lunes, 1 de diciembre de 2025

La Asunción

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En el cuarto Misterio Glorioso contemplamos la Asunción de María al Cielo en cuerpo y alma.


La Iglesia cree que la Virgen Inmaculada, preservada de toda mancha del pecado original, al terminar el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria celestial. La Asunción afirma que el cuerpo de María fue glorificado tras su muerte, una glorificación anticipada por un privilegio especial. La Asunción de María es una participación singular en la resurrección de su Hijo.

Comentario de San Teodoro el Estudita
"Esta purísima paloma, aunque voló al cielo, no deja de proteger esta tierra."

Meditación 1 
El 1 de noviembre de 1950, el Papa Pío XII declaró dogma de fe la Asunción de María al Cielo en cuerpo y alma. Es simplemente una conclusión lógica: el cuerpo que dio a luz a Jesús, lo tuvo en sus brazos y lo alimentó con sus pechos, creado por Dios sin mancha de pecado, no podía corromperse en el sepulcro. María fue llevada al Cielo para participar de la gloria de su Hijo.

María cumple así lo que San Ireneo dijo: "Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios." Se realiza el sueño de Eva, que deseaba ser como Dios; María alcanzó ser como Dios, al ser la madre de Dios. Por su obediencia, el ser íntimo de la familia de Dios está abierto a todos nosotros. Como dijo Jesús: "Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la cumplen."

María, la mujer llena de gracia, concebida sin pecado, mantuvo una relación privilegiada con las tres Personas de la Santísima Trinidad, por la fidelidad de su amor y el cumplimiento pleno de la voluntad de Dios. Ella es madre de la Iglesia y expresión de una nueva humanidad, que acoge el Evangelio de Cristo y lo sigue en el camino de las bienaventuranzas.

Meditación 2 
Ya sea la Dormición o la Asunción, María va al lado de su Hijo, pues siempre estuvo a su lado. También nosotros, como ella, seremos recibidos en el Cielo, donde Jesús, su Hijo, nos ha preparado un lugar. "Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti", decía San Agustín.

Nuestro corazón pertenece a Dios, pues por Él fue creado. Cuando amamos a las criaturas más que al Creador, pervertimos nuestra naturaleza divina. Es como poner diésel en un coche de gasolina. Cuando llenamos nuestro corazón de bienes materiales, se transforma en un pozo sin fondo. El amor humano nunca podrá llenarlo por completo; solo Dios puede. Como decía Santa Teresa de Ávila: "Solo Dios basta."

En la Asunción de María intuimos la glorificación que espera a todo el Universo al final de los tiempos, cuando «Dios será todo en todos» (1 Cor 15, 28). María es el símbolo de la parte de la Humanidad ya redimida, figura de la "tierra prometida" a la que estamos llamados.

Por tanto, ya que hemos resucitado con Cristo, busquemos las cosas de arriba, donde Cristo está, sentado a la derecha de Dios (Col 3, 1). Somos de Cristo. No hay gloria tan alta en la tierra, ni la habrá. Como Él, tenemos la victoria garantizada. Somos de Cristo hasta la muerte, como dice un cántico popular.

Oración
Santa María, Madre de Dios, 
hoy te contemplamos elevada al Cielo en cuerpo y alma, 
participando de la gloria de tu Hijo, Jesucristo. 
Tú, que fuiste concebida sin mancha de pecado, 
enséñanos la pureza de corazón y la fidelidad a la voluntad de Dios, 
para que, como Tú, seamos signos vivos del amor y la gracia divinos.

Oh Madre de la Iglesia, 
intercede por nosotros ante tu Hijo, 
para que podamos vivir con la misma fe inquebrantable, 
la misma esperanza confiada y el mismo amor generoso 
que demostraste durante toda tu vida. 
Que en las dificultades y pruebas encontremos en Ti 
un ejemplo de entrega total y obediencia a Dios.

Tú, que fuiste asumida al Cielo, 
ayúdanos a caminar siempre hacia las cosas de lo alto, 
donde Cristo nos espera, preparándonos un lugar junto a Él. 
Guía nuestros corazones hacia su amor eterno, 
y llénanos de esperanza en la vida futura que Él nos prometió.

Oh Virgen Asunta, 
reza por nosotros, pecadores, 
para que un día también podamos participar de la gloria celestial 
y vivir eternamente en la presencia de Dios. 
Sostennos en cada paso de nuestro camino y, 
con tu ejemplo de humildad y santidad, 
condúcenos al Reino de tu Hijo. Amén.

P. Jorge Amaro, IIMC

sábado, 22 de noviembre de 2025

Fátima: ¿Segredo o Profecía?

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«Cuando veis que una nube se levanta por el poniente, decís en seguida: ‘Va a llover’, y así sucede. Y cuando sopla el viento del sur, decís: ‘Hará calor’, y así ocurre. ¡Hipócritas! Sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo; ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente?»   — Lucas 12, 54-56

¿Secreto o profecía?
Los pastorcitos de Fátima, incultos como eran, no conocían el concepto de profecía. Por eso, denominaron “secreto” a lo que la Señora les comunicó acerca del futuro, así como a las dos visiones que tuvieron durante la aparición del 13 de julio de 1917. Por tanto, lo que popularmente se conoce como “el secreto de Fátima” debe entenderse, en realidad, como la Profecía de Fátima. En este sentido, el entonces cardenal Joseph Ratzinger se refirió a Fátima como la más profética de las apariciones modernas.

Profecía y signos de los tiempos
Según el evangelio de Lucas, citado más arriba, los profetas eran personas que sabían leer los signos de los tiempos, es decir, sabían ver el presente como impregnado de un futuro que ya se anunciaba aquí y ahora. Una cosa es ver, y otra muy distinta es interpretar y descubrir señales del futuro incrustadas en el presente.

Por ejemplo, durante siglos mucha gente vio cómo el vapor de una olla hirviendo hacía saltar la tapa, sin sacar mayores conclusiones de ello. Sin embargo, James Watt miró más allá de ese hecho aparentemente trivial, y al intentar aprovechar la fuerza del vapor, construyó la máquina de vapor: la primera gran máquina de la historia de la humanidad.

La profecía vincula el presente con el futuro, en el sentido de que el futuro ya da señales de sí mismo en el ahora, bajo la forma de signos que sólo perciben aquellos cuya mente está despierta: los que miran el mundo con ojos que ven más allá de lo evidente, y que viven en constante contacto con el Señor del Tiempo: presente, pasado y futuro, que es Dios.

Y la profecía vincula el futuro con el presente, en el sentido de que el futuro no está fijado de manera irreversible, sino que es interactivo y puede ser transformado. De hecho, el propósito de la profecía en la Biblia es advertirnos sobre un futuro que todavía estamos a tiempo de evitar, pues tenemos libertad y responsabilidad para escribir la historia de otra manera. El futuro no es como un tren desbocado sin frenos que no se puede detener, sino como un caballo al galope perfectamente domado, cuyas riendas están en nuestras manos.

Historia del secreto
“El secreto de la Señora”, como lo llamaban los niños, consta de tres partes claramente diferenciadas:
 La primera, una visión del infierno;
 La segunda, un discurso sobre el ateísmo militante de Rusia;
 La tercera, una visión simbólica del sufrimiento causado por ese mismo ateísmo durante el siglo XX.

El secreto — o profecía— está compuesto por dos visiones (primera y tercera parte) y un discurso intermedio de la Virgen (segunda parte). Fue comunicado a los tres pastorcitos el 13 de julio de 1917. Sin embargo, fue redactado literariamente en dos épocas distintas:

La primera y segunda parte el 31 de agosto de 1941;
La tercera el 3 de enero de 1944.

Pasaron, por tanto, 24 y 27 años respectivamente desde que, en 1917, los niños afirmaron por primera vez que guardaban un secreto que no revelarían. Durante los interrogatorios a los que fueron sometidos —impulsados por la curiosidad natural del ser humano— las preguntas sobre el secreto eran las más frecuentes. Primero se les ofreció oro, plata y dinero para engañarlos y hacerlos hablar; al no ceder, siguieron las amenazas de muerte y la tortura psicológica en la prisión de Ourém. Los niños jamás cedieron.

1ª Parte: La visión del infierno
«Nuestra Señora nos mostró un gran mar de fuego que parecía estar debajo de la tierra. Sumidos en ese fuego, los demonios y las almas —como si fueran brasas transparentes y negras o de color bronce— con forma humana, flotaban en el incendio, arrastradas por las llamas que brotaban de ellas mismas, junto con nubes de humo, cayendo hacia todos lados, como las chispas en un gran fuego, sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor».

“Los demonios se distinguían por formas horribles y repugnantes de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes y negros. Esta visión duró un instante, y fue gracias a nuestra buena Madre del Cielo —que antes nos había prometido llevarnos al Cielo— que no morimos de susto y terror».

La existencia del infierno es un dato incontestable de nuestra fe. Si arrancáramos de la Biblia todas las páginas en que se menciona el infierno, nos quedaría, sin duda, una Biblia más delgada, pero ya no sería la Palabra de Dios. Hoy abundan los teólogos que niegan su existencia, alegando que el infierno es como el cero en matemáticas: útil para ciertas operaciones, pero vacío de contenido real.

¿Existe o no existe? No lo sabemos ni nos interesa saberlo con certeza empírica. El infierno es, sobre todo, la posibilidad real de no salvarse; el lugar teológico del mal, así como el Cielo lo es del bien.

«En la morada de los muertos, estando atormentado, alzó los ojos y vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno. Entonces gritó: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy sufriendo mucho en estas llamas”.» — Lucas 16, 23-24

La parábola del rico epulón y el pobre Lázaro tiene la misma función pedagógica que la visión del infierno mostrada a los pastorcitos. La Virgen quiso reafirmar que el infierno existe y que es real la posibilidad de condenación. La descripción minuciosa de las almas que caen en él, su sufrimiento entre las llamas, y la presencia de demonios, tenía una intención pedagógica clara: advertir a los que en esta vida no siguen a Cristo como Camino, Verdad y Vida.

«No temáis a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; temed más bien a quien puede hacer perecer en la gehena el alma y el cuerpo.» — Mateo 10, 28

En la Biblia hay dos formas de representar el infierno: como tortura eterna y como muerte eterna. La representación más común es la segunda: la muerte eterna, es decir, el regreso a la nada de quien no fue nada, no hizo nada, ni sirvió a nadie. El que no creyó en Dios ni en la vida eterna, sino que vivió como si nada existiera después de la muerte.

Es impensable que el Padre de Nuestro Señor Jesucristo condene a una eternidad de sufrimiento a alguien que, aunque haya vivido en pecado, lo haya hecho durante un tiempo limitado. Ni los tribunales humanos son tan desproporcionados. No habría equidad entre el delito y la pena.

Por ello, las pocas veces que la Biblia muestra el infierno como castigo eterno, lo hace con intención pedagógica, sabiendo que los seres humanos temen más el dolor que la muerte. Esa visión sirve de motivación radical para el cambio de vida.

