sábado, 22 de noviembre de 2025

Fátima: ¿Segredo o Profecía?


«Cuando veis que una nube se levanta por el poniente, decís en seguida: ‘Va a llover’, y así sucede. Y cuando sopla el viento del sur, decís: ‘Hará calor’, y así ocurre. ¡Hipócritas! Sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo; ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente?»   — Lucas 12, 54-56

¿Secreto o profecía?
Los pastorcitos de Fátima, incultos como eran, no conocían el concepto de profecía. Por eso, denominaron “secreto” a lo que la Señora les comunicó acerca del futuro, así como a las dos visiones que tuvieron durante la aparición del 13 de julio de 1917. Por tanto, lo que popularmente se conoce como “el secreto de Fátima” debe entenderse, en realidad, como la Profecía de Fátima. En este sentido, el entonces cardenal Joseph Ratzinger se refirió a Fátima como la más profética de las apariciones modernas.

Profecía y signos de los tiempos
Según el evangelio de Lucas, citado más arriba, los profetas eran personas que sabían leer los signos de los tiempos, es decir, sabían ver el presente como impregnado de un futuro que ya se anunciaba aquí y ahora. Una cosa es ver, y otra muy distinta es interpretar y descubrir señales del futuro incrustadas en el presente.

Por ejemplo, durante siglos mucha gente vio cómo el vapor de una olla hirviendo hacía saltar la tapa, sin sacar mayores conclusiones de ello. Sin embargo, James Watt miró más allá de ese hecho aparentemente trivial, y al intentar aprovechar la fuerza del vapor, construyó la máquina de vapor: la primera gran máquina de la historia de la humanidad.

La profecía vincula el presente con el futuro, en el sentido de que el futuro ya da señales de sí mismo en el ahora, bajo la forma de signos que sólo perciben aquellos cuya mente está despierta: los que miran el mundo con ojos que ven más allá de lo evidente, y que viven en constante contacto con el Señor del Tiempo: presente, pasado y futuro, que es Dios.

Y la profecía vincula el futuro con el presente, en el sentido de que el futuro no está fijado de manera irreversible, sino que es interactivo y puede ser transformado. De hecho, el propósito de la profecía en la Biblia es advertirnos sobre un futuro que todavía estamos a tiempo de evitar, pues tenemos libertad y responsabilidad para escribir la historia de otra manera. El futuro no es como un tren desbocado sin frenos que no se puede detener, sino como un caballo al galope perfectamente domado, cuyas riendas están en nuestras manos.

Historia del secreto
“El secreto de la Señora”, como lo llamaban los niños, consta de tres partes claramente diferenciadas:
 La primera, una visión del infierno;
 La segunda, un discurso sobre el ateísmo militante de Rusia;
 La tercera, una visión simbólica del sufrimiento causado por ese mismo ateísmo durante el siglo XX.

El secreto — o profecía— está compuesto por dos visiones (primera y tercera parte) y un discurso intermedio de la Virgen (segunda parte). Fue comunicado a los tres pastorcitos el 13 de julio de 1917. Sin embargo, fue redactado literariamente en dos épocas distintas:

La primera y segunda parte el 31 de agosto de 1941;
La tercera el 3 de enero de 1944.

Pasaron, por tanto, 24 y 27 años respectivamente desde que, en 1917, los niños afirmaron por primera vez que guardaban un secreto que no revelarían. Durante los interrogatorios a los que fueron sometidos —impulsados por la curiosidad natural del ser humano— las preguntas sobre el secreto eran las más frecuentes. Primero se les ofreció oro, plata y dinero para engañarlos y hacerlos hablar; al no ceder, siguieron las amenazas de muerte y la tortura psicológica en la prisión de Ourém. Los niños jamás cedieron.

1ª Parte: La visión del infierno
«Nuestra Señora nos mostró un gran mar de fuego que parecía estar debajo de la tierra. Sumidos en ese fuego, los demonios y las almas —como si fueran brasas transparentes y negras o de color bronce— con forma humana, flotaban en el incendio, arrastradas por las llamas que brotaban de ellas mismas, junto con nubes de humo, cayendo hacia todos lados, como las chispas en un gran fuego, sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor».

“Los demonios se distinguían por formas horribles y repugnantes de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes y negros. Esta visión duró un instante, y fue gracias a nuestra buena Madre del Cielo —que antes nos había prometido llevarnos al Cielo— que no morimos de susto y terror».

