 
condúcenos al Reino de tu Hijo. Amén.

P. Jorge Amaro, IIMC