Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres. Hechos 5, 29
A lo largo de esta reflexión, he procurado referirme a los votos de pobreza, castidad y obediencia no solo como algo propio de monjes, frailes, sacerdotes y monjas, sino como valores humanos válidos para todos los que confrontan sus vidas con el evangelio de Nuestro Señor Jesucristo.
De forma simplista, podríamos decir que el voto de pobreza define y marca nuestra relación con las cosas; el voto de castidad, nuestra relación con los demás; y el voto de obediencia, nuestra relación con Dios. Es cierto que los tres tienen implicaciones en las tres realidades, pero también es cierto que, para cada uno de ellos, una de estas realidades es predominante.
En cuanto a la obediencia, por ejemplo, los apóstoles se negaron a obedecer a las autoridades más altas del pueblo de Israel: el Sumo Sacerdote y el Sanedrín, compuesto por sacerdotes, escribas, fariseos y ancianos del pueblo, en un total de 71 miembros. Justificaron esta desobediencia civil entendiendo que debían obedecer a Dios antes que a los hombres.
Nuestro lugar en el mundo
"Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura. No os preocupéis, pues, por el día de mañana, porque el día de mañana ya traerá sus propias preocupaciones" Mateo 6, 33-34.
Es la obediencia la que nos despierta de altos sueños de grandeza individual con la convicción de que, como ciudadanos de este mundo, no estamos aquí para nosotros mismos y que nuestra vida no trata sobre nosotros. La obediencia reconoce y valora, al mismo tiempo, el derecho y el deber de pertenecer, participar y tener un lugar en la historia de la humanidad.
Es cierto que cada uno de nosotros es un ser autónomo, independiente, libre; sin embargo, nuestra individualidad no se explica por sí sola. No existiría sin la existencia previa y la convivencia de mi padre y mi madre. Somos al mismo tiempo libres e interdependientes porque formamos parte de una familia, una comunidad, un país, la humanidad.
A un estudiante se le dio la oportunidad de observar bacterias al microscopio. Pudo ver cómo una generación de estos seres vivos microscópicos nacía, crecía, se reproducía y moría, dejando su lugar a la generación siguiente. Vio, como nunca, la vida transmitiéndose de generación en generación. Al entender la lección subyacente a esta observación –que el valor de su vida dependía de la forma en que ocupaba su lugar en el amplio contexto del bien común–, afirmó: “Me comprometo, durante mi vida, a no ser un eslabón débil”.
Esta historia sugiere que la humanidad también es una sucesión de generaciones conectadas como en una carrera de relevos. Tras encontrar nuestro lugar en el mundo, para que nuestra vida sea productiva y no solo reproductiva, debe convertirse en una contribución al progreso de la humanidad; debemos comprometernos a dejar más de lo que encontramos. En este contexto, la obediencia es, por tanto, mi participación, mi granito de arena en la construcción de un mundo mejor, el Reino de Dios.
Nadie se realiza fuera de la comunidad o en contra de la comunidad, por lo que no hay autorrealización que no sea una contribución para la comunidad. Solo nos sentimos bien con nosotros mismos cuando los demás se sienten bien con nosotros. Al valorar a los demás, nos valoramos a nosotros mismos; al reconocer los derechos de los demás, reconocemos los nuestros. Para frasear a Neil Armstrong, cada uno de nuestros pequeños pasos o éxitos es un salto para la humanidad.
Para que así sea, como sugiere Jesús en el texto antes citado, debemos buscar primero el Reino de Dios y su justicia. Es decir, en actitud de obediencia, rechazar la tentación de atender a la satisfacción de nuestras necesidades, pues no es en su satisfacción donde encontramos la felicidad y la autorrealización; de hecho, el texto sugiere que no debemos preocuparnos por esta satisfacción, ya que en el proceso de buscar el Reino de Dios, o sea, de cumplir con la tarea para la cual Dios nos llamó, hallamos la satisfacción de nuestras necesidades.
Como cristianos, todos formamos el cuerpo místico de Cristo, la Iglesia; como tal, estamos llamados a actuar aquí y ahora en la historia de la humanidad, en las obras de salvación que él comenzó hace 2000 años. Cristo no podía vivir dos veces en un cuerpo físico; por eso, y porque su salvación era para toda la humanidad y no solo para sus contemporáneos, los cristianos de cada tiempo y lugar deben ser las piernas, los brazos y la voz de Cristo. En esta perspectiva, la obediencia de cada cristiano se asemeja a la sumisión de todos y de cada miembro individual, como sucede en un cuerpo físico, para la armonía y el bien común de todo el cuerpo.
