domingo, 2 de octubre de 2016

Perdonar y olvidar


Un ex prisionero de un campo de concentración nazi fue a visitar a un amigo que había compartido con él tan penosa experiencia. “¿Ya has perdonado a los nazis por todo lo que nos hicieron?”, le preguntó. “Sí, ya los he perdonado”, respondió su amigo. “Pues yo no, y nunca los perdonaré. Todavía los odio con toda mi alma”. Al oír esto, su amigo le dijo amablemente: “Si es así, todavía te tienen prisionero”.


Dios perdona y olvida, es como un ordenador con mucha memoria operativa, pero sin disco duro para almacenar datos. Para Dios, que vive en un eterno presente, el pasado no tiene valor. El bien y el mal contribuyeron a lo que somos hoy, que es lo que le interesa a Dios: las buenas obras han formado nuestro buen carácter, las malas acciones, si supimos afrontar sus consecuencias, nos dieron una lección, pues en la vida aprendemos más de nuestros errores que de nuestros aciertos.

“Aguas pasadas no mueven molinos”
No perdonar es elegir quedarse encerrado en una celda de amargura, cumpliendo condena por el crimen de otra persona. — Mahatma Gandhi

Dios perdona y olvida, pasa página como solemos decir; el agua no se queda pegada a ningún lado, corre, “moves on”, como dicen en inglés. Lo que pasa con Dios y con el agua que, una vez pasada, ya no puede mover el molino, no pasa con nosotros. De hecho, muchos de nosotros, contra todas las leyes de la física, quedamos atados al pasado y vivimos nuestra historia de forma circular y repetitiva, como un disco rayado.

De este modo, el pasado se proyecta continua y obsesivamente en el presente, obligando a las personas de nuestras relaciones actuales a representar y actuar nuestros monstruos del pasado, reaccionando nosotros como reaccionamos entonces.

Sólo perdonando a quienes nos han herido en el pasado nos liberamos de las ataduras del resentimiento y otras emociones dañinas que andan sueltas en nuestro ser; como no logramos controlarlas porque no las conocemos, son ellas las que nos controlan a nosotros, influyendo en nuestro comportamiento presente. Sólo cuando perdonamos nos emancipamos totalmente de quienes nos ofendieron y les retiramos el poder que, en caso de no perdonar, aún tienen sobre nosotros.

Se cuenta que, en el Cielo, Caín evitaba la compañía de Abel, hasta que un día, este, sin entender la razón del comportamiento de su hermano, decide confrontarlo:
—Oye, ¿por qué huyes de mí? ¿Acaso no somos hermanos?
Caín, cabizbajo y avergonzado, responde en tono de pregunta:
—¿Tú no sabes lo que ocurrió allá abajo, en la Tierra, entre tú y yo?
—Tengo una vaga idea —dijo Abel—; ¿fuiste tú quien me mató a mí, o fui yo quien te mató a ti?

Mientras dura el remordimiento, dura la culpa. Caín aún no se había perdonado a sí mismo… Si Dios perdona y olvida, pasa página, nosotros, por nuestro propio bien y equilibrio anímico, estamos llamados a hacer lo mismo: perdonar a los demás y perdonarnos a nosotros mismos. Es cierto que los hechos no son totalmente olvidados desde el punto de vista cognitivo; pero si realmente logramos perdonar, estos se recuerdan de forma distinta, sin emoción; ya no provocan estrés ni ansiedad, odio ni resentimiento en nuestro corazón, por lo que realmente han quedado en el pasado y pueden incluso ser olvidados cognitivamente.

El pecado es una deuda contraída
Anuló el documento que, con sus decretos, era contrario a nosotros; lo abolió enteramente y lo clavó en la cruz.”Colosenses 2,14

“Perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.” Así rezaban los españoles el Padre Nuestro hace unos años. Cuando pecamos, contraemos una deuda con quien pecamos; las relaciones con esa persona, el orden, el equilibrio y la armonía no se restablecen si la deuda no es saldada.

La idea de satisfacer, compensar o reparar a quien hemos dañado viene del hecho de sentirnos deudores. La palabra ofensa, que usamos ahora también en español para estar en sintonía con América Latina, no transmite el mismo sentido.

Necesitamos mirar el pecado como deuda contraída para entender lo que San Pablo dice a los cristianos de Colosas. Les habla, en efecto, de una factura que contiene extensa y detalladamente los pecados de la humanidad y los nuestros propios. Esa factura, que es un documento de nuestra deuda, habla contra nosotros, pues relata todo el mal que hemos hecho.

En Cristo, Dios Padre abolió o anuló la factura. En el griego original, San Pablo no utiliza el término chiastrein, que significa anular colocando una X sobre el cuerpo de la factura. No usa este término porque, incluso después de anular una factura, siempre se puede leer y arrepentirse uno de haber perdonado la deuda. El término que Pablo usa es exalaifein, que significa borrar.

En aquella época no existía el papel como ahora; los papiros y las pieles se usaban una y otra vez, por eso se escribía con una tinta que se podía borrar fácilmente, como hasta hace poco hacíamos con nuestras pizarras. Una vez borrada la factura, ya no se puede leer. Pero para que no quedase ningún vestigio de dicha factura, Dios la crucificó, es decir, la destruyó por completo, como si hubiese sido quemada; ya no puede ser leída, no sólo porque fue borrada, sino porque ya no existe.

Jesús de Nazaret pagó la factura de nuestra deuda; al asumir nuestros pecados, de algún modo Él se encarnó en la factura de deuda de toda la humanidad, y con su muerte la destruyó.

“Él mismo, en su cuerpo, llevó nuestros pecados sobre el madero, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia: por sus heridas fuisteis sanados.” —1 Pedro 2, 24

Al asumir nuestros pecados, Jesús, de algún modo, se transformó en la vieja factura que contenía todos los pecados o deudas de la humanidad para con Dios; al morir en la cruz, la destruyó para siempre. Si en Jesús Dios perdona y olvida nuestras faltas, también nosotros estamos llamados a perdonar y olvidar las ofensas de los demás, así como el mal que nos hemos hecho a nosotros mismos.

Conclusión - Si Dios, que todo lo sabe, elige no recordar nuestros pecados, ¿quiénes somos nosotros para seguir reteniendo lo que ya ha sido redimido?

P. Jorge Amaro, IMC

No hay comentarios:

Publicar un comentario