Como visión profética, la del infierno como tortura eterna es más impactante. Los pastorcitos no vieron el infierno tal como es, sino como lo imaginaban, inspirados por las predicaciones de la época en que el infierno era tema frecuente y descrito con gran dramatismo.

2ª Parte: La Segunda Guerra Mundial y el ateísmo militante de Rusia
«Habéis visto el infierno, a donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacen lo que os digo, muchas almas se salvarán y habrá paz. La guerra está por terminar, pero si no dejan de ofender a Dios, durante el pontificado de Pío XI comenzará otra aún peor.

Cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es el gran signo que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes, mediante la guerra, el hambre y la persecución a la Iglesia y al Santo Padre.

Para impedirlo, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora de los primeros sábados.

Si se escuchan mis peticiones, Rusia se convertirá y habrá paz. Si no, difundirá sus errores por el mundo, provocando guerras y persecuciones a la Iglesia; los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán aniquiladas. Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo un tiempo de paz.»

La Virgen propone la devoción a su Inmaculado Corazón como antídoto contra el mal, tanto a nivel individual como colectivo. Si la salvación es la visión real de Dios —que supera incluso la visión beatífica— esta devoción no es sino eco del Evangelio según san Mateo 5, 8:

«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios». Un corazón purificado del mal está listo para comprometerse incondicional y plenamente, como lo hizo María: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lucas1, 38).

El corazón es el motor de la acción humana, donde los pensamientos se transforman en obras. Cuando el corazón pertenece a Cristo, tarde o temprano se puede decir con san Pablo:     «Ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gálatas 2, 20).

Conclusión - Desconociendo el concepto de profecía, los pastorcitos de Fátima llamaron “secreto” a lo que la Iglesia ha comprendido como una verdadera profecía, en el más genuino sentido bíblico. Así lo expresó el entonces Cardenal Joseph Ratzinger, al afirmar que Fátima es la más profética de todas las apariciones modernas.

P. Jorge Amaro, IMC

sábado, 15 de noviembre de 2025

La Venida del Espíritu Santo

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En el Tercer Misterio Glorioso contemplamos la venida del Espíritu Santo.


De los Hechos de los Apóstoles (1, 14; 2, 1-4)
"Todos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres, con María, la madre de Jesús, y con sus hermanos. (...) Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, vino del cielo un ruido, como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa donde se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego, que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía que se expresaran."

Comentario de San Basilio
"El Espíritu derrama en nosotros una fuerza que da vida, haciendo que nuestras almas pasen de la muerte a la vida plena. Esto es lo que significa nacer de nuevo del agua y del Espíritu."

Meditación 1
Después de la Ascensión, los discípulos que habían acompañado a Jesús al Monte de los Olivos regresaron a la ciudad, al cenáculo, donde se había instituido la Eucaristía. Allí permanecieron en oración con María, esperando la venida del Espíritu Santo. Esta es la Iglesia en embrión, el cuerpo de Cristo herido por la muerte de su Señor, un cuerpo casi sin vida, aún demasiado débil para enfrentar el mundo y sus dificultades. Un cuerpo vulnerable...

El Espíritu Santo vino a darles vida. Él es el alma del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia. El Espíritu Santo es el alma de este nuevo Cuerpo, esta nueva presencia de Jesús entre nosotros. Por ello, creemos en la Iglesia Santa, porque Santo es Cristo, que la fundó, y Santo es el Espíritu Santo, que la guía, anima y gobierna.

La Iglesia fue concebida en el cenáculo durante la Última Cena del Señor, como la comunidad que celebra la memoria de su Señor, la Eucaristía. Sin embargo, la Iglesia nació verdaderamente cuando el Espíritu Santo se unió a este cuerpo ya existente, convirtiéndose en el alma que anima al Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia.

Sin el Espíritu Santo, la Iglesia habría dejado de existir hace mucho tiempo. Ha enfrentado revoluciones, crisis y corrientes de pensamiento a lo largo de 2000 años. El hecho de que mil millones de personas estén unidas en la fe es un milagro, que solo puede explicarse por ser el Cuerpo de Cristo, sostenido por la presencia viva del Espíritu Santo como el alma de este Cuerpo.

Meditación 2
Contemplamos la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos con la Virgen María en Jerusalén. La venida del Prometido, el Espíritu Santo, el Paráclito: el abogado y defensor. El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre envió en nombre de Jesús, nos enseñaría todas las cosas y nos recordaría todo lo que Él nos había dicho.

Jesús envió al Espíritu Santo para que no quedáramos huérfanos, sino para ser el alma de la Iglesia y el centro de nuestra existencia. Él vino para permanecer con nosotros, para ser Dios en nosotros, que nos inspira, conforta, guía y da coraje para enfrentar el mundo en nuestra misión de evangelización.

Con la venida del Espíritu Santo, la revelación de Dios a los hombres queda completa. Dios Padre es el creador del mundo; Dios Hijo es el redentor del mundo, quien, para salvarlo, se hizo hombre y se encarnó en la historia de la humanidad. Tras completar Su misión y regresar al Padre, Jesús envía al Espíritu Santo, que es la nueva presencia de Dios, ya no en el mundo, sino en cada uno de nosotros.

Dios Padre es Dios sobre nosotros; Dios Hijo, Jesucristo, es el Emanuel, Dios con nosotros; y Dios Espíritu Santo es Dios en nosotros, que habita en nuestro interior. Él nos recuerda en todo momento el Evangelio y nos da la fuerza para encarnarlo y predicarlo a aquellos que aún no lo conocen.

Oración
Divino Espíritu Santo,
ven a nosotros como en aquel día de Pentecostés,
y llena nuestro corazón con Tu presencia.
Así como llenaste de vida y coraje a los apóstoles,
danos también a nosotros la fuerza para ser testigos fieles del Evangelio,
para que podamos llevar la luz de Cristo al mundo.

Espíritu de Dios, que eres el alma de la Iglesia,
renueva en nosotros la fe y el ardor misionero.
Que Tu llama nos purifique,
nos ilumine y nos guíe por el camino de la verdad,
para que seamos siempre instrumentos de Tu amor y de Tu paz.

Tú que habitas en nosotros, inspíranos a seguir los pasos de Jesús
y a vivir de acuerdo con Tu voluntad.
Sé nuestro guía y defensor,
nuestro consuelo en las pruebas y nuestra fortaleza cuando desfallezcamos.
Ayúdanos a encarnar el Evangelio en nuestra vida cotidiana,
y a ser signos vivos de Tu presencia en el mundo.

Divino Espíritu Santo,
llénanos con Tus dones
de sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.
Que cada uno de estos dones nos acerque más a Ti
y nos capacite para vivir plenamente la misión que nos has confiado.

Ven, Espíritu Santo,
renueva la faz de la tierra y haz de nosotros instrumentos de Tu gracia.
Que podamos sentir siempre Tu presencia viva en nosotros,
y que nuestra vida sea un reflejo de Tu santidad y de Tu amor. Amén.

P. Jorge Amaro, IMC

sábado, 8 de noviembre de 2025

Fátima: Lucía, la mensajera

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Perfil humano

Lucía de Jesús dos Santos nació el 22 de marzo de 1907, siendo la más pequeña de los siete hijos de António dos Santos, hermano de doña Olimpia, madre de Francisco y Jacinta. Era sana y fuerte, pero no poseía rasgos delicados; más bien era algo rústica. De rostro moreno y redondeado, nariz ligeramente achatada, boca ancha de labios gruesos… El único atractivo físico provenía de sus ojos: grandes, negros y profundamente expresivos.

Pero aquello que le faltaba en belleza exterior, Dios se lo había compensado con creces en hermosura interior. Era una niña muy responsable, a quien desde muy pequeña se le podían confiar toda clase de tareas. Tenía dotes de educadora: entretenía a los más pequeños con juegos y relatos que ella misma contaba, ya fueran de la Biblia, de la vida de los santos o leyendas locales. Organizaba procesiones, cantaba himnos religiosos y enseñaba el catecismo.

En aquella época, la Primera Comunión solo se recibía a los 10 años, pero Lucía la hizo a los 6, ya que poseía una memoria prodigiosa y se sabía el catecismo entero de memoria. Además de su memoria, destacaba por su inteligencia y creatividad, siempre ideando actividades y juegos para divertir a los niños. Por eso no solo Francisco y Jacinta se sentían atraídos por ella, sino todos los pequeños del lugar.

A diferencia de sus primos, Lucía era vivaz, extrovertida, inquieta, una líder natural. Pero esa energía no le impedía ser dulce y cariñosa, como Jacinta. A diario demostraba su afecto, especialmente a su madre: al regresar del campo, la colmaba de abrazos, besos y caricias.

«Lucía era muy divertida», recuerda una compañera suya, Teresa Matias. «Siempre dispuesta a ayudarnos, nos encantaba estar con ella. Además, era muy inteligente, cantaba y bailaba bien y nos enseñaba canciones. Todos le obedecíamos. Pasábamos horas cantando y bailando, ¡hasta que nos olvidábamos de comer!»

Ella misma confiesa en sus Memorias que disfrutaban mucho de los bailes y de las fiestas. El 13 de junio era un día especialmente esperado por Lucía, pues se celebraba con gran entusiasmo en su aldea. Su madre, doña María Rosa, la conocía bien y estaba segura de que no cambiaría una fiesta por nada del mundo. Sin embargo, se equivocó. Las apariciones transformaron a Francisco, a Jacinta... y también a Lucía.

Sufrimiento y firmeza
Francisco y Jacinta ofrecieron su sufrimiento a través de pequeñas penitencias: ayunos, abstinencias, enfermedades. Lucía, en cambio, no necesitaba buscar el sacrificio: el sufrimiento la encontraba a ella cada día. Fue quien más padeció la incredulidad y el rechazo de quienes no creían en las apariciones. Soportó burlas, amenazas, humillaciones... e incluso bofetadas.

El 13 de mayo de 1919, cuando el gobierno intentó impedir la peregrinación a Cova da Iria, Lucía también se dirigía hacia allí. Dos guardias la interceptaron y, en voz alta, uno dijo al otro:
—Aquí hay fosas abiertas. Con una de nuestras espadas le cortamos la cabeza y la dejamos aquí enterrada. Así acabamos con esto de una vez por todas.

Al escuchar estas palabras, pensé que había llegado mi última hora. Pero sentí una paz tan profunda, como si aquello no fuera conmigo. Tras unos instantes de silencio, el otro guardia respondió:
—No, no tenemos autorización para hacer eso.

Lucía sufrió especialmente por la incredulidad de su párroco, de sus hermanas y de su propia madre. Esta última, incluso después de haber sido curada por un favor especial de Nuestra Señora, llegó a decir:
—¡Qué cosa! ¡La Virgen me ha curado y aún así no consigo creer del todo! ¡No sé cómo entender esto!

Lucía y el Eneagrama
Mente, emoción e instinto son los tres filtros a través de los cuales comprendemos la realidad y nos relacionamos con los demás. Todos buscamos una única cosa: seguridad. Los sentimentales la hallan en las relaciones afectivas; los viscerales, en la fuerza de su intuición; los cerebrales, como Lucía, en el conocimiento.