La sede del poder
Pilato le dijo: "¿No me respondes? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?" Jesús le respondió: "No tendrías ningún poder sobre mí, si no te fuera dado de lo alto. Por eso, quien me entregó a ti tiene mayor pecado". Juan 19, 10-11
A diferencia de otros pueblos, el pueblo de Israel nunca quiso tener un rey. Su único Rey era Dios, que en cada época suscitaba un líder para gobernar y guiar al pueblo según sus designios. Todos los que a lo largo de la historia de la humanidad tuvieron poder se dieron cuenta de que, de alguna manera, su poder provenía de Dios o lo tenían en representación de Dios, el único verdaderamente Todopoderoso. La asociación e identificación de Dios con el poder llevó a algunos emperadores de Roma a autoproclamarse dioses.
Francisco Franco, “Caudillo de España por la gracia de Dios” – Así estaban acuñadas las pesetas durante el fascismo en España. Reconociendo Franco que no tenía legitimidad para ocupar el lugar que ocupaba, pues ni era un presidente de república electo ni era hijo de monarca, recurrió a este subterfugio que, a su modo, confirma el hecho de que verdaderamente el poder proviene de Dios, quien lo delega temporalmente a este o aquel líder.
Esto es precisamente lo que quiso decir Santo Tomás Moro cuando un día, en oración, fue varias veces interrumpido por un mensajero del rey Enrique VIII que deseaba verlo de inmediato. Con la calma que lo caracterizaba, el santo le dijo al mensajero: “Id y decid a su majestad que en este momento me encuentro ocupado con alguien superior a él, el rey del Universo”.
Dura lex sed lex – La ley es dura pero es la ley; el capricho, la arbitrariedad de un dictador o de alguien que abusa del poder que se le ha conferido y gobierna por decreto ley es mucho más dura. La ley, al ser en principio y por principio igual para todos, nos hace a todos iguales ante ella. La supremacía de la ley, o la supremacía de la moral o ética, es una imagen de la supremacía de Dios, quien, como es Padre de todos, nos hace a todos iguales ante Él. Esta es la base de la dignidad de la persona humana.
Voz del pueblo, voz de Dios – En democracia, el poder reside en el pueblo y siempre en el pueblo. Este, periódicamente, lo delega en personas que lo representan en el gobierno de la nación. Lo mismo ocurre en una orden religiosa: el poder reside en los hermanos, que también lo delegan periódicamente, mediante elecciones, en la persona del superior o abad. En el caso de la vida religiosa, el abad representa al mismo tiempo la voluntad de Dios y el compromiso que cada religioso asumió con Dios, la comunidad y la Iglesia en general cuando hizo los votos. Como el voto de obediencia se hace a Dios, a Él también se le debe la obediencia con la mediación o a través del Superior.
El voto de obediencia
"El que recibe mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama." —Juan 14, 21
Desde la desobediencia de Adán y Eva, por la cual entró el mal en el mundo, la historia de Israel puede leerse como una historia en la que se mezclan la desobediencia y la obediencia. Para Jesús, solo a través de la obediencia a la palabra, poniéndola en práctica, se puede construir algo; de lo contrario, son palabras inconsecuentes, que no logran nada y que el viento se lleva. (Mateo 7, 24-27)
Jesús apeló a todos los que le escucharon a aceptar y obedecer sus enseñanzas, a incorporarlas en su vida cotidiana, a convertirlas en actitudes y comportamientos del día a día. Sin embargo, Jesús también llamó a 12 para que dejaran sus vidas anteriores; sus trabajos y familias, para ponerse totalmente a su disposición; a estos les indicó detalladamente cómo comportarse, qué hacer, dónde ir, cómo ir y qué decir.
La obediencia solo se debe a Dios, y el voto religioso de obediencia no puede ser una excepción. No existe porque pertenecemos a una institución que necesita una autoridad, sino porque necesitamos mediaciones entre nosotros y Dios. El voto, entonces, se basa en la fe de que la voluntad de Dios se expresa a través de un gobierno.
Por eso, el primer objetivo de la obediencia, el más importante, no es la estructuración de la Comunidad, sino la autorrealización de cada uno de sus miembros; así, la obediencia tiene menos que ver con la sumisión o la renuncia a la propia voluntad y más con la afirmación de la voluntad de Dios, a pesar de los deseos y fuerzas contrarias que operan dentro de nosotros y también dentro de los superiores.
