lunes, 15 de diciembre de 2025

Coronación de María


En el quinto Misterio Glorioso, contemplamos la coronación de María como Reina del Cielo y de la Tierra.


Del libro del Apocalipsis (12, 1)
"Apareció una gran señal en el cielo: una Mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas en su cabeza."

Comentario de San Atanasio
"Cristo reina sobre los cristianos para siempre, y su reino no tendrá fin. Y, como Él es Rey, nacido de la Virgen, ella también es llamada Reina, Señora y Madre de Dios."

Meditación 1
Elevada al Cielo, Nuestra Señora recibe de manos de Dios la corona de gloria, como signo de una vida totalmente dedicada a Él y al cumplimiento de Su voluntad. Con su "sí" incondicional, María permitió que el Todopoderoso hiciera maravillas en ella. Por eso, todas las generaciones la llaman bienaventurada.

La vida terrenal de María, como Madre del Salvador, comienza antes de Jesús y termina después de Jesús. Después de ser Madre de la Iglesia, por ser la madre de su Fundador, ahora reina en el Cielo y en la Tierra como Reina Madre, al lado de Su Hijo, que es Rey del Universo.

Pablo VI, en su Exhortación Apostólica Marialis Cultus, afirma que la solemnidad de la Asunción de María se prolonga jubilosamente en la celebración de su realeza. La madre de un rey es reina, reina madre. No fue una realeza heredada, como el hijo de un rey que hereda el trono, sino una realeza conquistada con esfuerzo. Esta corona de gloria fue precedida por una corona de espinas, mucho sufrimiento que María tuvo que soportar a causa de su Hijo.

San Pablo, en una de sus cartas, habla de los atletas que se sacrifican con entrenamientos y disciplina para ganar una corona que se marchita. Si ellos se esfuerzan así, cuánto más nosotros debemos esforzarnos para ganar, con María, una corona eterna de gloria, aceptando los sufrimientos que surgen en nuestro camino.

Meditación 2
Como María, regresaremos a Dios, de donde venimos, pero ya no seremos los mismos. Fuimos un proyecto de Dios y llegaremos al final con una personalidad formada, con la ayuda de Su gracia y también con nuestro esfuerzo personal. Dios coronará nuestra sangre, sudor y lágrimas. En la hora de la muerte, dejaremos de crecer y ya no habrá más oportunidades para hacerlo.

No necesitamos alcanzar una perfección específica; la parábola del Sembrador dice que una semilla da treinta, otra sesenta, y otra cien por uno. Lo que importa no es la cantidad, sino las oportunidades que tuvimos. La Parábola de los Talentos también enseña que todos los que trabajaron fueron recompensados por igual; y la de los Trabajadores de la Viña muestra que los de la última hora recibieron lo mismo que los de la primera. Conclusión: lo que importa es estar trabajando, esforzándonos, aunque haya riesgos y pérdidas.

Imaginemos el juicio final como un gran tribunal. Ese tribunal estará constituido por todas las personas con las que nos relacionamos durante la vida: amigos y enemigos, los que ayudamos (tuve hambre, tuve sed, etc.) y los que no ayudamos. Por cada persona a la que hicimos el bien, ganamos una voz y un voto favorable en ese juicio; por cada persona a la que no ayudamos, ganamos una voz y un voto desfavorable.

Pidamos a María que nos guíe durante el tiempo que aún nos queda, hasta llegar a nuestra última hora. Que este tiempo sea un tiempo de esperanza y no de miedo.

Oración
Oh María, Reina del Cielo y de la Tierra,
Madre llena de gracia, que trajiste al mundo
al Salvador y Rey de Reyes,
te alabamos y agradecemos por tu generoso "sí",
que permitió que el Todopoderoso hiciera maravillas en Ti.

Al contemplar Tu Coronación,
sabemos que Tu cuerpo, preservado de toda mancha,
está ahora glorificado junto a Tu Hijo.
Tú que fuiste Madre de la Iglesia,
intercede por nosotros ante Tu Hijo,
para que, al igual que Tú, podamos ser coronados de gloria.

María, ayúdanos a aceptar los sufrimientos que la vida nos trae,
a encontrar en el dolor una oportunidad de crecimiento,
y a trabajar con amor en Tu misión,
difundiendo el Evangelio y haciendo el bien.

Haz que, en cada acción nuestra,
podamos ganar voces favorables en el juicio final,
para que, en la hora de nuestra muerte,
seamos recibidos en los brazos de Tu Hijo,
así como Tú fuiste recibida en la gloria celestial.

Inspíranos a vivir con esperanza,
a mirar hacia arriba y buscar las cosas del cielo,
sabiendo que, en Ti, tenemos una Madre amorosa,
que nos guía y nos consuela en cada momento. Amén.

P. Jorge Amarto, IMC

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