Francisco era un instintivo contemplativo: buscaba el silencio y la naturaleza, y su única relación profunda era con el “Jesús escondido” del sagrario. Jacinta, profundamente emocional, descubrió en el sufrimiento un camino de amor redentor por los pecadores.

Lucía era claramente cerebral. Utilizaba la mente para entender todo lo que ocurría a su alrededor. Por ello, no encaja con el eneatipo 6, pues los seis tienden a la inseguridad y la duda, y Lucía se muestra firme y segura. Aunque dudó brevemente si las apariciones podrían ser del demonio, esa duda no nació en ella, sino que fue sembrada por su párroco, en quien confiaba ciegamente.

Tampoco era un tipo 5, pues, a diferencia de Francisco, no se retiraba del mundo: le encantaba estar rodeada de gente. Era extrovertida, inquisitiva, creativa, llena de vida. Siempre inventando juegos o actividades, nadie mejor que un eneatipo 7 para entretener a los demás.

El 7 es, paradójicamente, el eneatipo que más huye del sufrimiento… y sin embargo, Lucía fue quien más padeció. Los tres fueron ridiculizados, pero mientras Jacinta y Francisco contaban con la protección de su padre en casa y en la calle, Lucía era maltratada en su propio hogar, tachada de embustera y loca. Su madre permitía incluso que le pegaran si con eso “decía la verdad”.

En cuanto a los sacrificios voluntarios, no era tan entusiasta como sus primos. Lucía no era tan sufriente como Jacinta ni tan adoradora como Francisco. Vivía en la relación con los demás, en la alegría, en la creatividad… por eso era tan buena con los niños.

La vidente silenciosa
Lucía, aunque fue la líder del grupo y la principal vidente, no representa inmediatamente un aspecto específico del mensaje de Fátima, como Jacinta (penitencia) o Francisco (adoración). La razón puede estar en que sus primos, sabiendo que iban a morir pronto, vivían ya orientados hacia el Cielo. Anhelaban a Nuestra Señora, que les había prometido llevarlos pronto.

Lucía, en cambio, tenía muchos años por delante. Vivió el mensaje de Fátima como un todo y lo encarnó a lo largo de una larga vida escondida, en el silencio y en la clausura.

Una vida larga en años, breve en acontecimientos
La vida de Francisco y Jacinta fue corta; la de Lucía, larga y solitaria. Separada de sus amigos y abandonada incluso por los suyos, se consolaba repitiendo las palabras de la Virgen:
"¡No tengas miedo! Yo estaré contigo... ¡Siempre! Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios."

Tras la muerte de Jacinta, el 17 de junio de 1921, Lucía fue alejada de Fátima y enviada a un lugar desconocido para el pueblo: el colegio de las Hermanas Doroteas en Oporto. Fue una decisión tomada con su consentimiento y el de su madre, para observarla sin influencias externas y, al mismo tiempo, frenar el fervor popular hacia la única vidente viva.

Tocada por las apariciones, su vida fue larga en años, pero breve en eventos. Del colegio pasó al postulantado de las Doroteas en Pontevedra y después al noviciado en Tuy, que finalizó el 3 de octubre de 1928. Permaneció en España hasta 1946, año en que regresó a Portugal para visitar Fátima y a su familia.

Con la autorización del Papa Pío XII, abandonó la congregación de las Doroteas para cumplir su deseo más profundo: ser carmelita. Ingresó en el Carmelo de Santa Teresa en Coimbra el 25 de marzo de 1948, donde vivió en oración y penitencia hasta su muerte, ocurrida el 13 de febrero de 2005, a los 98 años de edad.

Lucía, la mensajera
Si Francisco fue el contemplativo, el alma orante; si Jacinta, como eneatipo 4, encarnó el drama de la humanidad perdida, ofreciendo su dolor por la conversión de los pecadores… ¿Quién fue Lucía en el mensaje de Fátima?

Lucía fue la comunicadora, la interlocutora directa de la Virgen. Solo ella hablaba con María, preguntaba, respondía, dialogaba. Fue la portavoz del Cielo, la evangelista que años más tarde plasmaría por escrito las palabras y los gestos de Nuestra Señora, así como el modo en que sus primos vivieron la Mensaje. Para la posteridad, ella es la testigo, la depositaria y la custodia viva de Fátima.

Por obediencia al obispo de Leiria, escribió el Secreto de Fátima, que entregó en sobre cerrado al Papa, junto con sus Memorias, donde narra con detalle las apariciones, y también la vida, palabras y obras de sus primos y de ella misma.

Como vidente, fue hasta su muerte la intérprete auténtica del mensaje de Fátima. Así se vio en las múltiples consagraciones del mundo al Inmaculado Corazón de María que los papas —desde Pío XII hasta Juan Pablo II— realizaron, algunas veces sin mencionar a Rusia, otras sin la unión explícita de todos los obispos del mundo.

Lucía, si lo consideraba necesario, no dudaba en afirmar: “Esto no es como Nuestra Señora ha pedido.” Por fin, la consagración realizada por Juan Pablo II el 25 de marzo de 1984, ante la imagen de Fátima y el icono de Kazán en Roma, fue aceptada por Lucía, que declaró: “La consagración fue hecha y fue aceptada.”

Conclusión - Siendo la única vidente con una relación plenamente interactiva con Nuestra Señora, Lucía fue la portavoz del Cielo, la mensajera, la evangelista que plasmó por escrito las palabras y la vida de la Virgen y de sus primos, encarnando el mensaje de Fátima como testigo fiel, custodia silenciosa y voz perenne para la humanidad.

P. Jorge Amaro, IMC

sábado, 1 de noviembre de 2025

Ascensión

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En el segundo Misterio Glorioso contemplamos la Ascensión al Cielo.


Del libro de los Hechos de los Apóstoles (1:8-11):
"(...) cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, recibiréis una fuerza y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra. Habiendo dicho esto, y mientras miraban, fue levantado, y una nube lo ocultó de sus ojos.

Mientras miraban al cielo, al verlo partir, dos hombres con túnicas blancas se pararon frente a ellos, diciendo: 'Varones de Galilea, ¿por qué miran al cielo? Este Jesús, que fue tomado de vosotros al cielo, vendrá de la misma manera que le habéis visto ascender.'"

Comentario de San Agustín:
"Cristo pagó nuestro rescate cuando fue colgado de la cruz; ahora, sentado en el  cielo, a la diestra de Dios Padre, reúne en torno a él a los que él ha comprado con su sangre".

Meditación 1
Jesús, en su cuerpo glorioso, no ascendió inmediatamente al Padre, como él mismo le dijo a María Magdalena. Permaneció en este mundo durante 40 días, apareciendo a sus discípulos para fortalecer su fe y darles las últimas instrucciones antes de ascender definitivamente al Padre. Les prometió que enviaría al Espíritu Santo y, despidiéndose, ascendió a la diestra del Padre.

Los apóstoles lo vieron partir con tristeza, ya que estaban acostumbrados a su presencia física entre ellos. Sin embargo, esta presencia física no podía continuar. De ahora en adelante, ellos mismos serían la presencia física de Cristo en todo tiempo y lugar. Desde la ascensión de Cristo al cielo, nosotros, la Iglesia, somos el cuerpo físico y místico de Cristo, presente en todo momento, de generación en generación, y en todo lugar.

La Ascensión del Señor es el reverso de la Encarnación: si en la Encarnación, Cristo se despojó de su divinidad para vivir entre nosotros, en la Ascensión vuelve al Padre, pero lleva consigo un "recuerdo" nuestro: las marcas de la crucifixión, que cambió y marcó para siempre a la segunda persona de la Santísima Trinidad. Ha regresado al lugar que siempre ha ocupado, a la derecha del Padre, donde intercede eternamente por nosotros (Hebreos 7:25). Sin embargo, en otra dimensión, permanece con nosotros hasta el fin de los tiempos, como él mismo prometió.

Meditación 2
Nuestro Señor dijo a sus Apóstoles, antes de se alejar de ellos: "Si me amaras, os alegraríais de que voy al Padre". Él también nos repite estas palabras hoy. Si verdaderamente lo amamos, debemos regocijarnos en su glorificación. Nos regocijamos de que, después de cumplir su misión en la tierra, ascienda a la diestra del Padre para ser exaltado sobre todos los cielos en la gloria infinita.

Pero Jesús solo ascendió al cielo para precedernos; Él no se separa de nosotros, ni nos separa de sí mismo. Si Él entra en Su glorioso Reino, es para preparar un lugar para nosotros. Prometió volver un día para llevarnos con él, de modo que, como él dice, "donde yo estoy, vosotros también estáis".

De hecho, ya estamos unidos a Cristo en su gloria y felicidad, por el hecho de ser sus herederos; Pero un día realmente estaremos allí. ¿No se lo pidió Cristo a su Padre? "Padre, quiero que donde yo estoy, también ellos, los que tú me has dado, estén conmigo".

Así como Jesús no ascendió al Cielo sin antes completar su misión en la tierra, nosotros también ascenderemos solo después de cumplir nuestra misión aquí, que es llevar el Evangelio de Jesucristo a todas las criaturas. Podemos regocijarnos, no porque los demonios nos obedezcan, como dijo Jesús, sino porque nuestros nombres están escritos en el cielo.

Oración
Señor Jesús,
Contemplamos Tu gloriosa Ascensión a los cielos,
como los apóstoles, elevamos nuestros ojos en adoración y esperanza.
Tú, que después de cumplir tu misión en la tierra, ascendiste al Padre,
No nos has dejado solos, sino que has prometido estar con nosotros hasta el fin de los tiempos.

Señor, fortalécenos con la misma fe que diste a tus discípulos,
para que podamos ser Tus testigos, llevando Tu Evangelio hasta los confines de la tierra.
Que el Espíritu Santo, a quien prometiste y enviaste, habite en nosotros,
dándonos la fuerza y la sabiduría necesaria para vivir y proclamar Tu Palabra.

Al celebrar Tu glorificación con el Padre,
ayúdanos a recordar que Tu Ascensión también es una promesa para nosotros.
Preparas un lugar para cada uno de nosotros en Tu Reino,
y un día, por Tu misericordia, estaremos Contigo en la gloria eterna.

Señor, guíanos en el cumplimiento de nuestra misión en la tierra,
danos el valor de vivir como tu Cuerpo místico, presente en todo tiempo y lugar.
Que nuestras vidas sean un reflejo de Tu presencia,
y que, al caminar en este mundo, nuestra mirada esté siempre fija en el Cielo,
donde están escritos nuestros nombres. Amén.

P. Jorge Amaro, IMC

miércoles, 22 de octubre de 2025

Fátima: Jacinta, la Reparadora

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Perfil humano
Jacinta de Jesús Marto nació el 11 de marzo de 1910. Como su hermano Francisco, tenía el rostro redondo y unos rasgos perfectamente proporcionados: boca pequeña, labios finos, mentón breve, cuerpo bien equilibrado. «No era, sin embargo, tan robusta como Francisco», nos cuenta su madre.

