Perfil humanoJacinta de Jesús Marto nació el 11 de marzo de 1910. Como su hermano Francisco, tenía el rostro redondo y unos rasgos perfectamente proporcionados: boca pequeña, labios finos, mentón breve, cuerpo bien equilibrado. «No era, sin embargo, tan robusta como Francisco», nos cuenta su madre.
Era una niña muy presumida: le gustaba vestirse bien, llevar siempre el cabello bien peinado y adornado con flores. Como su prima Lúcia, disfrutaba bailando al son del pífano que tocaba su hermano Francisco. Se divertía mucho jugando, pero, a diferencia de su hermano, no sabía perder; le molestaba profundamente no ganar. Muy centrada en sí misma, era siempre ella quien decidía los juegos y también los castigos, y en esto se mostraba intransigente.
No poseía el espíritu libre e independiente de su prima Lúcia. Por el contrario, era más dependiente, y en ese sentido vivía apoyada en su prima, con quien mantenía una amistad inusual. Nada hacía sin ella; un día sin Lúcia era para Jacinta un día triste, sin sentido.
Moralmente, era irreprochable. Como su hermano, había sido educada para no mentir jamás. Llegó incluso a reprender a su madre cuando esta decía una “mentira piadosa”:
—¿Entonces mamá me mintió? ¿Dijo que iba aquí y fue allá? ¡Mentir está mal!
Cuando no quería decir la verdad, se callaba, y nadie conseguía arrancarle una sola palabra. Una vez, Lúcia, cansada de tantos interrogatorios, se escondió; unos visitantes le preguntaron a Jacinta dónde estaba:
—¿Qué respondiste cuando te preguntaron por mí? —le preguntó luego Lúcia.
—Me callé bien calladita, porque sabía dónde estabas, ¡y mentir es pecado!
El aspecto más destacado y profundo de su personalidad era la sensibilidad. Jacinta era tan delicada que parecía de porcelana. Se emocionaba con facilidad; tenía el corazón en la mano. A los cinco años ya pedía una y otra vez que su prima le contara la Pasión del Señor. «Al escuchar los sufrimientos de Nuestro Divino Redentor», dice Lúcia, «se conmovía profundamente, lloraba con verdadero dolor y decía entre sollozos:
—¡Pobrecito Nuestro Señor! Yo no quiero hacer nunca ningún pecado; no quiero que Jesús sufra más...»
A menudo repetía:
—¡Me gusta tanto decirle a Jesús que lo amo! Cuando se lo repito muchas veces, parece que tengo fuego en el pecho... ¡pero no me quema! (...) Amo tanto a Nuestro Señor y a Nuestra Señora, que nunca me canso de decirles que los quiero.
Poseía un alma refinada, llena de sentimientos delicadísimos, decía su padre. Amaba profundamente a las ovejas y les ponía nombre a cada una: la paloma, la estrella, la mansita, la blanquita... los nombres más tiernos de su vocabulario. Los corderitos blancos eran su delicia.
«Se sentaba con ellos en el regazo —relata Lúcia—, los abrazaba, los besaba, y por la noche los traía en brazos a casa para que no se cansaran, imitando al Buen Pastor que había visto en una estampa que le habían regalado».
Jacinta en el EneagramaMaría se apareció en Fátima a tres niños que representan simbólicamente a toda la humanidad. Una humanidad fragmentada, incompleta, que se relaciona con la realidad y con los demás desde una perspectiva limitada.
Lúcia era, claramente, cerebral: su punto fuerte era la memoria y la inteligencia. Francisco era visceral e instintivo: no se entregaba mucho al pensamiento; vivía desde la percepción y la contemplación; pocas cosas le importaban realmente. Jacinta, en cambio, era puro sentimiento, pura emoción, toda sensibilidad.
¿A qué número correspondería Jacinta en el Eneagrama? No parece ser un tipo 2, pues su personalidad básica muestra un marcado egocentrismo que no se corresponde con el altruismo característico del dos. Tampoco un 3, ya que no persigue el éxito ni actúa con pragmatismo. A mi entender, Jacinta encaja en el tipo 4.
Lúcia, que la conocía como nadie, la describe como muy absorbida en sí misma. De hecho, su proceso de conversión pasa por descentralizarse, por descubrir que el centro de su vida no es ella, sino Él, Jesús, el que sufre y necesita ser reparado. Entonces comprende el Evangelio: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga».
Como buena cuatro, Jacinta era sentimental hasta el exceso, dramática y romántica, soñadora, individualista, con un gusto refinado por lo estético, como se evidencia en su relación con los corderitos, imitando al Buen Pastor. Como todo cuatro, evitaba lo vulgar: no jugaba con otras niñas porque las consideraba groseras, decían palabrotas. Detestaba la falta de integridad. En casa prefería la compañía de su pacífico hermano Francisco y evitaba a toda costa la presencia de su hermano mayor, João.
