lunes, 8 de diciembre de 2025
Fátima: La tercera parte del secreto a la luz de la profecía de Jonás
"Si atienden a mis pedidos, Rusia se convertirá y tendrán paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán aniquiladas. Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará" (Aparición del 13 de julio de 1917).
El contenido de la tercera parte del secreto, que durante décadas mantuvo al mundo en suspenso, era, en cierto modo, ya conocido, pues estaba implícito en las palabras de la Virgen sobre Rusia. Era, por tanto, como esos tesoros bien escondidos por estar donde menos se espera encontrarlos.
El llamado "tercer secreto" es en realidad la tercera parte de un único mensaje, y no es sino una ilustración simbólica de las palabras de la Virgen para el caso de que Rusia no fuese consagrada a su Inmaculado Corazón. Todo lo que este secreto anuncia sucedió, hasta el día en que, efectivamente, Rusia fue consagrada.
La profecía de Jonás
Dado que el secreto de Fátima es, fundamentalmente, una profecía, cualquier profeta del Antiguo Testamento puede ofrecernos una clave hermenéutica. Entre todos, elegimos a Jonás porque es, más que otros, un ejemplo claro de lo que es, en esencia, una profecía y de cuál es su función dentro de la Palabra revelada.
Como sabemos, después de cierta resistencia e incluso oposición manifiesta, Jonás fue enviado por Dios a Nínive con el mensaje de que la ciudad sería destruida si no se convertía y hacía penitencia. Como la destrucción de la ciudad era precisamente lo que Jonás deseaba, podemos imaginar la escasa convicción con la que predicó durante los tres días que tardó en atravesar la ciudad. Contra toda expectativa, la ciudad se convirtió y no fue destruida.
La profecía de Fátima
"Después de las dos partes que ya expusimos, vimos al lado izquierdo de Nuestra Señora, un poco más alto, un Ángel con una espada de fuego en la mano izquierda; al centellear, despedía llamas que parecían incendiar el mundo, pero se apagaban al contacto con el resplandor que de la mano derecha de Nuestra Señora salía hacia él. El Ángel, señalando con la mano derecha hacia la tierra, gritó con voz fuerte: ¡Penitencia, Penitencia, Penitencia!" (Primera escena de la tercera parte del secreto).
Examinemos ahora cada una de las imágenes que componen la tercera parte de la profecía: El Ángel con la espada flameante en alto representa el juicio final, la posibilidad de la condenación si no hay conversión. Como la espada suspendida de Damocles, es una fatalidad que puede acontecer. Recuerda el discurso de Moisés en el Deuteronomio (30, 15): "Pongo ante ti la vida y el bien, la muerte y el mal". La posibilidad de reducir el mundo a cenizas ya no es ficción, sino una realidad. Hoy el hombre es dueño de su destino y ha forjado la más destructora espada flameante: la bomba atómica.
¡Penitencia, Penitencia, Penitencia! El sentido de la visión no es mostrar lo que irrevocablemente va a suceder, sino lo que puede suceder, y los medios para evitarlo: es una advertencia. Si el objetivo de la profecía fuera revelar un destino irreversible, no tendría sentido que el ángel gritara tres veces "penitencia", ni que existiese la profecía misma. Nadie desea conocer el día, la hora o la forma de su muerte, y Dios no es sádico.
Al lado izquierdo de Nuestra Señora: la visión muestra el poder opuesto a la destrucción, representado por la imagen esplendorosa de la Virgen a la derecha del ángel. Si el ángel representa la muerte, la Virgen representa la vida. La visión apela a nuestra libertad. Lo que sigue no es una escena de un futuro inmutable, sino de uno que puede evitarse si seguimos la exhortación del ángel.
El objetivo de la visión no es mostrarnos una película de un futuro fijo, sino orientar, iluminar y guiar nuestra libertad, energías y recursos para evitar la catástrofe. Tal como la predicación de Jonás condujo a la conversión de Nínive, esta visión busca el mismo resultado.
"Y vimos en una luz inmensa que es Dios: algo semejante a como se ven las personas en un espejo cuando pasan por delante, un Obispo vestido de blanco (tuvimos el presentimiento de que era el Santo Padre). Otros obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas subían una montaña escarpada, en cuya cima había una gran Cruz de maderos toscos, como de alcornoque con su corteza. El Santo Padre, antes de llegar allí, atravesó una gran ciudad medio en ruinas y, vacilante, con paso tembloroso, abrumado por el dolor y la pena, oraba por las almas de los cadáveres que encontraba en el camino."
"Al llegar a la cima de la montaña, postrado de rodillas al pie de la gran Cruz, fue asesinado por un grupo de soldados que le dispararon con armas de fuego y flechas, y así fueron muriendo unos tras otros los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, y varias personas seglares, hombres y mujeres de distintas clases y posiciones. Bajo los dos brazos de la Cruz estaban dos Ángeles, cada uno con un regador de cristal en la mano. En ellos recogían la sangre de los mártires y con ella regaban las almas que se acercaban a Dios." (Segunda escena de la tercera parte del secreto).