Era una niña muy presumida: le gustaba vestirse bien, llevar siempre el cabello bien peinado y adornado con flores. Como su prima Lúcia, disfrutaba bailando al son del pífano que tocaba su hermano Francisco. Se divertía mucho jugando, pero, a diferencia de su hermano, no sabía perder; le molestaba profundamente no ganar. Muy centrada en sí misma, era siempre ella quien decidía los juegos y también los castigos, y en esto se mostraba intransigente.

No poseía el espíritu libre e independiente de su prima Lúcia. Por el contrario, era más dependiente, y en ese sentido vivía apoyada en su prima, con quien mantenía una amistad inusual. Nada hacía sin ella; un día sin Lúcia era para Jacinta un día triste, sin sentido.

Moralmente, era irreprochable. Como su hermano, había sido educada para no mentir jamás. Llegó incluso a reprender a su madre cuando esta decía una “mentira piadosa”:
—¿Entonces mamá me mintió? ¿Dijo que iba aquí y fue allá? ¡Mentir está mal!

Cuando no quería decir la verdad, se callaba, y nadie conseguía arrancarle una sola palabra. Una vez, Lúcia, cansada de tantos interrogatorios, se escondió; unos visitantes le preguntaron a Jacinta dónde estaba:
—¿Qué respondiste cuando te preguntaron por mí? —le preguntó luego Lúcia.
—Me callé bien calladita, porque sabía dónde estabas, ¡y mentir es pecado!

El aspecto más destacado y profundo de su personalidad era la sensibilidad. Jacinta era tan delicada que parecía de porcelana. Se emocionaba con facilidad; tenía el corazón en la mano. A los cinco años ya pedía una y otra vez que su prima le contara la Pasión del Señor. «Al escuchar los sufrimientos de Nuestro Divino Redentor», dice Lúcia, «se conmovía profundamente, lloraba con verdadero dolor y decía entre sollozos:

—¡Pobrecito Nuestro Señor! Yo no quiero hacer nunca ningún pecado; no quiero que Jesús sufra más...»

A menudo repetía:
—¡Me gusta tanto decirle a Jesús que lo amo! Cuando se lo repito muchas veces, parece que tengo fuego en el pecho... ¡pero no me quema! (...) Amo tanto a Nuestro Señor y a Nuestra Señora, que nunca me canso de decirles que los quiero.

Poseía un alma refinada, llena de sentimientos delicadísimos, decía su padre. Amaba profundamente a las ovejas y les ponía nombre a cada una: la paloma, la estrella, la mansita, la blanquita... los nombres más tiernos de su vocabulario. Los corderitos blancos eran su delicia.
«Se sentaba con ellos en el regazo —relata Lúcia—, los abrazaba, los besaba, y por la noche los traía en brazos a casa para que no se cansaran, imitando al Buen Pastor que había visto en una estampa que le habían regalado».

Jacinta en el Eneagrama
María se apareció en Fátima a tres niños que representan simbólicamente a toda la humanidad. Una humanidad fragmentada, incompleta, que se relaciona con la realidad y con los demás desde una perspectiva limitada.

Lúcia era, claramente, cerebral: su punto fuerte era la memoria y la inteligencia. Francisco era visceral e instintivo: no se entregaba mucho al pensamiento; vivía desde la percepción y la contemplación; pocas cosas le importaban realmente. Jacinta, en cambio, era puro sentimiento, pura emoción, toda sensibilidad.

¿A qué número correspondería Jacinta en el Eneagrama? No parece ser un tipo 2, pues su personalidad básica muestra un marcado egocentrismo que no se corresponde con el altruismo característico del dos. Tampoco un 3, ya que no persigue el éxito ni actúa con pragmatismo. A mi entender, Jacinta encaja en el tipo 4.

Lúcia, que la conocía como nadie, la describe como muy absorbida en sí misma. De hecho, su proceso de conversión pasa por descentralizarse, por descubrir que el centro de su vida no es ella, sino Él, Jesús, el que sufre y necesita ser reparado. Entonces comprende el Evangelio: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga».

Como buena cuatro, Jacinta era sentimental hasta el exceso, dramática y romántica, soñadora, individualista, con un gusto refinado por lo estético, como se evidencia en su relación con los corderitos, imitando al Buen Pastor. Como todo cuatro, evitaba lo vulgar: no jugaba con otras niñas porque las consideraba groseras, decían palabrotas. Detestaba la falta de integridad. En casa prefería la compañía de su pacífico hermano Francisco y evitaba a toda costa la presencia de su hermano mayor, João.

Otra característica del cuatro: el miedo al abandono. Jacinta lo expresó cuando fue arrestada en Ourém, y también al ser enviada sola al hospital de Dona Estefânia, en Lisboa, donde subrayaba con dramatismo su inminente muerte en soledad.

«Le cœur a ses raisons que la raison ne connaît pas» – El corazón tiene razones que la razón no comprende. Tras una conversación con el párroco, a quien Lúcia y su madre respetaban profundamente, Lúcia comenzó a dudar de las apariciones. Tal vez, pensó, todo venía del demonio. Jacinta, sin embargo, que percibía con el corazón, no vaciló y defendió con firmeza la veracidad de las apariciones.

El miedo sembrado en Lúcia fue tan intenso que llegó a tener pesadillas con el demonio arrastrándola al infierno y riéndose de ella. El 13 de julio se negó a ir a Cova da Iria. Sus primos lloraban, rogándole que los acompañara, pues no querían ir solos. Jacinta, conmovida, decía que tenía pena de Nuestra Señora, que se disgustaría. Al llegar el mediodía, hora de la aparición, los miedos de Lúcia se desvanecieron como por milagro y, junto con sus primos, caminó hacia la Cova entre miles de peregrinos.

Jacinta, la reparadora
"Comprendí que el Amor lo encierra todo, que el Amor es mi vocación. En el Corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el Amor... y así lo seré todo." — Santa Teresa del Niño Jesús

"¡Me gusta tanto sufrir por amor a Nuestro Señor y a Nuestra Señora! Ellos aman mucho a quien sufre para convertir a los pecadores." — Jacinta

Si la pequeña Jacinta hubiera conocido a Santa Teresa del Niño Jesús, sin duda se habría identificado profundamente con ella.

Hemos dicho que cada uno de los pastorcitos encarna en su vida y en su camino de conversión un aspecto de la Mensaje de Fátima. Si Francisco representa el amor por la oración y la consolación del Señor, pasando largas horas en su compañía, Jacinta representa el corazón de la Mensaje: la reparación amorosa.

De los tres, era quien más empatizaba con los corazones desgarrados de Jesús y María, ofendidos por los ultrajes y pecados de la humanidad. Desde que se dio cuenta de sus corazones heridos, Jacinta se ofreció como bálsamo, como quien quiere restaurarlos con la única "cola" que de verdad une y cura: el Amor.

"Quien se obliga a amar, se obliga a padecer." O como dijo Jesús: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos." Jacinta comprendió bien esta verdad y por eso aceptaba con alegría todos los sufrimientos que se le presentaban como reparación por el Corazón herido del Señor.

Cuando lloraba en la prisión de Ourém por la ausencia de sus padres, bastaba que sus primos le sugirieran ofrecer ese sufrimiento como sacrificio, y ella enjugaba sus lágrimas con alegría:
—Jesús debe de estar contento conmigo, porque esto me cuesta un poquito...

Cuando ella y Francisco ya estaban postrados en cama, llamó con urgencia a Lúcia:
—Mira, Lúcia —le dijo emocionada—. Nuestra Señora vino a vernos y dijo que pronto vendría a llevar a Francisco al Cielo. Y a mí me preguntó si aún quería convertir más pecadores. Yo le dije que sí. Después decía a Jesús:
—Ahora puedes convertir muchos pecadores, porque ¡estoy sufriendo mucho!

Sólo Dios conoce el dolor que soportó en el hospital de Ourém, donde fue operada sin anestesia. Sólo Él sabe lo que sufrió por la herida abierta en su pecho, que supuraba pus. Y, sin embargo, su cuerpo fue encontrado incorrupto cuando fue exhumado en 1935 para la causa de su beatificación.

Con su muerte en la cruz, Cristo restauró la humanidad y reparó nuestra unión con el Padre. Jacinta, que en su inocencia imitaba al Buen Pastor llevando a cuestas al corderito perdido, acabó imitando también a Cristo Cordero inmolado, ofreciendo su corta vida por la conversión de los pecadores.

En efecto, su vida pública duró apenas tres años tras las apariciones. Murió en soledad, con una herida abierta en el pecho, tal como Jesús. No sólo imitó al Cristo Pastor que da la vida por sus ovejas, sino también al Cordero sacrificado que quita el pecado del mundo, porque esa fue su única motivación: la conversión de los pecadores.

Y parafraseando un soneto del poeta portugués Camões: "Más habría servido ella, si para un amor tan largo, no le hubiera sido dada una vida tan breve." Falleció el 20 de febrero de 1920, con apenas 10 años.

Conclusión - Desde el momento en que comprendió que los Corazones de Jesús y de María estaban desgarrados por los pecados del mundo, Jacinta se ofreció para repararlos con el adhesivo del Amor. El amor es, en efecto, la única cola que puede unir a los seres humanos entre sí y con Dios, y restaurar los corazones heridos y ofendidos.

P. Jorge Amaro, IMC

miércoles, 15 de octubre de 2025

Resurrección de Jesús

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En el Primer Misterio Glorioso contemplamos la Resurrección de Jesús.

Del Evangelio de San Juan (20:1, 11-16):
El primer día de la semana, María Magdalena fue temprano al sepulcro cuando todavía estaba oscuro y vio que la piedra había sido retirada del sepulcro. (...) María estaba llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se dio la vuelta y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Él le dijo: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?" Ella, creyendo que era el jardinero, le dijo: "Señor, si te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo llevaré." Jesús le dijo: "¡María!" Ella se volvió hacia Él y exclamó en arameo: "¡Rabboni!" (que significa "Maestro").

Comentario de San Efrén
"Gloria a Ti, Jesucristo, que hiciste de Tu cruz un puente sobre la muerte por el cual las almas pueden pasar de la muerte a la vida."

Meditación 1
La Resurrección de Jesús prueba que el mal no tiene la última palabra. La muerte ya no es el fin de la vida sino un paso hacia la vida eterna. Es la Resurrección la que da sentido a toda la existencia; si nuestro fin fuera el mismo que el de todos los seres vivos, la vida humana no tendría sentido, sería una fatiga inútil.

Si Cristo no hubiera resucitado, nuestra existencia sería en vano: las alegrías no serían verdaderas alegrías, y las tristezas serían aún más tristes, desprovistas de esperanza. Seríamos los más miserables de todos los hombres, como dijo San Pablo, pero más aún, los más desgraciados de todos los seres vivos.

A diferencia de los demás seres vivos, los humanos son conscientes de la vida y son libres para orientar su propia vida. Sin la Resurrección, esta autoconsciencia de nuestra condición y destino sería una tortura constante.