Otra característica del cuatro: el miedo al abandono. Jacinta lo expresó cuando fue arrestada en Ourém, y también al ser enviada sola al hospital de Dona Estefânia, en Lisboa, donde subrayaba con dramatismo su inminente muerte en soledad.
«Le cœur a ses raisons que la raison ne connaît pas» – El corazón tiene razones que la razón no comprende. Tras una conversación con el párroco, a quien Lúcia y su madre respetaban profundamente, Lúcia comenzó a dudar de las apariciones. Tal vez, pensó, todo venía del demonio. Jacinta, sin embargo, que percibía con el corazón, no vaciló y defendió con firmeza la veracidad de las apariciones.
El miedo sembrado en Lúcia fue tan intenso que llegó a tener pesadillas con el demonio arrastrándola al infierno y riéndose de ella. El 13 de julio se negó a ir a Cova da Iria. Sus primos lloraban, rogándole que los acompañara, pues no querían ir solos. Jacinta, conmovida, decía que tenía pena de Nuestra Señora, que se disgustaría. Al llegar el mediodía, hora de la aparición, los miedos de Lúcia se desvanecieron como por milagro y, junto con sus primos, caminó hacia la Cova entre miles de peregrinos.
Jacinta, la reparadora"Comprendí que el Amor lo encierra todo, que el Amor es mi vocación. En el Corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el Amor... y así lo seré todo." — Santa Teresa del Niño Jesús
"¡Me gusta tanto sufrir por amor a Nuestro Señor y a Nuestra Señora! Ellos aman mucho a quien sufre para convertir a los pecadores." — Jacinta
Si la pequeña Jacinta hubiera conocido a Santa Teresa del Niño Jesús, sin duda se habría identificado profundamente con ella.
Hemos dicho que cada uno de los pastorcitos encarna en su vida y en su camino de conversión un aspecto de la Mensaje de Fátima. Si Francisco representa el amor por la oración y la consolación del Señor, pasando largas horas en su compañía, Jacinta representa el corazón de la Mensaje: la reparación amorosa.
De los tres, era quien más empatizaba con los corazones desgarrados de Jesús y María, ofendidos por los ultrajes y pecados de la humanidad. Desde que se dio cuenta de sus corazones heridos, Jacinta se ofreció como bálsamo, como quien quiere restaurarlos con la única "cola" que de verdad une y cura: el Amor.
"Quien se obliga a amar, se obliga a padecer." O como dijo Jesús: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos." Jacinta comprendió bien esta verdad y por eso aceptaba con alegría todos los sufrimientos que se le presentaban como reparación por el Corazón herido del Señor.
Cuando lloraba en la prisión de Ourém por la ausencia de sus padres, bastaba que sus primos le sugirieran ofrecer ese sufrimiento como sacrificio, y ella enjugaba sus lágrimas con alegría:
—Jesús debe de estar contento conmigo, porque esto me cuesta un poquito...
Cuando ella y Francisco ya estaban postrados en cama, llamó con urgencia a Lúcia:
—Mira, Lúcia —le dijo emocionada—. Nuestra Señora vino a vernos y dijo que pronto vendría a llevar a Francisco al Cielo. Y a mí me preguntó si aún quería convertir más pecadores. Yo le dije que sí. Después decía a Jesús:
—Ahora puedes convertir muchos pecadores, porque ¡estoy sufriendo mucho!
Sólo Dios conoce el dolor que soportó en el hospital de Ourém, donde fue operada sin anestesia. Sólo Él sabe lo que sufrió por la herida abierta en su pecho, que supuraba pus. Y, sin embargo, su cuerpo fue encontrado incorrupto cuando fue exhumado en 1935 para la causa de su beatificación.
Con su muerte en la cruz, Cristo restauró la humanidad y reparó nuestra unión con el Padre. Jacinta, que en su inocencia imitaba al Buen Pastor llevando a cuestas al corderito perdido, acabó imitando también a Cristo Cordero inmolado, ofreciendo su corta vida por la conversión de los pecadores.
En efecto, su vida pública duró apenas tres años tras las apariciones. Murió en soledad, con una herida abierta en el pecho, tal como Jesús. No sólo imitó al Cristo Pastor que da la vida por sus ovejas, sino también al Cordero sacrificado que quita el pecado del mundo, porque esa fue su única motivación: la conversión de los pecadores.
Y parafraseando un soneto del poeta portugués Camões: "Más habría servido ella, si para un amor tan largo, no le hubiera sido dada una vida tan breve." Falleció el 20 de febrero de 1920, con apenas 10 años.
Conclusión - Desde el momento en que comprendió que los Corazones de Jesús y de María estaban desgarrados por los pecados del mundo, Jacinta se ofreció para repararlos con el adhesivo del Amor. El amor es, en efecto, la única cola que puede unir a los seres humanos entre sí y con Dios, y restaurar los corazones heridos y ofendidos.
P. Jorge Amaro, IMC