La ciudad representa la historia humana; la montaña, el camino ascendente hacia la Cruz, redención para toda la humanidad. El Santo Padre, junto a los obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos, subiendo la montaña, representan a la Iglesia en su peregrinación histórica hacia el cielo. Es la historia de la salvación inserta en la historia humana.
La imagen de los ángeles recogiendo la sangre de los mártires es una referencia clara al Apocalipsis (7, 14): "Estos son los que vienen de la gran tribulación, han lavado sus túnicas y las han blanqueado en la sangre del Cordero". Se salvan los que son regados por esa sangre, que ha sido siempre semilla de cristianos.
El Papa que ora por los muertos en su camino simboliza la lenta marcha de la historia hacia Cristo. Algunos caen en el trayecto, víctimas del mal. La visión representa el viacrucis de un siglo de persecuciones y muerte, promovido por el nazismo, el fascismo y, sobre todo, el ateísmo militante. El Papa es abatido como muchos mártires.
Tras el intento de asesinato del 13 de mayo de 1981, el Papa Juan Pablo II, convaleciente en el hospital Gemelli, pidió leer el texto del secreto. Fue inevitable que viera en él su propio destino, uno que no se cumplió por poco. No ocurrió porque María no lo quiso; en palabras del Papa, ella desvió la bala que pasó a milímetros de órganos vitales. Una vez más queda claro que el futuro no está escrito en piedra y que la fe, la oración y la penitencia pueden influir en la historia. La oración es más poderosa que las balas; la fe, capaz de mover montañas, es más fuerte que los ejércitos.
Podemos comprender la angustia de la pequeña Jacinta, que vio todo esto sin saber cuál sería el desenlace. Ella respondió como el ángel indicaba: con penitencia y oración. Sabía, de algún modo, que este futuro tenebroso, incluso la muerte del Papa que parecía cierta en la visión, podía evitarse. Por eso rezó incansablemente por el Santo Padre. Si hubiese creído que el futuro era inmutable, no habría rezado como lo hizo durante toda su corta vida.
En un encuentro con el Cardenal Tarcisio Bertone el 27 de abril de 2000, la hermana Lucía confirmó que estaba plenamente de acuerdo con la interpretación oficial de la Iglesia: que la tercera parte del secreto consiste en una visión profética, comparable a otras de la Biblia, cuyo contenido refleja la persecución sufrida por la Iglesia y los creyentes a manos del ateísmo militante promovido por Rusia en el siglo XX.
También coincidía con la interpretación personal de Juan Pablo II: "Fue una mano materna la que guió la trayectoria de la bala y el Santo Padre, agonizante, se detuvo al borde de la muerte". Y añadió: "No sabíamos el nombre del Papa, Nuestra Señora no nos lo dijo. No sabíamos si era Benedicto XV, Pío XII, Pablo VI o Juan Pablo II, pero sabíamos que era el Papa el que sufría, y eso nos hacía sufrir a nosotros también, especialmente a Jacinta, que repetía a menudo: ¡Pobrecito el Santo Padre! Tenemos que rezar mucho por él".
Ya, pero aún no...
"Los acontecimientos a los que se refiere la tercera parte del secreto parecen ahora parte del pasado" (Cardenal Sodano).
"El Reino de los Cielos está ya presente en medio de nosotros, pero aún no en su plenitud", dice la teología sobre la presencia de Dios en la historia. Inspirándonos en el cardenal Sodano y en el entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Ratzinger, podemos afirmar que, por un lado, y en contra de los profetas del desastre, amantes del apocalipsis y las teorías conspirativas, esta tercera parte del secreto, como las otras dos, es historia.
Por otro lado, a diferencia de las dos primeras partes, que se refieren a hechos concretos e irrepetibles, la tercera es menos concreta, pero siempre actual y realizable. Parece aludir a un arquetipo que se repite constantemente. El ángel con la espada flameante sigue ahí; la libertad humana sigue interpelada a elegir entre el bien y la vida, o el mal y la muerte; la Iglesia sigue su camino en un mundo hostil, y el martirio sigue siendo una posibilidad real.
Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará...
"Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulaciones; pero tened confianza: yo he vencido al mundo" (Juan 16, 33).
Un corazón abierto a Dios, purificado por la penitencia y la oración, es más fuerte que las armas y ejércitos de todo tipo. Fue el corazón de María, libre del pecado original desde su concepción y comprometido en la anunciación con el proyecto de salvación de Dios, el que trajo al Redentor a la humanidad.
La semilla de ese Reino está ya entre nosotros desde la venida de Cristo hace dos mil años. Cuando nuestro corazón se purifica como el de María, también nosotros damos a luz a Cristo en nuestro ser, en nuestra manera de vivir y actuar, y lo hacemos presente en nuestro tiempo y lugar, con todo su poder de sanación, paz y amor entre los hombres.
Conclusión - El contenido de la tercera parte del secreto, que durante décadas mantuvo al mundo en suspenso, era, en cierto modo, ya conocido, pues estaba implícito en las palabras de la Virgen sobre Rusia. Era, por tanto, como esos tesoros bien escondidos por estar donde menos se espera encontrarlos.
Jorge Amaro, IC
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