La existencia del infierno es un dato incontestable de nuestra fe. Si arrancáramos de la Biblia todas las páginas en que se menciona el infierno, nos quedaría, sin duda, una Biblia más delgada, pero ya no sería la Palabra de Dios. Hoy abundan los teólogos que niegan su existencia, alegando que el infierno es como el cero en matemáticas: útil para ciertas operaciones, pero vacío de contenido real.

¿Existe o no existe? No lo sabemos ni nos interesa saberlo con certeza empírica. El infierno es, sobre todo, la posibilidad real de no salvarse; el lugar teológico del mal, así como el Cielo lo es del bien.

«En la morada de los muertos, estando atormentado, alzó los ojos y vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno. Entonces gritó: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy sufriendo mucho en estas llamas”.» — Lucas 16, 23-24

La parábola del rico epulón y el pobre Lázaro tiene la misma función pedagógica que la visión del infierno mostrada a los pastorcitos. La Virgen quiso reafirmar que el infierno existe y que es real la posibilidad de condenación. La descripción minuciosa de las almas que caen en él, su sufrimiento entre las llamas, y la presencia de demonios, tenía una intención pedagógica clara: advertir a los que en esta vida no siguen a Cristo como Camino, Verdad y Vida.

«No temáis a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; temed más bien a quien puede hacer perecer en la gehena el alma y el cuerpo.» — Mateo 10, 28

En la Biblia hay dos formas de representar el infierno: como tortura eterna y como muerte eterna. La representación más común es la segunda: la muerte eterna, es decir, el regreso a la nada de quien no fue nada, no hizo nada, ni sirvió a nadie. El que no creyó en Dios ni en la vida eterna, sino que vivió como si nada existiera después de la muerte.

Es impensable que el Padre de Nuestro Señor Jesucristo condene a una eternidad de sufrimiento a alguien que, aunque haya vivido en pecado, lo haya hecho durante un tiempo limitado. Ni los tribunales humanos son tan desproporcionados. No habría equidad entre el delito y la pena.

Por ello, las pocas veces que la Biblia muestra el infierno como castigo eterno, lo hace con intención pedagógica, sabiendo que los seres humanos temen más el dolor que la muerte. Esa visión sirve de motivación radical para el cambio de vida.

Como visión profética, la del infierno como tortura eterna es más impactante. Los pastorcitos no vieron el infierno tal como es, sino como lo imaginaban, inspirados por las predicaciones de la época en que el infierno era tema frecuente y descrito con gran dramatismo.

2ª Parte: La Segunda Guerra Mundial y el ateísmo militante de Rusia
«Habéis visto el infierno, a donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacen lo que os digo, muchas almas se salvarán y habrá paz. La guerra está por terminar, pero si no dejan de ofender a Dios, durante el pontificado de Pío XI comenzará otra aún peor.

Cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es el gran signo que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes, mediante la guerra, el hambre y la persecución a la Iglesia y al Santo Padre.

Para impedirlo, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora de los primeros sábados.

Si se escuchan mis peticiones, Rusia se convertirá y habrá paz. Si no, difundirá sus errores por el mundo, provocando guerras y persecuciones a la Iglesia; los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán aniquiladas. Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo un tiempo de paz.»

La Virgen propone la devoción a su Inmaculado Corazón como antídoto contra el mal, tanto a nivel individual como colectivo. Si la salvación es la visión real de Dios —que supera incluso la visión beatífica— esta devoción no es sino eco del Evangelio según san Mateo 5, 8:

«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios». Un corazón purificado del mal está listo para comprometerse incondicional y plenamente, como lo hizo María: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lucas1, 38).

El corazón es el motor de la acción humana, donde los pensamientos se transforman en obras. Cuando el corazón pertenece a Cristo, tarde o temprano se puede decir con san Pablo:     «Ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gálatas 2, 20).

Conclusión - Desconociendo el concepto de profecía, los pastorcitos de Fátima llamaron “secreto” a lo que la Iglesia ha comprendido como una verdadera profecía, en el más genuino sentido bíblico. Así lo expresó el entonces Cardenal Joseph Ratzinger, al afirmar que Fátima es la más profética de todas las apariciones modernas.

P. Jorge Amaro, IMC

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