domingo, 15 de noviembre de 2015

Vocaciones Truncadas

Debido a que nuestra vida es espaciotemporal, Cristo solo podía existir una vez en carne humana. Pero Él no vino solo a salvar a los hombres de su tiempo y de su país, sino a toda la humanidad: todos los que habían vivido antes de Él, por eso la Escritura dice que descendió a los infiernos después de su resurrección, y todos los que iban a vivir después de Él, a quienes

Él mismo hace referencia en el episodio de la aparición a los doce y a Tomás, cuando dice que son felices los que creen sin haber visto; los que vivirían después de Cristo también son mencionados en la oración sacerdotal cuando Jesús pide por los que van a creer en el testimonio de los apóstoles.

Cristo, que es la salvación para los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares, tenía que encontrar una forma de que esta salvación se extendiera realmente a todo tiempo y lugar.

La Iglesia es Cristo en todo tiempo y lugar
Estaré siempre con vosotros hasta el fin de los tiempos Mateo 28, 20
La Iglesia, cuerpo místico de Cristo, es la forma que Jesús encontró para extender su mensaje y acción en el tiempo y en el espacio. Él mismo lo dijo, si tenéis fe haréis todo lo que yo hago y obras aún mayores. Dios no está limitado por las coordenadas del tiempo y el espacio; Cristo era Dios, pero, mientras vivió entre los hombres, Él también estuvo limitado por esas coordenadas.

Cristo es camino, verdad y vida para los hombres de todo tiempo y lugar. La Iglesia somos todos nosotros, pero dentro de la Iglesia hay carismas que requieren una llamada especial porque exigen una consagración especial. Los sacerdotes y religiosos están al servicio de la Misión y de la fraternidad universal porque consagran toda su vida a este servicio; como dicen los españoles, ponen toda la carne en el asador.

Es de suponer que Cristo sigue llamando, y quizás más que antes, pues el rebaño ha crecido para los pastores, y la cosecha es aún mayor para los pescadores de hombres (Mt 9,32-38). Y si Cristo sigue llamando, ¿por qué hoy hay cada vez menos misioneros, personas dispuestas a dejar su tierra y su familia para llevar el evangelio a otras latitudes y longitudes? Si Cristo sigue llamando, ¿por qué el clero es cada vez más anciano y hay sacerdotes con tres, cuatro y hasta cinco o más parroquias?

Tal como en la parábola del sembrador, el problema no está en la semilla ni en el propio sembrador, que es Cristo; el problema está en los diferentes terrenos en los que cae esta semilla. Cristo sigue llamando, pero las respuestas a esa llamada son cada vez más como la del joven rico…

Malos ejemplos
Una de las razones para la escasez de vocaciones son los malos ejemplos que algunos de nosotros, religiosos y sacerdotes, damos. Es el escándalo de los pequeños del que habla el evangelio; cada uno de nosotros puede ser una piedra en el camino que facilita el trayecto, o una piedra de tropiezo que hace caer. En griego, escándalo significa precisamente piedra de tropiezo.

Es un hecho que, con el escándalo de la pedofilia, mucha gente ha abandonado la Iglesia; pero fueron los “pequeños” del evangelio quienes la abandonaron, los de fe pequeña o una fe que necesitaba crecer para volverse adulta. En una cesta de manzanas es inevitable que haya alguna podrida. Ya así sucedió en los comienzos de la Iglesia con el grupo de los doce apóstoles que Jesús escogió; uno de ellos, Judas Iscariote, era traidor.

Los que abandonaron la Iglesia de Cristo por el escándalo de algún sacerdote demostraron que su fe no estaba en Cristo, sino en el sacerdote en cuestión. Tiraron al bebé con el agua del baño; descalificaron la fe en Cristo y al propio Cristo por el mal ejemplo de un cristiano.

El sacerdote es un sacramento, representa a Cristo y actúa en nombre de Cristo, pero no es Cristo. Así como hay buenos actores y malos actores, hay sacerdotes que representan bien a Cristo y otros que lo representan mal. El sacerdote es un icono de Cristo, nuestra fe está en quien él representa, y no en él mismo.

Jóvenes autorreferenciales
No pidas lo que tu país puede hacer por ti, sino lo que tú puedes hacer por tu país. John F. Kennedy

Una joven de 17 años me decía en la escuela: “en lugar de creer en Dios, creo en mí misma, es más, yo soy el dios de mí misma”. Como esta, muchos jóvenes de hoy no tienen ideales, son autorreferenciales, giran en torno a sí mismos. El mundo tiene mucho que ofrecer y el joven mira al mundo no como una gran cosecha donde los trabajadores son pocos, sino como un gran buffet de cosas bellas y placenteras que no quieren perder por nada.

Para ellos, acceder a estos bienes es ganar la vida, renunciar a ellos o verse privados de ellos es perder la vida. Pensando así, no pueden entender lo que Cristo dijo: “El que quiera ganar la vida la perderá, y el que la pierda por el evangelio la ganará” (Juan 12, 25).

La mayoría de los santos de la Iglesia católica provenían de familias ricas, nobles y famosas, tenían todo lo que estos pobres jóvenes de hoy tanto desean, y lo dejaron todo y lo consideraron basura con tal de tener a Cristo (Filipenses 3, 7-10). Así como San Pablo, estos jóvenes ricos, bellos y nobles, no renunciaron simplemente a las riquezas, sino que encontraron en Cristo una riqueza mayor, y como el comerciante de perlas que al encontrar una de gran valor dejó las otras (Mateo 13, 45-46). Lástima que estos jóvenes nunca encuentren a Cristo.