En la metamorfosis de algunos animales, como la mariposa, o en los tres estados del agua, donde ésta se vuelve invisible sin dejar de ser agua, la naturaleza nos ofrece ejemplos que nos ayudan a creer que, al igual que en Jesús, nuestro cuerpo material se transformará en un cuerpo espiritual y glorioso semejante al Suyo.

Meditación 2
La Resurrección de Jesucristo es importante por muchas razones. En primer lugar, testimonia el inmenso poder de Dios mismo. Creer en la Resurrección es creer en Dios. Si Dios existe y si creó el universo y tiene poder sobre él, entonces también tiene el poder de resucitar a los muertos. Si no tuviera tal poder, no sería un Dios digno de nuestra fe y adoración. Solo Él, que creó la vida, puede resucitarla después de la muerte. Al resucitar a Jesús de la tumba, Dios nos recuerda Su soberanía absoluta sobre la vida y la muerte.

La Resurrección de Jesucristo valida quién afirmó ser, es decir, el Hijo de Dios y el Mesías. La Resurrección de Jesús fue el "signo del cielo" que autenticó Su ministerio (Mateo 16:1-4). La Resurrección de Jesucristo, atestiguada por cientos de testigos oculares (1 Corintios 15:3-8), proporciona una prueba irrefutable de que Él, y solo Él, es el Salvador del mundo.

La Resurrección de Jesucristo prueba Su carácter sin pecado y Su naturaleza divina. Las Escrituras decían que el "Santo" de Dios nunca vería la corrupción (Salmo 16:10), y Jesús no experimentó corrupción ni siquiera después de Su muerte (Hechos 13:32-37). Fue con base en la Resurrección de Cristo que Pablo predicó: "Por Él os es predicado el perdón de los pecados... En Él todo el que cree es justificado" (Hechos 13:38-39).

Oración
Señor Jesucristo,
contemplamos con gratitud y reverencia Tu gloriosa Resurrección.
Tú que venciste la muerte, nos traes la esperanza de la vida eterna y renuevas nuestra fe.
Fuiste Tú quien, con amor infinito, hiciste de la cruz un puente sobre el abismo de la muerte
para que todos nosotros podamos pasar de la oscuridad del pecado a la luz de la vida.

Señor, ayúdanos a vivir a la luz de Tu Resurrección.
Que el poder de Tu victoria sobre el mal transforme nuestras vidas,
dándonos fuerza para enfrentar las dificultades
con la certeza de que la muerte y el sufrimiento no tienen la última palabra.
Así como María Magdalena reconoció Tu voz en el jardín,
que también nosotros podamos escuchar Tu llamado
cada día y responder con amor y fidelidad.

Señor, concédenos la gracia de vivir con el corazón lleno de Tu paz y alegría,
sabiendo que por Tu Resurrección nuestra vida tiene un propósito eterno.
Ayúdanos a ser testigos vivos de Tu presencia,
llevando esperanza a los que sufren y luz a los que viven en la oscuridad.

Que nuestro cuerpo, un día como el Tuyo, se transforme en un cuerpo glorioso,
y que por Tu misericordia podamos estar Contigo en la plenitud de la vida eterna.
Te alabamos y te agradecemos, Señor, por ser nuestro Redentor,
Aquel que resucitó y vive para siempre. Amén.

P. Jorge Amaro, IMC

miércoles, 8 de octubre de 2025

Fátima: Francisco el contemplativo

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Perfil humano
Francisco de Jesús Marto nació el 11 de junio de 1908 en Aljustrel, una aldea perteneciente a la parroquia de Fátima, en el municipio de Ourém. Era hijo de Manuel Pedro Marto y de su esposa Olímpia de Jesús dos Santos.

Hermano de Jacinta, ambos diferían del carácter más enérgico y rústico de su prima Lucía. Francisco era de complexión robusta, rostro redondeado y mejillas abultadas, de tez algo morena y labios breves como su hermana. Sin embargo, al contrario de ella, era sumamente dulce, tranquilo y pacífico, sin ser por ello apático. Al contrario: era enérgico, fuerte, decidido y gozaba de buena salud.

Como todos los niños de su edad, le gustaba jugar, pero a diferencia de su hermana, no era competitivo. De hecho, parecía no importarle ganar. Si alguien rompía las reglas del juego o discutía con él, cedía sin resistencia, limitándose a decir:

—«¿Tú crees que ganaste? Pues vale. A mí me da igual».
Y cuando algún compañero se aprovechaba de su calma para quitarle algo, respondía simplemente:
—«Déjale. No me importa». Era tan pacífico que llegaba a exasperar a su prima Lucía. Ella podía ordenarle cualquier cosa, y él la cumplía sin discutir.

No era en absoluto miedoso. Podía ir solo por la noche a cualquier sitio oscuro sin mostrar temor ni contrariedad. Jugaba con lagartos y serpientes que encontraba por el campo, los hacía enrollarse en su palo y les daba de beber leche de las ovejas en los huecos de las piedras. Le apasionaba la música, que practicaba tocando su flautilla en los momentos de calma. Como su hermana, amaba las flores y la naturaleza.

Moralmente, era irreprochable. Cuenta doña Olímpia:
—«Una mañana, al salir con el ganado, le dije: “Hoy vas al Oiteirinho de la madrina Teresa, que no está en casa, fue a la aldea”. Y él me respondió: “¡Ah, eso no lo hago!”. No me contuve y le di una bofetada. Pero él no se acobardó. Se volvió hacia mí, muy serio, y me dijo: “¿Entonces es mi madre quien me está enseñando a robar?”».

Francisco y el Eneagrama
Según los psicólogos, existen tres centros de inteligencia: la mente, el corazón y el cuerpo. Todos usamos los tres para relacionarnos con el mundo, pero uno suele predominar como centro preferencial.

La teoría del Eneagrama identifica nueve tipos de personalidad, distribuidos en estos tres centros. Cada tipo está definido por una compulsión o tendencia inconsciente que guía su comportamiento.

Por providencia —o quizá por casualidad— los tres pastorcitos representan de forma clara estos tres centros: Lucía es cerebral, Jacinta es emocional y Francisco visceral o instintivo. Cada uno encarna a su manera el mensaje de Fátima, según su tipo de personalidad.

Dentro del centro instintivo, Francisco no es un tipo 8 (cuya compulsión es la fuerza), ni un tipo 1 (cuya compulsión es la perfección), sino claramente un tipo 9, cuya compulsión es buscar la paz y la armonía, evitando el conflicto a toda costa.

Los de tipo 9 tienden a olvidarse de sí mismos para acomodarse a los demás. Lucía lo percibió bien: Francisco obedecía sin cuestionar, casi como un autómata. Son excelentes pacificadores porque saben suavizar tensiones. También en esto destaca Francisco, capaz incluso de renunciar a lo que le gustaba con tal de evitar disputas, como refleja este episodio:

En cierta ocasión, le regalaron un pañuelito con la imagen de Nuestra Señora de Nazaré. Estaba encantado y se lo mostró a sus amigos. Sin embargo, el pañuelo desapareció.
—«Le tenía mucho cariño —dice su madre— y no paraba de hablar de él».
Cuando le dijeron que otro niño lo tenía y afirmaba que era suyo, Francisco no insistió en recuperarlo:
—«Que se lo quede. A mí no me importa».

Los de tipo 9 buscan siempre la tranquilidad. Francisco vivía desapegado de todo y de todos, como si estuviera un poco en las alturas. Pocas cosas realmente le importaban. Silencioso, ensimismado, contemplativo.

Eucarístico y contemplativo
«Me gustó mucho —decía— ver al Ángel, y aún más ver a Nuestra Señora. Pero lo que más me gustó fue ver a Nuestro Señor en aquella luz que la Virgen nos puso en el corazón. Yo quiero mucho a Dios… pero Él está tan triste por tantos pecados... ¡No debemos cometer ni el más pequeño pecado! (...) Dentro de poco, Jesús vendrá a buscarme para ir al Cielo con Él, y entonces estaré siempre con Él, consolándolo. ¡Qué maravilla!». — Francisco

«Estábamos ardiendo en aquella luz que es Dios, ¡y no nos quemábamos!». Pasaba horas en adoración al Santísimo, al que llamaba “Jesús escondido”. Penitencia y oración son el núcleo del mensaje de Fátima. Los dos hermanos las vivieron intensamente, pero Francisco estaba más inclinado a la oración, y Jacinta al sacrificio. Mientras Jacinta ofrecía penitencias por la conversión de los pecadores, Francisco se dedicaba a consolar a Jesús con su oración y su presencia.

Al igual que Jesús en el Evangelio, a veces desaparecía sin que nadie se diera cuenta, se alejaba de su hermana y su prima, y se escondía tras una pared o en un rincón solitario para rezar. Cuando Lucía y Jacinta le encontraban:
—Francisco, ¿por qué no nos avisas para rezar contigo?
—Prefiero rezar solo, para pensar y consolar a Nuestro Señor que está tan triste.

Ya después de las apariciones, cuenta Lucía que cuando iban a la escuela, a veces él se detenía en la iglesia y le decía:
—Vosotras iros a la escuela. Yo me quedo aquí con Jesús escondido. No vale la pena que aprenda a leer; dentro de poco me voy al Cielo. Cuando terminéis la escuela, venid a buscarme.

A pesar de su amor por la Eucaristía, el párroco de Fátima se negó a darle la comunión. Pero lo que el párroco le negó, se lo concedió el Ángel. Al comulgar, Francisco exclamó:
—«Sentía que Dios estaba en mí, pero no sabía cómo».

Tras las apariciones, la vida de Francisco cambió por completo. Jacinta no perdía ocasión para ofrecer sacrificios, y Francisco no perdía oportunidad para aislarse, rezar el rosario y consolar a Jesús.
—«No vengáis aquí —decía—. Dejadme solo».
—¿Y qué haces tanto tiempo?
—«Pienso en Dios, que está tan triste por tantos pecados… ¡Si al menos pudiera darle alegría!»

“Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero” —Santa Teresa de Ávila

Francisco ya vivía totalmente centrado en su relación con “Jesús escondido”. No pensaba en otra cosa. Todo tiempo era poco para estar con Él y consolarle. Un día le preguntaron si quería ser carpintero, militar, médico o sacerdote. Respondió:
—«No quiero ser nada».
—¿Y qué quieres ser entonces?
—«No quiero ser nada. Quiero morirme e ir al Cielo».

Cuando él y Jacinta estaban ya enfermos, cada uno en su cuarto, era Lucía quien les llevaba los recados. Sabiendo que Francisco moriría primero, Jacinta le envió a decir que no se olvidara de rezar por ella y por Lucía. Francisco respondió que tenía miedo de olvidarlo cuando viese a Nuestro Señor. Tal sería la alegría y deslumbramiento que sentiría al contemplar al que hasta entonces era solo su “Jesús escondido”, que temía quedar absorto y sin pensamiento alguno.