No es nuestra voluntad la que se opone a Dios cuando decidimos libremente dedicarnos al Reino de los cielos; muy al contrario, es el mal que reside en nosotros el que en todo momento se opone a nuestra opción fundamental. En última instancia, y tal como Jesús lo plantea, la obediencia es una consecuencia del amor: "Amo al Padre y actúo según el mandamiento del Padre." (Juan 14, 31)
Coordinador de carismas
"No permitáis que os llamen 'maestros', porque uno solo es vuestro Maestro, y vosotros sois todos hermanos. Y no llaméis a nadie en la tierra 'Padre', porque uno solo es vuestro Padre, el que está en el cielo. Ni os dejéis llamar 'doctores', porque uno solo es vuestro Doctor: Cristo. El mayor de entre vosotros será vuestro servidor. Quien se ensalce será humillado, y quien se humille será ensalzado." (Mateo 8, 12)
Abad, primus inter pares, prior, provincial, superior, responsable... son algunos de los títulos que, a lo largo de la historia, se han dado a esa persona que, elegida por todos, representa lo que prometimos a Dios, sacramento de la autoridad divina a quien en última instancia debemos obediencia. Todos estos títulos, de algún modo, van en contra del texto citado anteriormente, ya que colocan a esta persona en un nivel superior a los demás.
En mi opinión, el mejor título para este cargo es el de "coordinador de carismas", ya que cada hermano o hermana tiene un carisma distinto, y para que estos carismas se armonicen en la formación de un solo cuerpo para el bien común, es necesario que haya un coordinador.
Como coordinador de carismas, la función del “superior” tiene más que ver con la comunidad en su conjunto que con cada uno de sus miembros. Cada religioso, cada persona, se rige por su propia conciencia y, además de Dios, no debe dar explicaciones a nadie. Como seres autónomos, libres e independientes, no necesitamos que alguien nos dicte lo que debemos o no hacer.
Como el propio concepto de "coordinador de carismas" indica, cada comunidad necesita una persona que, como el director de una orquesta, armonice las distintas individualidades para que puedan vivir al unísono. En una orquesta, cada músico toca un instrumento distinto, una música única y diferente de las demás; el director, siguiendo una partitura general a la cual también él obedece, fusiona en una sola melodía las contribuciones de los distintos músicos.
Así debería ser en una comunidad: cada uno debe, ante todo, ser auténtico, fiel a sí mismo y a su proyecto o misión, teniendo en cuenta que esto no tiene sentido si no se inserta en el contexto del bien común. Es responsabilidad del coordinador velar por ese bien común.
En caso de conflicto
"Rebelarse contra un tirano es obedecer a Dios." —Benjamin Franklin
El poder no siempre corrompe, pero puede corromper también a aquel que, en la comunidad, tiene la facultad de coordinar los carismas de todos para el bien común. Tanto el coordinador como el miembro de la comunidad deben estar permanentemente atentos a Dios y en diálogo entre sí, para que tanto la coordinación como la obediencia respondan a la voluntad de Dios.
Siempre se debe obedecer cuando lo que se nos pide está en sintonía con nuestro proyecto y con lo que hemos prometido a Dios. Sin embargo, si un miembro de una comunidad tiene la certeza de que su coordinador demanda obediencia por razones que no se corresponden con la voluntad de Dios, en conciencia, el miembro de la comunidad puede y debe desobedecer, ya que en esa desobediencia estará obedeciendo a Dios.
En ausencia de esa certeza, en caso de duda, es preferible obedecer; sin duda, esto requerirá un acto de fe en el coordinador, pero la historia de la salvación, tal como se describe en la Biblia desde Abraham, está llena de ejemplos en los que la obediencia se convierte, muchas veces, en una cuestión de fe. O crees, te arriesgas, confías y te lanzas en el vacío y en la oscuridad, o no crees, te retraes y quedas paralizado.
Conclusión - Al concluir esta reflexión sobre los votos en este año de la vida Consagrada, podemos decir resumidamente que el voto de pobreza define y pauta nuestra relación con las cosas; el voto de castidad, nuestra relación con los demás; y el voto de obediencia, nuestra relación con Dios. Para Jesús, la obediencia es una consecuencia del amor: "Amo al Padre y actúo según el mandamiento del Padre." (Juan 14, 31)
P. Jorge Amaro, IMC
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