Para el joven de hoy, resulta muy difícil entender que su vida no gira en torno a sí mismo; que su vida es un valor relativo, y que lo que le da valor es lo que hace o no hace con ella. Beethoven sin la música sería un Don Nadie; lo mismo sería Picasso sin la pintura; los talentos individuales están orientados antes que nada al bien común, y después al bien individual. No vivimos para ser felices, sino para ser útiles a la sociedad, y es en la medida en que somos útiles que somos felices, de lo contrario, somos inútiles incluso para nosotros mismos.

Que somos seres sociales lo prueba el hecho de que, cuando compartimos nuestra tristeza con un amigo, nos sentimos menos tristes; al contrario, nos sentimos más alegres cuando compartimos alegría. El bien social se armoniza con el bien individual y viceversa; no se es feliz rodeado de infelicidad, ni se es feliz a costa de los demás, sino solo cuando contribuyo a su felicidad.

La felicidad es el efecto secundario de nuestro altruismo, siendo el efecto principal el bien de los demás. Nadie toma un medicamento por el efecto secundario, sino por el efecto principal; toda nuestra actuación tiene un retorno, un efecto bumerán; “What goes around comes around”.

Jesús dice de sí mismo: “He venido al mundo para servir y no para ser servido”. Es cierto que nadie diría en público que vino al mundo para ser servido, sin embargo, si dejamos de lado nuestra hipocresía y somos honestos con nosotros mismos, reconoceremos que no buscamos el servicio sino el poder, y ser servidos por quienes están debajo de nosotros, por eso somos infelices.

El camino de la grandeza es en realidad el servicio, los grandes en nuestra vida fueron quienes nos sirvieron y no quienes se sirvieron de nosotros o nos dominaron. Los grandes para la humanidad fueron también quienes la sirvieron y no quienes se sirvieron de ella, como Hitler, Stalin y tantos otros dictadores…

Los padres paternalistas
Luego comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, por los sumos sacerdotes y los escribas, y ser muerto y resucitar después de tres días. Y decía claramente estas cosas. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro diciéndole: «Apártate de mí, Satanás, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.» Marcos 8, 31-33

Dios siempre llama, pero los pocos jóvenes que dicen que sí, después de vencer la auto referencialidad y el atractivo de la sociedad de consumo, aún tienen que vencer a aquellos de quienes son más cercanos: sus padres. Estos, movidos más por el instinto materno que por un verdadero amor de padre y madre, se oponen a Dios tal como Pedro a Jesús. Como se oponen a los planes de Dios, lo mismo que Jesús llamó a Pedro, habría que llamar a estos padres paternalistas: de hecho, Diabolus o Satanás significa opositor.

Hay innumerables historias de padres que se opusieron, “con uñas y dientes”, a que sus hijos siguieran la vida para la que Dios los llamó. Un padre dejó de hablar a su hija por 30 años porque ella rechazó el matrimonio y se hizo misionera. Otros padres, cuando no lograron apartarlos totalmente del llamado de Dios, modificaron su vocación misionera en sacerdocio diocesano, para tenerlos más bajo sus alas.

Un sacerdote cuyo padre, siendo médico, obligó al hijo a seguir la carrera de medicina, al terminar el curso, por amor y respeto al padre, el día de su graduación le entregó el diploma diciendo: “aquí tienes lo que querías de mí, ahora voy a hacer lo que Dios quiere de mí…”.

Yo mismo siempre estaré agradecido a mi madre porque ni por activa ni por pasiva intentó desviarme de mi camino. Recuerdo que después de los primeros tres años en Etiopía, un día al escuchar a mi padre que intentaba convencerme de no volver, con voz fuerte lo reprendió diciendo: “¡Cállate, hombre, que Dios puede castigarte!”. Es cierto que Dios no castiga, pero de cualquier manera no me gustaría estar en la piel de estos padres que un día tendrán que ponerse delante de Él y justificar su posición de diabolus, opositores de su designio para con sus hijos.

Consejo a los padres
Muchas madres y padres nunca llegan a cortar el cordón umbilical, aman con un amor posesivo, paternalista, que crea dependencia e impotencia, sin salir nunca de la vida de sus hijos, en la que siempre quieren tener voz y voto, incluso después de casados.

La buena educación es aquella que busca la libertad, la autonomía y la independencia de los educandos. El buen educador tiene como objetivo el no ser más necesario. Al contrario, muchos padres quieren sentirse siempre fundamentales en la vida de sus hijos, llegando a anularlos.

Consejo a los hijos
La oposición de quienes nos son más queridos no es algo que Jesús no haya contemplado:

No penséis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino espada. Porque he venido a poner al hombre en desacuerdo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra; de tal modo que los enemigos del hombre serán sus familiares. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o hija más que a mí, no es digno de mí. Mateo 10, 34-37

Y dijo a otro: «Sígueme.» Pero él respondió: «Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre.» Jesús le dijo: «Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú, ve y anuncia el Reino de Dios.» Otro le dijo: «Te seguiré, Señor, pero déjame despedirme primero de mi familia.» Jesús le respondió: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.» Lucas 9, 59-62

Conclusión - Tal como antaño, Cristo sigue llamando. Sin embargo, los jóvenes de hoy, atrapados en el ego de sus padres y seducidos por el mundo material, abrazan las criaturas y dan la espalda al Creador. Así, se alejan de la auténtica realización y de la felicidad plena, que solo en Dios pueden encontrar.

P. Jorge Amaro, IMC

No hay comentarios:

Publicar un comentario