lunes, 2 de septiembre de 2013

De la Experiencia a la vida

 


-    He oído que te has convertido a Cristo, así que debes saber mucho acerca de él. ¿En qué país nació?
-    No sé
-    ¿A qué edad murió?
-     Tampoco lo sé
-    Debes saber al menos cuántos sermones predicó.
-    Hum... Pues tampoco lo sé.
-    Parece que sabes muy poco para ser un hombre que afirma estar convertido a Cristo.
-    Es verdad, y me avergüenza saber tan poco. Pero lo que sí sé es que alguna vez fui adicto al alcohol; estaba endeudado hasta el cuello; mi familia quedó destrozada; mi esposa y mis hijos temían el momento en que yo llegara a casa a altas horas de la noche; no había dinero para cuadernos ni muebles. Después de conocer a Cristo dejé de beber, no tengo deudas, nuestro hogar es un hogar feliz.
-    Hum... ¿Y realmente crees que transformó el agua en vino?
-    No sé, yo no estuve allí, pero lo que sí sé es que en mi casa convirtió el vino en muebles, los cuadernos y la miseria en felicidad.

Un perro o un gato sin dueño corre peligro de muerte, deambula y se acerca a las personas pidiéndoles que los salven. Si alguien se siente conmovido por ellos y les da una caricia o comida, siguen a esa persona a donde quiera que vaya. Lo mismo sucede entre los humanos, a pesar de los millones de años de evolución que nos separan de estos animales. El ciego de Jericó, la samaritana, Zaqueo, María Magdalena, son ejemplos de personas perdidas en la vida, sin pan, sin salud y sin amor. Cuando conocieron a Jesús, encontraron la salvación y, dejando atrás la vieja vida, lo siguieron convirtiéndose en sus discípulos.

Siempre me ha sorprendido el hecho de que la mayoría de los santos de la Iglesia Católica son personas que poseían todo lo que el mundo puede ofrecer y lo que tanto buscamos: juventud, riqueza, nobleza, belleza, fama, poder. Si dejaron todo esto cuando se encontraron con Cristo, no debió ser porque fueran estúpidos, sino porque encontraron en Cristo algo mejor y más grande.

En la vida se aprende más de los errores que de los aciertos; sin embargo, dado que la vida es corta y no hay tiempo para cometerlos todos y aprender de ellos, ¿por qué no aprender de los errores de los demás? En este sentido, ¿por qué no aceptar el testimonio de tantos santos, y dejar de buscar lo que tenían y juzgaban como basura, para aferrarse a Cristo, único camino, verdad y vida?

Bartimeo: El encuentro con Jesús lo curó de su ceguera, abrió los ojos y comenzó a ver la vida de otra manera. De un salto dejó atrás su vida anterior (simbolizada en la portada) y siguió a Jesús. Marcos 10:46-52

Samaritana – Al encontrar la verdadera agua en Jesús, abandonó el cántaro en el pozo, símbolo de una vida hecha de idas y venidas, en busca de un agua que nunca sacia.

Pablo de Tarso: El encuentro con Cristo invirtió el curso de su vida. La misma energía que utilizó para luchar contra Cristo sirvió más tarde para difundir la buena nueva del Maestro por todo el mundo antiguo.

Francisco de Asís – Un hombre joven y el único hijo de una familia burguesa adinerada que podía permitirse todos sus caprichos encontró a Cristo y abandonó la riqueza material para abrazar la riqueza espiritual.

Nuno Alvares Pereira – Joven, noble, famoso héroe de la batalla de Aljubarrota poseía la mitad de Portugal y merecía, más que el Maestro de Avis, haber sido rey de Portugal; lo abandonó todo por una riqueza mayor: Cristo.

Francisco de Borgia - Noble de la gran familia Borgia, sirvió con dedicación al emperador de Europa, Carlos V, casado con la bella Isabel de Portugal, hija mayor de don Manuel I. Contemplando a la joven y bella emperatriz en su lecho de muerte, dijo: "Jamás, serviré a señor que se me pueda morir".

Beatriz da Silva – Los celos de la reina hicieron que la bella joven Beatriz fuera encerrada en una caja fuerte. Allí conoció a Cristo y, cuando logró liberarse, se despidió de la corte y siguió a su amo.

En todas estas vidas, hay una antes de conocer a Cristo y otra después de conocerlo. Quien dice que ha conocido a Cristo y que tiene una relación íntima y personal con él pero que no ha cambiado su vida, está engañado y equivocado.

P. Jorge Amaro, IMC (Trad. Begoña Peña)



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