Y al Cielo se fue, en efecto, el 4 de abril de 1919, dos años después de las apariciones. Durante su enfermedad, sus padres aún esperaban su curación. Su madrina Teresa prometió a la Virgen ofrecerle su peso en trigo si lo sanaba, a lo que Francisco respondió con una sonrisa angelical:
—«Nuestra Señora no le va a conceder esa gracia».

Y cada vez que alguien le hablaba con esperanza de curación, replicaba:
—«Es inútil. Nuestra Señora me quiere con Ella en el Cielo». Y no lo decía con resignación o tristeza, sino con una sonrisa alegre y confiada.

Conclusión - Francisco es el contemplativo por excelencia entre los tres videntes de Fátima. Su misión no fue hablar, ni enseñar, ni sufrir visiblemente, sino consolar en silencio. Su figura nos recuerda que la oración silenciosa, la adoración y el amor fiel, aún sin palabras, pueden ser una poderosa respuesta al dolor del mundo y al Corazón herido de Dios.

P. Jorge Amaro, IMC

miércoles, 1 de octubre de 2025

Crucifixión y Muerte

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En el quinto Misterio Doloroso, contemplamos la crucifixión y muerte de Jesús.

Del Evangelio de San Juan (19, 25-30)
Junto a la cruz de Jesús estaban Su Madre, la hermana de Su Madre, María, esposa de Cleofás, y María Magdalena. Entonces, Jesús, viendo a Su Madre y al discípulo a quien Él amaba cerca, dijo a Su Madre: "Mujer, aquí tienes a tu hijo." Luego dijo al discípulo: "Aquí tienes a tu madre." Y desde esa hora, el discípulo la recibió en su casa.


Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba ya cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: "¡Tengo sed!" Había allí un jarro lleno de vinagre; así que empaparon una esponja con vinagre, la pusieron en una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. Cuando Jesús tomó el vinagre, dijo: "¡Está cumplido!" E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.

Comentario de San Bernardo
Solo Él tenía el poder de dar su vida; nadie podía quitársela. Y después de recibir el vinagre, Jesús dijo: "¡Todo está cumplido!", es decir, no quedaba nada por hacer, nada más que esperar. E inclinando la cabeza, Aquel que fue obediente hasta la muerte expiró. Morir de esta manera revela una gran virtud. Así también debemos morir nosotros, diciendo: "¡Todo está cumplido!", es decir, después del arrepentimiento y la confesión, decir: "Jesús, José y María, os entrego mi alma."

Meditación 1
Abandonado por Su pueblo, Sus amigos, discípulos y apóstoles, crucificado entre dos malhechores, Jesús sintió al final que incluso Dios lo había abandonado, tal vez por el peso de los pecados de la humanidad que recaían sobre Él. Sin embargo, mantuvo Su esperanza en Dios y no desesperó. Fue al mismo Dios, que parecía haberle dado la espalda, a quien Jesús entregó Su espíritu.

En la Sábana Santa de Turín podemos ver el resultado final de todo esto. El rostro de Jesús, impreso allí, revela a un hombre que sufrió con resignación, paciencia y fortaleza, aceptando tanto los designios del Padre como la condena de la humanidad.

Observamos el rostro de alguien acostumbrado al sufrimiento, pero que, incluso cuando todas las razones para la esperanza parecían agotadas, no desesperó. Fue en ese instante, en el que Jesús se sintió abandonado incluso por Dios, que experimentó la más terrible soledad que cualquier ser humano podría vivir.

El aparente abandono del Padre fue experimentado por Jesús como un adelanto del infierno, al que nosotros, pecadores, estábamos destinados. Él vivió esa experiencia para que nosotros no tuviéramos que pasar por ella.

Contemplando este rostro en la Sábana Santa de Turín, el Papa Pablo VI exclamó: "¡Mi corazón me dice que es Él, que es el Señor!"

Meditación 2
Jesús gritó con fuerte voz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Marcos 15, 34). Fue a partir del cristianismo que se hizo posible afirmar que Dios es amor y que nos ama. "Quien se compromete a amar, se compromete a sufrir."

Desde la adolescencia, cuando por primera vez experimentamos un corazón roto al amar a alguien que no nos corresponde, comprendemos que el amor es como una moneda: de un lado, la alegría; del otro, el sufrimiento. Si Dios nos ama, solo podría demostrar este amor sufriendo y muriendo por nosotros. Y así fue: Jesús afirmó que "nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos."

"Si a Mí me han tratado mal," dijo Jesús, "también a vosotros os maltratarán" (Mateo 10, 15) – Por lo tanto, si nunca has sufrido por el Evangelio, no eres un cristiano auténtico. No habría razón para sufrir por el Evangelio si el mundo fuera justo, verdadero, pacífico y fraterno. Pero el mundo no es así; no vive según los valores del Evangelio. Y aquellos que los viven, tarde o temprano, se enfrentarán al mundo y pagarán el precio por vivir su fe, tal como lo hizo Jesús.

Oración
Señor Jesús,
al contemplar Tu cruz,
sentimos el peso de Tu amor por nosotros,
un amor que se entregó sin reservas, hasta el último suspiro.
Fuiste abandonado por los Tuyos,
soportaste el dolor y la soledad,
pero nunca dejaste de confiar en el Padre.
Enséñanos, Señor, a confiar en Ti en los momentos más oscuros,
cuando el peso de la vida parezca insoportable y el desespero se acerque.

Ayúdanos a aceptar nuestras cruces
con la misma serenidad y entrega con que Tú aceptaste la Tuya.
Que podamos reconocer, incluso en medio del dolor,
que Tu amor nunca nos abandona
y que, como hiciste, podemos entregarlo todo en manos del Padre.

Danos el coraje para vivir según el Evangelio,
incluso si eso significa enfrentar la incomprensión y el rechazo del mundo.
Y cuando sintamos que estamos solos,
recuérdanos que Tu cruz está siempre presente,
como un signo de esperanza y salvación.

Señor, que Tu muerte en la cruz sea para nosotros la certeza de la vida eterna
y de Tu infinita misericordia. Amén.

P. Jorge Amaro, IMC

miércoles, 24 de septiembre de 2025

Fátima y su relevancia para el mundo

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«Si atienden a Mis pedidos, Rusia se convertirá y habrá paz; si no, difundirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones contra la Iglesia. Los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán aniquiladas. Por fin, Mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz. En Portugal se conservará siempre el dogma de la fe.»  (Aparición del 13 de julio de 1917)

El siglo XX fue, sin lugar a dudas, el más sangriento de la historia de la humanidad. El Dios de Israel, que vio el sufrimiento de su pueblo esclavizado en Egipto, no podía permanecer impasible ante los horrores de nuestra época. Si en aquel entonces envió a Moisés, en este tiempo envió a María, aquella que, desde las bodas de Caná, está atenta a las necesidades de su pueblo, y que, desde su visita a Isabel, no ha cesado de visitar a sus hijos.

Desde la primera aparición de la Virgen María en Fátima, el 13 de mayo de 1917, hasta el atentado contra el Papa Juan Pablo II el 13 de mayo de 1981 en la Plaza de San Pedro, en Roma, Fátima ha estado en el centro como un clamor celestial dirigido a una humanidad sufriente.

Fátima, el comunismo y la consagración de Rusia
«Vendré a pedir la consagración de Rusia a Mi Inmaculado Corazón.» (Aparición del 13 de julio de 1917)

Entre todas las peticiones de la Virgen a los pastorcillos, esta fue sin duda la más delicada. Desde Pío XII, el 31 de octubre de 1942, hasta el Papa Francisco, el 13 de octubre de 2013, se han sucedido siete intentos de cumplir dicha solicitud. No obstante, numerosos rodeos diplomáticos y ecuménicos evitaron mencionar explícitamente a Rusia, intentando dar a entender que la consagración estaba implícita.

José Milhazes, en su libro El Mensaje de Fátima en Rusia, relata cómo una imagen de la Virgen de Fátima fue llevada clandestinamente a la Plaza Roja en los años 70.

La hermana Lucía protestó afirmando que, en el acto de dedicación del 13 de mayo de 1982, Rusia no aparecía como objeto de consagración, y repitió: «La consagración de Rusia no se ha hecho como la Virgen pidió.»

Finalmente, el 25 de marzo de 1984, el Papa Juan Pablo II mandó traer la imagen oficial de la Capilla de las Apariciones y el célebre icono ruso de Kazán, entonces en Fátima. Tras recitar la fórmula de consagración, añadió: «Iluminad especialmente a aquellos pueblos cuya consagración y entrega Vos esperáis de nosotros.» Esta fue la fórmula más explícita hasta entonces, y la hermana Lucía reconoció que la consagración había sido aceptada por el cielo.

Apenas un año después, comenzó la conversión de Rusia: Mijaíl Gorbachov accedió al poder e impulsó la Perestroika, palabra rusa que significa precisamente conversión. Con esta revolución, el país abandonaba el ateísmo militante y recuperaba la libertad religiosa.

El cardenal Joachim Meisner, arzobispo de Berlín hasta la caída del Muro, declaró: «Para mí, es evidente que la revolución antisoviética comenzó en Fátima con la Virgen y los tres niños.» Como las murallas de Jericó (Josué 6, 20), la fuerza de la oración logró lo que ninguna otra fuerza, ni siquiera la militar, pudo conseguir.

Fátima y el nazismo
No sólo el comunismo se sintió desafiado por Fátima. También el nazismo se mostró incómodo. De hecho, la Oficina Central de Seguridad del Reich llegó a declarar: «Toda la propaganda de Fátima, en su estructura total, se orienta contra los fundamentos del Nacionalsocialismo.»

El mensaje de Fátima condena explícitamente el comunismo como ideología atea y militante. Sin embargo, no se posiciona abiertamente contra la revolución social que trajo consigo el comunismo, ni se refiere de forma directa al nazismo. Sólo menciona la Segunda Guerra Mundial y el gran mal que causaría.

Pese a la clara oposición de Fátima a la ideología atea soviética, los aliados prefirieron no utilizar el mensaje contra la Rusia comunista, ya que era aliada en la lucha contra la Alemania nazi. Así, manipularon la interpretación del mensaje para que sirviera de arma contra el nazismo.

El padre Luis G. da Fonseca llegó a reescribir el texto del segundo secreto, sustituyendo la consagración de Rusia por la consagración del mundo, y donde se decía «Rusia difundirá sus errores», escribió «una propaganda impía difundirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras». De este modo, la atención se desvió de Rusia hacia Alemania, especialmente en 1942. Fátima fue, también en este contexto, un instrumento geopolítico.

Fátima y la Guerra Fría
La cúpula azul de la iglesia ortodoxa, situada detrás de la Basílica de Fátima (ya no pintada de azul), fue durante décadas conocida como sede del “Ejército Azul”. Esta organización religiosa, fundada por el sacerdote estadounidense padre Colgan, llegó a contar con 25 millones de miembros y fue utilizada por gobiernos norteamericanos y dictaduras latinoamericanas para combatir el comunismo.

El nombre de este ejército pacífico contrastaba claramente con el del Ejército Rojo soviético. El padre Colgan resumió el mensaje de Fátima en tres preceptos: devoción al Inmaculado Corazón de María, rezo diario del rosario y cumplimiento fiel de los deberes del propio estado de vida.

Las imágenes peregrinas de Fátima
La primera imagen salió de Portugal en 1946, a petición de un párroco de Berlín, con la intención de recorrer todas las capitales europeas hasta llegar a Rusia. Le siguieron otras peregrinaciones: en 1948 a África, en 1949 a América, y en 1953 a Corea del Sur. En plena guerra, la Señora Blanca de la Paz volvía a ser utilizada como una bandera contra el comunismo.

Ese mismo año, en El Cairo, se organizó una de las mayores manifestaciones marianas jamás vistas en el país. Curiosamente, la imagen de Fátima desfiló en un coche perteneciente a la embajada rusa.

Fátima y la religión musulmana
Cuenta la tradición que Fátima era el nombre de una doncella árabe capturada por Don Afonso Henriques en la lucha contra los moros, y entregada en matrimonio al noble Don Gonçalo Hermingues, con la condición de que aceptara libremente casarse y convertirse al cristianismo.

Fátima aceptó y, tras una adecuada instrucción, fue bautizada con el nombre de Oureana, origen del nombre actual de la ciudad de Ourém. La joven murió tempranamente, y Don Gonçalo, desconsolado, se retiró al monasterio cisterciense de Alcobaça.

El nombre Fátima ha sido desde siempre muy común en el mundo islámico, por ser también el de la hija amada del profeta Mahoma. Fátima es profundamente venerada por los musulmanes por su fidelidad a su padre, su esposo y sus hijos. Fue la única hija de Mahoma que tuvo hijos varones que sobrevivieron, y cuya descendencia fundó importantes linajes, como en Egipto.

Lo que pocos cristianos saben es que la Virgen María también es venerada por los musulmanes. De hecho, cuando Mahoma conquistó La Meca y sus seguidores comenzaron a destruir ídolos, él protegió una estatua de María para evitar su destrucción.

El Corán contiene una sura (capítulo) entera dedicada a María, y ella es el único personaje femenino mencionado por su nombre. Todas las demás mujeres son referidas solo por su función (por ejemplo, “la esposa de Abraham”, en lugar de Sara).

María es venerada como virgen y madre del profeta Isa (Jesús), quien, tanto para musulmanes como para cristianos, volverá al final de los tiempos para juzgar a vivos y muertos. Quizá la intervención de la Virgen de Fátima aún no haya terminado y pueda ser clave en el acercamiento entre el cristianismo y el islam.

De hecho, en sus peregrinaciones, la Virgen de Fátima ha despertado curiosidad y respeto entre los pueblos árabes, precisamente por llevar ese nombre. No resulta, por tanto, descabellado pensar que María — venerada por cristianos y musulmanes— pueda, bajo la advocación de Nuestra Señora de Fátima, contribuir a una mayor aproximación entre ambas religiones.

Conclusión - La revolución antisoviética contra el ateísmo militante se inició en Fátima con la Virgen y tres niños humildes. Como las murallas de Jericó, la fuerza de la oración derribó estructuras que ninguna fuerza humana pudo abatir. Fátima no fue un fenómeno limitado a Portugal ni a la Iglesia; fue y sigue siendo un faro espiritual para el mundo entero.

P. Jorge Amaro, IMC

lunes, 15 de septiembre de 2025

La Condenación y camino con la cruz

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En el cuarto Misterio Doloroso, contemplamos la condenación de Jesús a muerte y su camino hacia el Calvario con la cruz a cuestas.

Del Evangelio de San Juan (19, 16-17) 
Entonces Pilato les entregó a Jesús para que fuera crucificado. Los soldados, pues, tomaron a Jesús, y Él, llevando la cruz, salió hacia el lugar llamado "El Lugar de la Calavera", que en hebreo se dice "Gólgota".

Comentario de San Cirilo de Jerusalén 
¡Amor infinito de Dios! Cristo, siendo inocente, fue atravesado por clavos en los pies y en las manos y soportó el dolor. A mí, que no he sufrido ni dolor ni tormento, a través de la participación en Su sufrimiento, Él me da gratuitamente la salvación.

Meditación 1 
En el juicio de Jesús, también Pilato fue juzgado, condenado y atado. Pilato pagó por sus errores anteriores; ya habían sido tantos que ahora, a pesar de estar convencido de que Jesús era inocente y de buscar un estratagema para salvarlo, no pudo hacerlo. Las acusaciones en su contra en Roma ya eran muchas, y Pilato no podía permitirse otra más.

El todopoderoso Pilato, en definitiva, había perdido todo su poder a causa de sus errores de gobierno, y ahora estaba a merced de ser chantajeado por las autoridades religiosas de Israel. Nadie está por encima de la verdad, la moral y la justicia. Él habría estado libre para liberar a Jesús, si no hubiera estado prisionero de sus propios errores, ya denunciados al Emperador. Solo la verdad, la justicia y el amor nos hacen verdaderamente libres.

Meditación 2 
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Lucas 9,23). - Si no afirmamos al otro en nuestra vida, no seremos verdaderamente felices. Pero no podemos afirmar al otro sin negarnos a nosotros mismos.

La razón de vivir no es solo ser felices — eso es una visión pequeño-burguesa de la vida. Raoul Follereau, el profeta de los leprosos, decía en su testamento a los jóvenes: "La mayor desgracia que os puede pasar es no ser útiles a nadie." Ser útil es la verdadera razón de vivir. ¿A quién soy útil?

El camino de Jesús hasta el Calvario es una oportunidad para contemplar al Dios Santo que, en Cristo, se entrega a la humanidad en fidelidad hasta el fin. Es el Dios compasivo, que a todos ofrece Su misericordia.

¡Cuánto camino aún nos queda por recorrer! ¿Cuántas “cruces” hay para ayudar a cargar, al menos a través de la oración! ¿Qué me cuesta, en este momento, “llevar hasta el final”? ¿Ayudo a cargar las cruces de los demás, o me quedo siempre encerrado en mi propio dolor? No solo el placer nos vuelve egoístas; el dolor también lo hace.

Oración 
Señor Jesús, 
que llevaste a cuestas 
el peso de nuestros pecados y de toda la humanidad, 
te agradecemos por tu entrega incondicional. 
En el camino hacia el Calvario, 
enfrentaste el dolor, el desprecio y la soledad, 
y hiciste de cada paso una lección de amor y de fidelidad.

Ayúdanos, Señor, a llevar nuestras cruces 
con paciencia y valentía, 
recordando siempre que Tú caminas a nuestro lado. 
Cuando las dificultades parezcan insoportables, 
danos la fuerza de confiar en Ti, 
tal como Tú confiaste en el Padre hasta el final.

Enséñanos a ver las cruces de los demás, 
a compartir el peso de aquellos que nos rodean 
y a ser instrumentos de Tu compasión y misericordia. 
No permitas que el dolor nos vuelva egoístas 
o que nos encerremos en nosotros mismos, 
sino que, por el contrario, 
podamos ser solidarios y generosos en el servicio al prójimo.

Señor, que Tu camino hacia el Calvario 
nos inspire a seguirte con el corazón abierto, 
dispuestos a negarnos a nosotros mismos 
y a abrazar el amor y la verdad que nos enseñaste. 
Que Tu ejemplo de entrega y sacrificio 
nos guíe cada día, 
para que podamos vivir como verdaderos discípulos, 
sirviendo y amando a los demás como Tú nos amaste. Amén.

P1. Jorge Amaro, IMC

miércoles, 10 de septiembre de 2025

Fátima y su relevancia para Portugal

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Dios no podía permanecer como un espectador silencioso ante las atrocidades del siglo XX, el más sangriento de la historia de la humanidad. De algún modo, era urgente que el eco de Su voz, el Evangelio, resonara en medio de tanta devastación.

Fue precisamente en este siglo cuando las filosofías ateas y nihilistas de finales del siglo XIX buscaron su realización histórica. Pensemos en autores como Darwin, Feuerbach, Karl Marx, Freud o Nietzsche: sus teorías influenciaron profundamente las mentes y la opinión pública del mundo occidental.

Fátima es, en cierto modo, la respuesta de Dios a la humanidad del siglo XX. Un Dios que, en contra de lo que estas corrientes proclamaban, no está muerto, ni perdido, ni fosilizado en la mente de los pueblos primitivos. Al contrario: en estos tiempos posmodernos, como siempre, está bien vivo, manifestando Su presencia a través de Su Palabra de Vida, que es eterna y, por tanto, válida en todos los tiempos y lugares.

¿Por qué Portugal?
Tierra de Santa María - Ese fue el nombre atribuido en el siglo IX por Alfonso III, rey de León, a las tierras situadas entre los ríos Duero y Vouga. El castillo de Santa Maria da Feira era probablemente la fortaleza militar y el centro administrativo de esta región.

El culto a la Virgen María en estas tierras es anterior incluso al nacimiento de Portugal como nación. Bajo la advocación de la Inmaculada Concepción, ya estaba presente en tiempos de Afonso Henriques, el primer rey de Portugal, en el contexto de la conquista de Lisboa en 1147. Portugal es, por tanto, conocido como la "Tierra de Santa María". Tiene todo el sentido que María haya querido visitar una tierra que siempre fue considerada como suya.

La Inmaculada Concepción, Reina de Portugal - Desde 1640, los reyes portugueses dejaron de coronarse con la corona sobre la cabeza. En su lugar, instauraron la ceremonia de la Aclamación: el rey recibía la corona, pero la colocaba a su lado, no sobre sí mismo. Esto comenzó cuando el rey Juan IV pidió la intervención de la Virgen María durante una batalla crucial para la restauración de la independencia. Al salir victorioso, proclamó a Nuestra Señora de la Concepción como Reina de Portugal.

Mucho antes, pues, de que el Papa Pío IX declarara el dogma de la Inmaculada Concepción en la bula Ineffabilis Deus (8 de diciembre de 1854), ya Portugal veneraba a María bajo ese título. María, por tanto, vino a visitar sus dominios.

¿Por qué Fátima?
“Pero tú, Belén, aunque eres la más pequeña entre las ciudades de Judá, de ti saldrá el que ha de gobernar en Israel.”  — Miqueas 5,2

El paradigma bíblico de elegir lo pequeño, lo humilde y lo aparentemente insignificante se mantiene intacto. Fátima, una aldea con poco más de dos mil habitantes, era una parroquia agreste situada en un altiplano irregular de la sierra de Aire, con clima húmedo y ventoso, suelo seco y pedregoso, y sin cursos de agua. Su gente, tan ruda como el terreno, vivía de una economía agro-pastoril de subsistencia.

A pesar de las feroces campañas anticlericales, secularistas y liberales de finales del siglo XIX y principios del XX, la gran mayoría del pueblo permanecía fiel a la religión católica, con prácticas cotidianas como el rezo del rosario en familia y la asistencia frecuente a los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía.

El pueblo era humilde y vivía al ritmo del calendario litúrgico: Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua, Ascensión, Pentecostés, Corpus Christi, y las romerías a los santos populares.

El canónigo Manuel Formigão menciona que el rezo del rosario era una devoción muy querida en Aljustrel, parroquia de Fátima. El rosario era, desde hacía siglos, la expresión más difundida y entrañable del amor mariano en toda la diócesis de Leiria. Todas las familias lo rezaban tras la cena, y los pastorcillos lo hacían también mientras cuidaban del rebaño, como si fuera un pasatiempo.

Presentarse en Fátima como "la Señora del Rosario" fue como llover sobre mojado. Fátima era tierra preparada. María no pedía algo nuevo, sino algo ya vivido: que se rezase el rosario todos los días.

¿Por qué aquellos niños?
Dios elige a los humildes para confundir a los sabios. Fátima sigue el Evangelio al pie de la letra. ¿Cómo es posible que un mensaje tan relevante, no sólo para Portugal sino para el mundo entero, haya sido confiado a tres niños rudos, sencillos y analfabetos?

A primera vista, Lúcia (10 años) y sus primos Francisco (9) y Jacinta (7) eran niños perfectamente normales, iguales a tantos otros en aquellas sierras. Pero tenían cualidades que Dios sin duda utilizaría como canales para su mensaje.

Lúcia no destacaba por su belleza física, pero era extrovertida, instruía, entretenía y lideraba a los demás niños. Sabía contar historias bíblicas con gran expresividad. Era creativa y vivaz, una líder natural. Estaba destinada a ser la interlocutora de María y la guardiana de su mensaje hasta su muerte en 2005.

Jacinta, físicamente agraciada, era todo lo contrario de su prima: tímida, introvertida, muy sentimental y sensible. Encarnaba el corazón del mensaje: sufriente, compasiva, ofrendaba sus dolores por la conversión de los pecadores.

Francisco, ni cabeza como Lúcia, ni corazón como Jacinta. Era más instintivo, contemplativo, desapegado del mundo. Tenía la mirada y el alma fijas en el “Jesús escondido” del sagrario. Encarnó el amor a la Eucaristía. Paradójicamente, solo pudo comulgar en su lecho de muerte, debido a la ausencia del párroco.

¿Por qué la Cova da Iria?
Cuenta la leyenda que Iria (o Irene) fue una joven nacida en una villa romana junto al río Nabão, en Tomar. Educada en un monasterio benedictino, su belleza e inteligencia atrajeron a su director espiritual, Remigio, y a un noble joven llamado Britaldo. Lleno de celos, Remigio le dio una poción que la hizo parecer embarazada, lo que llevó a Britaldo a matarla. Su cuerpo, arrojado al río, apareció incorrupto en la actual ciudad de Santarém, que aún conserva su nombre.

El lugar de las apariciones era propiedad privada de la familia de Lúcia. Si no hubiese sido así, las autoridades probablemente habrían clausurado el sitio e impedido las peregrinaciones.

La relevancia de Fátima para Portugal
 "Vivo en un conflicto entre la necesidad emotiva de creer y la imposibilidad intelectual de creer. (...) El hecho es que en Portugal hay un lugar que puede competir, y ventajosamente, con Lourdes. Hay curaciones maravillosas, a precios más accesibles." — Fernando Pessoa (1888-1935)

El más internacionalmente conocido de los poetas portugueses refleja bien el pensamiento filosófico, político y social de Portugal en tiempos de las apariciones. Como muchos intelectuales de la época, satiriza la fe del pueblo, considerándola una consecuencia de la ignorancia. Su crítica se alinea con la corriente, aún vigente, que desea que Europa niegue sus raíces cristianas y vuelva al paganismo.

La contradicción en Pessoa es patente: ensalza los descubrimientos portugueses, pero olvida que sin la fe cristiana no habrían sido posibles. Camões lo dejó claro en Os Lusíadas: los descubrimientos tenían por fin "dilatar la fe y el imperio". La cruz en las velas era la cruz templaria, y el gran impulsor de los descubrimientos, el Infante Don Henrique, era un templario.

Con la llegada de Afonso Costa al poder en 1910, el Estado asumió un laicismo militante. Se expulsaron a los jesuitas, se prohibieron las ceremonias religiosas públicas, se legalizó el divorcio, se suprimieron fiestas religiosas, y se impidió a los sacerdotes usar hábitos en público. Para la Primera República, Fátima era una superstición oscurantista.

Esta política duró poco. Providencialmente, en el mismo año de las apariciones, 1917, cayó el gobierno anticlerical. Subió al poder Sidónio Pais, quien suprimió las leyes antirreligiosas, aunque también cerró el Parlamento.

El régimen se endureció aún más con Salazar, que asumió el poder en 1928. Portugal pasó del liberalismo laico al fascismo del Estado Novo sin guerra. En 1931, los obispos consagraron Portugal al Inmaculado Corazón de María, y el país se libró, como prometió la Virgen, del avance del comunismo ateo que desangró a España entre 1936 y 1939, en una guerra civil con una feroz persecución religiosa.

Salazar, aunque no clerical, supo instrumentalizar Fátima para frenar el comunismo y evitar reformas políticas. Fátima fue utilizada como arma ideológica, aunque el mensaje original no se refiere al comunismo como sistema político, sino al ateísmo militante.

    “En Portugal se conservará siempre el dogma de la fe.”   — Palabras de la Virgen, 13 de julio de 1917

    “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra?”  — Lucas 18,8

Esta triste y enigmática pregunta de Jesús parece insinuar que la fe, transmitida de generación en generación, podría extinguirse antes de su retorno. Pero Portugal, la Tierra de Santa María, recibió una promesa: la fe perdurará aquí hasta el fin de los tiempos.

¡Ven, Señor Jesús!

Conclusión - En la elección del lugar y del tiempo de la revelación divina, surge indudablemente la pregunta: ¿por qué 1917, por qué Portugal? ¿Por qué Fátima? ¿Por qué esos niños en particular y por qué Cova da Iria? No hay casualidad en los planes de Dios, ni creo, como dijo Einstein, que Dios juegue a los dados.

P. Jorge Amaro, IMC

lunes, 1 de septiembre de 2025

La Coronación de Espinas

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En el tercer Misterio Doloroso, contemplamos la coronación de Jesús con una corona de espinas.

Del Evangelio de San Marcos (15:16-19)
Los soldados lo llevaron al interior del palacio (es decir, el pretorio) y convocaron a toda la corte. Lo vistieron con un manto de púrpura, y después de entrelazar algunas espinas en una corona, se la pusieron. Luego comenzaron a saludarlo: "¡Salve, rey de los judíos!" Le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían, y se arrodillaban ante Él en homenaje.

Comentario de San Ambrosio
En Pilato, tenemos un anticipo de todos los jueces que condenarían a aquellos que saben que son inocentes. Este es un anticipo de las más crueles persecuciones a los verdaderos discípulos de Cristo a lo largo de los tiempos. Es absolutamente correcto que aquellos que exigen la liberación de Barrabás, un asesino, sean los mismos que claman por la condena de un hombre inocente. Así son las leyes de la injusticia: odiar la inocencia y amar el crimen.

Meditación 1
Cristo Jesús se convierte en objeto de burla e insultos en manos de los sirvientes del templo. He aquí a Él, el Dios todopoderoso, golpeado por golpes afilados; Su rostro adorable, la alegría de los santos, está cubierto de sangre y espinas. Una corona de espinas es forzada sobre Su cabeza; un manto púrpura se coloca sobre Sus hombros como una burla; una caña es colocada en Su mano; los sirvientes se arrodillan ante Él en burla. ¡Qué abismo de ignominia! ¡Qué humillación y desgracia para Aquel ante quien tiemblan los ángeles!

El cobarde gobernador romano imagina que el odio de los judíos se verá satisfecho con la visión de Cristo en este estado lamentable. Lo muestra a la multitud: "¡Ecce Homo! - ¡He aquí el Hombre!"

Contemplemos a nuestro Divino Maestro en este momento, sumergido en el abismo del sufrimiento y la ignominia, y comprendamos que el Padre también nos lo presenta, diciendo: "He aquí a Mi Hijo, el esplendor de Mi gloria, herido por los pecados de Mi pueblo." "Mi pueblo, ¿qué te he hecho? ¿En qué te ofendí? Respóndeme."

Meditación 2
Arrodillándose ante Él, se burlaban, diciendo: "¡Salve, rey de los judíos!" (Mt 27:29). - Cristo, durante toda Su vida, ocultó Su verdadera identidad. Cuando quisieron hacerlo rey por haber multiplicado los panes, Él huyó. Nunca realizó un milagro para ser visto o para ganar prestigio; por el contrario, decía que no contaran nada a nadie. Nunca buscó el poder ni fue vanidoso, mientras nosotros no deseamos otra cosa.

Fue solo cuando se encontraba en el punto de no retorno que Jesús reconoció y aceptó el título de Rey, aunque no de este mundo, pues los reyes de este mundo no montan asnos como Él lo hizo, ni son crucificados como Él lo fue. Son coronados con coronas de oro, no con espinas como la de Jesús.

Tal como Jesús, que vino al mundo para servir y no para ser servido, que está en medio de nosotros como quien sirve, los grandes de nuestra vida son aquellos que nos sirvieron: nuestros padres, familiares, profesores y amigos. De igual manera, en la historia de la humanidad, son grandes aquellos que sirvieron a la causa humana, no los que se sirvieron a sí mismos.

No es rey aquel que conquista nuestra voluntad y nos subyuga; es rey quien nos sirve y conquista nuestro corazón. Por lo tanto, no es rey quien se coloca por encima de la ley, de la verdad, de la justicia y de la moral. Es rey quien encarna la justicia, la verdad y el amor.

Oración
Señor Jesús,
que aceptaste la corona de espinas en silencio y humildad,
Te adoramos y te agradecemos por Tu entrega.
Fuiste humillado, escarnecido y herido,
pero nunca dejaste de amarnos,
y Tu dolor se ha convertido para nosotros en fuente de salvación.

Enséñanos, Señor, a soportar con paciencia
las injusticias y sufrimientos que puedan sobrevenirnos,
tal como soportaste los espinos clavados en Tu cabeza.
Danos la fuerza de mantenernos firmes en la verdad,
incluso cuando el mundo nos ridiculiza o rechaza.
Que Tu corona de espinas nos recuerde siempre
la necesidad de humildad y de servicio, siguiendo Tu ejemplo.

Ayúdanos a ser reyes, no por títulos o poder,
sino por amor y por servicio a los demás.
Que podamos servir a nuestros hermanos, así
como Tú nos serviste, con un corazón lleno de compasión y humildad.
Que la corona de espinas, signo de Tu pasión,
sea también para nosotros un signo de fidelidad
y entrega total a la voluntad del Padre.

Señor, Rey de nuestro corazón,
líbranos de la vanidad y de la sed de poder.
Concedenos la gracia de reconocer Tu realeza
en cada acto de amor, verdad y justicia.
Que Tu ejemplo nos inspire
a vivir de acuerdo con Tu voluntad,
sirviendo, amando y perdonando,
para que un día podamos participar de Tu Reino de paz y gloria. Amén.

P. Jorge Amaro, IMC